Nuestra imagen

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El mayúsculo escándalo por la falsificación y comercialización de pasaportes oficiales, que se investiga en estos días, debe ser motivo de vergüenza para los dominicanos que aman este país. No se trata solamente de las acciones criminosas de jurisdicción local implícitas en la falsificación de escrituras y la comercialización de un documento por parte de gente con funciones públicas, sino también de la deplorable imagen que de nuestro país se transmite al mundo a través de semejante conducta.

Esta acción, que debería ser castigada con la mayor severidad posible, coloca a la documentación oficial dominicana en el exterior bajo lupa de sospecha y desconfianza, pues no sólo se trata de que alguien tuvo la iniciativa de incurrir en falsedad en escrituras, sino que otros, también con funciones oficiales, validaron todo aquello para posibilitar botín para los autores de esta grosería y pasaportes oficiales para quienes no tenían calidad para tenerlos.

-II-

Al Ministerio Público le corresponde manejar estos asuntos con la mayor precisión, para reunir cuantas evidencias sea posible e impedir, a toda costa, que puedan quedar exentas de castigo las tantas complicidades que se supone debe haber para que lograra funcionar con cierto éxito un tinglado de esta catadura.

El lodo arrojado sobre la imagen del país con estas prácticas sería insignificante en comparación con el que se derivaría del hecho de que el manto de la impunidad, que ha funcionado tantas veces, pueda salvar de castigo a cabecillas y cómplices de estas bajezas.

En otro orden, quizás convenga que toda esta podredumbre haya sido destapada en época tan cercana al proceso que conducirá a las elecciones congresionales y municipales del 16 de mayo del 2006. Aspiramos a que con todo este acontecer tan fresco en la mente, nuestros electores serán más cuidadosos en la selección de la gente que habrá de ocupar funciones públicas.

A eso aspiramos, para tratar de desprender el lodo lanzado sobre nuestra imagen de nación.

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Negativo

El liceo Juan Pablo Duarte fue alguna vez la máxima expresión pública como espacio para la transmisión de conocimiento.

En estos tiempos, todavía muchos profesionales invocan con orgullo el haber cursado la secundaria en ese plantel, y esto tiene que ver con la calidad de la enseñanza que allí se impartía.

Era un ejemplo de organización, disciplina, calidad docente y comodidad para el estudio. En la actualidad es una versión inversa de aquel buque insignia, un negativo, una negación. De tal gravedad ha sido la involución, que hay que racionar la enseñanza por falta de butacas y espacios adecuados.

Hay quienes se irritan al ver esta involución plasmada como noticia de primera plana simultáneamente en más de un diario de circulación nacional. Peor para ellos, porque desperdician en vano enojo un tiempo que deberían emplear, como les corresponde, en devolverle a este baluarte de la enseñanza el esplendor perdido.

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