Nubes de tormentas sociales en el cielo

Nubes de tormentas sociales en el cielo

Abril terminó con la sensación en el ánimo general de la población de que los sucesos escenificados, casi en cada uno de los 30 días del mes, tenían una motivación que no era precisamente reclamar obras o proteger el medio ambiente.

 Hubo algo más de un trasfondo político, aparentemente desconocido, que no procedía de los grupos calientes del Falpo, o similares del Cibao, o de los barrios norte de la capital. La frecuencia de los desórdenes populares, a nombre de reclamar obras y otras reivindicaciones, superaron con creces aquellas que usualmente estimulaba uno de los principales partidos políticos en su usual permanencia en la oposición.

En esta ocasión, y en lo que va del año, ya las protestas superan la frecuencia de unas seis semanales, lo cual revela que ningún partido en sus condiciones actuales, léase principalmente el PRD, tienen fuerzas, ni recursos, ni poder de convocatoria para estar angustiando al país y a las poblaciones más proclives a los desórdenes  como Bonao,  San Francisco de Macorís, Navarrete,  Tamboril,  Nagua y Barahona.

 Entonces, buscar el motor que incentiva estas protestas irracionales, como trata de hacerlo el Ministerio de lo Interior, impone un hurgar muy cuidadoso, ya que la sutileza de los hilos que mueven ese núcleo de agitación, en cada zona del país, procura desesperar a las autoridades, que ya agobiadas por una reforma fiscal de efectos nefastos para la economía, tendrían que dedicarse a una profunda labor investigativa, ya que la muerte del coronel policial del pasado martes 23, cae en una franja de la anarquía que se procura instaurar y emprender una desestabilización.

 Se podría pensar que los sectores más poderosos del tráfico de drogas, con elementos  bien situados y de poderosas conexiones, podrían  estimular a esos grupos  radicales de la agitación. La frecuencia de una serie de movilizaciones, con infiltración de sicarios con la misión de segarle la vida a policías, soldados, comunicadores y de indefensos, para asustar una población muy angustiada, cuando siente que sus  recursos están menguándose, ya que la canasta básica familiar no puede ser cubierta con el sueldo mínimo de los ocho mil pesos mensuales.

Esas protestas no son espontáneas, y el grupo político o económico que está armando la tragedia  dominicana, podría estar partiendo de una visión equivocada del continente en donde hay focos de intranquilidad en algunos países; podría pensarse que Venezuela se encamina hacia una etapa de inestabilidad social, después que las manos que condujo a ese  país, en los primeros 13 años del siglo XXI, desapareció.

Ahora bien, si las protestas no son estimuladas por los grupos políticos y económicos tradicionales,  que  se identificaban con el financiamiento y organización de las mismas, entonces hay que buscar un grupo político tirado a un lado,  que se siente temeroso ante el empuje de una  nueva realidad política y social del país, donde la popularidad del presidente Medina, como lo demostró la encuesta Gallup del periódico  HOY de la semana pasada, ha puesto a rabiar a mucha gente  que ya quisieran ver un colapso de un estilo de gobernar  que no está encaminada hacia las grandes inversiones, ya que se ha centrado  en darle una nueva esperanza a la gente, especialmente con el excelente programa de alfabetización que ya está rindiendo sus frutos, y su excelente ciclo de visitas sorpresas los fines de semana.

 Hay empeños en desestabilizar al país, ya sea desde el litoral del narcotráfico o del político, que teme perder lo que ya disfrutaron con deleite por varios años,  dejando la estela de una corrupción que se ha convertido casi en un mal endémico de la vida dominicana. Tarde o temprano ese mal debilita la fortaleza de muchos que  forjaron sus vidas  en un ambiente de honestidad y responsabilidad.

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