Con las situaciones adversas que se han dado en las economías del mundo, muchas personas se muestran desesperanzadas y con un alto sentido de pesimismo.
Con gran preocupación ponen la mirada y el pensamiento en los índices negativos de las finanzas, el problema de la alimentación, la inseguridad, el cierre y amenaza de plantas de producciones y fuentes de trabajo, entre otras cosas que ocupan el espacio de los medios de comunicación.
Al cotejar todas las variables, a la conclusión que llegan los economistas, analistas, pensadores y expertos es a que el porvenir no apunta a nada bueno.
Sin embargo, el temor, el pánico, la ansiedad y el derrumbe emocional que esta visión apocalíptica producen pueden ser peor que la misma realidad.
En una sociedad no hay nada más devastador que sustituir el valor, el ánimo y el entusiasmo por un temor asfixiante y siniestro.
Siempre se ha dicho que lo último que se debe perder es la esperanza.
Debemos empezar la jornada del nuevo año con fe en nuestra capacidad de trabajo, de resolución y logros ante las adversidades, de cambio en las variables negativas, de triunfo en la derrota y de una visión clara que trace un nuevo rumbo.
En lugar de enfocarse y anunciar condiciones desastrosas, nuestros líderes deben infundir coraje al pueblo y la capacidad creativa para abrirse paso en medio de las barreras y los obstáculos que presentan esta etapa de grandes desafíos.
No necesitamos magnificar la adversidad, lo que necesitamos es corazones grandes y mentes ingeniosas.
Como dijo Martín Luther King ante la inmensa multitud de negros abatidos por la discriminación y la vida maltrecha en Estados Unidos, con esta fe, volvamos a nuestras labores con la esperanza de un mejor mañana.