Noviembre es siempre Manolo

Noviembre es siempre Manolo

CHIQUI VICIOSO
De momento, el espacio se acerca. El verde de jardines que no miras, te agarra el iris, las pestañas. Se te meten, inflándote la piel, con una euforia rosa las buganvilias, duele sin doler el aire…y todo el azul desciende, todo el rosa de las buganvilias, el violeta de la muerte aparente de la tarde, toda la vida invisible se revela y descubre devuelta que es noviembre.

Y no son los atardeceres, gestación que va alcanzando su climax en una explosión de amarillos y anaranjados que conmociona. Ni es la flor de caña, cuando se transforma en un mar de pana para que jueguen los niños, para que se adorne el poblado. Son las anchas avenidas de Montecristi, sus plazas donde aún permanecen las viejas casonas señoriales de madera y techo de planchas de metal que lograron sobrevivir la avaricia de un bombero que incineró una treintena cuando la ciudad fue declarada patrimonio cultural de la humanidad, para dar paso al horror de una barata y semi   barroca «modernidad» de cemento que a todos espanta.

No hay ciudad más hermosa que Montecristi bajo la luz de noviembre, ni espacio donde se transgredan, de manera más fluida, los linderos del tiempo, debo decir: entre tiempos, como si el mismo polvo de la calle Duarte que se levanta en el desfile hacia la nueva Plaza Manuel Aurelio Tavarez Justo fuese una cortina de doradas partículas por donde se regresa a los años 40 y 50, y a otra juventud, otra adolescencia, otra perdida inocencia, otro holocausto.

Detrás de las banderas verde y negro, de los hombres y mujeres ya en sus setenta de todo el país, que orgullosos vestían de verde y negro, una antigua Banda Municipal iba interpretando «Por amor», y de momento no veía nada. Otra cortina se desvelaba entre el agua y la sal, no ya de las Salinas de Montecristi, sino de mis lágrimas. Era otra juventud: Fidelio tenía 21 años cuando era secretario general de organización del 1J4, y 25 cuando se fue a las Manaclas. Manolo apenas 32 cuando ya le habían asesinado a la esposa y las cuñadas, lo habían torturado en la 40 y se había convertido en un símbolo nacional.

¡32 años! ¡25! ¡Qué temprano se era hombre! ¡Qué pronta la asociación de la hombría con la defensa de esa madre metafórica que es la Patria! ¡Qué ajenos estos espíritus a la vulgaridad de la rapiña! ¡Al despojo de la propiedad común! ¡Al ascenso de los voraces!

«En esa plaza había una estatua de Trujillo y hoy hay una de Manolo. La historia aunque no lo parezca nos juzga, nos juzgara y sabrá poner, como lo está haciendo ahora, a cada quién en su lugar».

¿Cree usted que eso importa?

«De seres vulgares está llena la tierra, este país. Lo importante es lo que trasciende, lo que nos trasciende. Manolo ha trascendido. Mírenos aquí a 44 años de su asesinato, recordándolo en un parque donde los niños nunca lo dejaran solo, ni los pájaros. ¿Quién recuerda el nombre de sus asesinos? ¿A quién le importa?

Y es noviembre y otra vez se aprieta el pecho.

«Es el polvo».

No, es la luz. La poca luz que poetiza Fina García Marruz al final de Magdalena. La suficiente luz para, entre hombres y mujeres incólumes, todavía no necesitar las linternas de los falsos, timoratos, indecisos, conflictuados, o cínicos, Diógenes.

Gracias Bacho y Juan Miguel, por esa luz. Gracias Minou y Manolito por traerla de vuelta en la sonrisa, en el abrazo. Gracias Delio, Mercedes, todas las abuelas que se impusieron a la artritis y la presión alta para decir aquí estamos. Se trata de noviembre, de un hombre y una generación que le cambiaron el nombre al onceavo mes del calendario, rebautizando los atardeceres que desde hace 44 años se llaman Manuel Aurelio.

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