Novelas dominicanas recientes, Un kilómetro de mar, de José Acosta (3 de 4)

Novelas dominicanas recientes, Un kilómetro de mar, de José Acosta (3 de 4)

Dos días durará la travesía hasta llegar al océano que verán montados en un burro que le facilitará don Chicho Moronta, un ingeniero retirado que se convertirá en una suerte de maestro para los dos muchachones. Moronta los auxiliará a partir de la mitad del camino hasta llegar a su destino final. La novela, llena de episodios jocosos en algunos casos (que el narrador maneja de manera muy equilibrada) se presenta como una aventura de iniciación y aprendizaje múltiples donde confluyen dos mundos muy cercanos y lejanos a la vez que se entrecruzan: el de una país premoderno representado por don Chicho y otro algo moderno y en transformación, simbolizado por los dos jovencitos que nacen y se desarrollan en los años posteriores al régimen trujillista, la crisis política de 1963 en adelante y los inicios de los 12 años de gobierno del Dr. Joaquín Balaguer. Este es el trasfondo del texto narrativo que compone y nos presenta el narrador José Acosta.
“Un kilómetro de mar” parecería una novela de trama simple –y de algún modo lo es–, pero al discurrir como lectores por sus concavidades vamos descubriendo y quedando atrapados en toda una sucesión de revelaciones y evocaciones nostálgicas, entendida esta última como la presencia de un mundo alguna vez algo idílico de ciertas armonías existenciales, pero ya inatrapable y solo latente en la memoria. Lo que aparece como pretexto, que llevará a los muchachos a ver el mar se va transformando en toda una exploración que desemboca en un análisis de las implicaciones que encierra para los jóvenes enfrentarse con lo complejo y aceptar su identidad como sujetos. Cuando digo identidad no me refiero a lo que en otras disciplinas humanas se nombra como las marcas culturales, étnicas y/o lingüísticas que crean ciertas alianzas y seguridades grupales. De lo que se trata es de una búsqueda íntima. Es una historia de noviciados. La presencia de don Chicho Moronta como maestro circunstancial de ambos jóvenes es el elemento catalizador que apoya mi hipótesis.
Durante el recorrido, Edy Polanco y Juan Robles confrontarán varias pruebas que superarán al modo de lecciones. Se enfrentarán a otros jóvenes contrincantes cuando recogen las propagandas políticas que tiran desde una avioneta los seguidores del futuro presidente de la República Dominicana Joaquín Balaguer. Igualmente sufrirán un arresto cuando son sorprendidos “brecheando” (espiando) a unas prostitutas bañándose desnudas en un río. Tras de ser llevados al prostíbulo Chepopó serán iniciados sexualmente. En esta escena sobresale la prostituta que grotescamente es llamada Aurelión. Tras su encuentro con Chicho Moronta estos aprenden a través de sus estrategias de corte picaresco a prevenir abusos y chantajes de cuerpos militares. El ingeniero Moronta domina las mañas de la simulación y la manipulación por medio de las tácticas del cambio de gorras de los colores de los partidos y el manejo de lenguaje técnico-militar que el astuto hombre de vida maneja a la exquisitez. Cínico y mañoso don Chicho es portador de un espíritu y proceder rural-urbano.
Este último personaje, arquetipo contradictorio de la sociedad tradicional dominicana, resulta un ente de interés mayor en la novela ya que Acosta lo convierte en una suerte de bisagra o gozne entre el pasado rural y la reapertura de lo moderno que se inicia a finales de los años 60 y principios de los 70 con el ensanchamiento de lo urbano realizado bajo el régimen balaguerista. Lo significativo aquí es la coexistencia de esos dos mundos y esa transición que al día de hoy todavía subsiste. Moronta es en el fondo un hombre apegado a los valores del mundo agrario dominicano, especialmente al machismo y ciertas herencias del conchoprimisno político de las asonadas revolucionarias armadas de las primeras décadas del siglo XX, es decir, antes del ascenso de Trujillo al poder en 1930 quien de alguna manera lo cierra en términos militares. Entre intersticios y rendijas todo este mundo será evocado a modo de reminiscencias en “Un kilómetro de mar”.
Dueño de una prosa límpida, sugestiva y rica en imágenes, José Acosta lleva a Polanco y Robles a descubrir el mundo de las peleas de gallo y el arte del robo de vacas de antaño en boca del ex cuatrero Sebastián. La travesía los pone en contacto con otros ángulos del dominicano. Esa coexistencia y confluencia de dos mundos se traduce para los jóvenes en el descubrimiento de un país mucho más diverso y vasto, contrapuesto al que habían vivido en el Barrio Libertad de la emblemática ciudad de Santiago. El vínculo con los viajes al extranjero (Don Chicho había vivido en los EU) refuerzan mi figuración de que estamos ante un país que paulatinamente avanza hacia una cierta modernización, pero interferido por las cosmovisiones de las prácticas de vidas premodernas.
Uno de los muchos aciertos de “Un Kilómetro de mar”, entre otros, es haber convertido un simple episodio de la vida de dos jovencitos en una historia virtuosa. Igual, y paralelamente, del peso que puede tener una leve experiencia en provocar confrontaciones internas y existenciales en las vidas de Polanco y Robles. Los lectores son inducidos a entrar a una historia del descubrimiento de las interioridades, seguridades e inseguridades propias de la edad que tienen los jóvenes. Acosta ha construido una historia llena de ternura, belleza y de gran delicadeza con muchas afinaciones poéticas. El más mínimo pormenor que viven los muchachos aventureros es narrado en detalles. Nada de elipsis, juegos o acertijos con el lector. Acosta toma control de lo que quiere contar y lo lleva diáfanamente a su fin.
“Un kilómetro de mar” es una novela asombrosa en cuanto al manejo de las metáforas. Su ritmo narrativo nunca se desorienta o pierde altura formal-estructural. Acosta es un escritor que trabaja sus textos con gran delicadeza expresiva. No abandona a sus personajes ni a sus lectores. Además de esa virtud tiene un manejo cabal de la lengua escrita. Designa lo que quiere nombrar sin rodeos de manera elocuente y sin titubeos. No derrocha la lengua en experimentaciones. Es un narrador que se lanza con determinación a la orientación de sentidos que se impone en la composición de sus textos narrativos.

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