Nuestra orfandad ética

 Nuestra orfandad ética

REYNALDO R. ESPINAL
No se precisan de sesudas ni académicas elucubraciones para arribar a la infausta como preocupante conclusión de que en la República Dominicana estamos viviendo días grises de orfandad ética. Tanto brillan por su ausencia los ejemplos de decencia y honradez, sobre todo en las más altas instancias de los poderes privados y públicos, quien al igual que aconteció al filósofo Diógenes, en la antigua Grecia, podríamos vernos tentados a creer que si salimos a la plaza buscando una persona honesta, corremos el riesgo de no encontrarla.

Soy de los que creo, empero, que en el país tenemos aún grandes reservas morales, personas las más de las veces anónimas que no procuran sinecuras ni protagonismos y que tratan de vivir conforme a los dictámenes de la recta conciencia. Estos ejemplos, sin embargo, pasan las más de las veces desapercibidos, debido en parte a que para el morbo sensacionalista de muchos medios de comunicación, la honradez no es noticia.

Haría falta algo así como una “galería de honrados anónimos”, donde se resaltara el valor edificante de conductas ejemplarizadoras, esas que tantos conocemos y que se ven cotidianamente apacadas por el prontuario indecoroso de tantos mercaderes de nombradías.

En el caso específico del ejercicio ético del Poder Ejecutivo, me atrevería a sugerir a la joven comisión de ética creada por el ejecutivo, que auxiliada por el apoyo de buenos historiadores, rastreara en nuestro pasado para dar a conocer aquellos ejemplos de ciudadanos honestos que han ocupado posiciones de poder, incluida la más alta magistratura del Estado, sin dejarse corromper por el oro corruptor.

Si así lo hicieren no dudo en vaticinarle que se llevarán gratas y edificantes sorpresas.

Pienso, por caso, en un Francisco Gregorio Billini, que al día siguiente de su patriótica renuncia del poder, en que pronunció aquel discurso memorable, fue a tomar diez pesos prestados donde el ilustre ciudadano don Máximo Grullón, tal como nos cuenta Moscoso Puello en su obra “Navarijo”. Así Bonó, así Espaillat, y también por qué no, prestantes funcionarios del régimen de Trujillo como el caso de Don Víctor Garrido, de quien uno de sus colaboradores me contó que al regresar de una misión en el extranjero le interpeló diciendo ¿Cuánto te sobró?. Diciéndole el interpelado la cantidad don Víctor le expresó: “lo que sobró vamos a devolverlo con un oficio, eso pertenece al Estado y no a nosotros”.

En la reciente publicación póstuma del libro de Don Fernando Amiama Tió, cariñosamente “Don Marullo”, titulado: “Ayer, 30 de Mayo, y después: vivencias y recuerdos”, me han resultado sobremanera gratas y aleccionadoras sus alusiones a la honradez tanto de su tío don Cundo Amiama como de Manuel Arturo Peña Batlle, quienes declinaron amablemente las dádivas navideñas de Trujillo. Este último, por ejemplo, confesó al autor de la obra: “…mira muchacho, yo solamente le acepto dinero a papᔠ(ver Pág. 124).

Me viene a la memoria también, en este contexto, el ejemplo de mi admirado amigo el ingeniero Carlos Ramón Domínguez, un monumento de probidad. Don Carlos, a quien Trujillo otorgó una contrata, habiéndole sobrado dinero lo devolvió al Estado a través del Banco de Reservas, ante la estupefacción incrédula de muchos que no dudaron en tacharlo de “pendejo”. Don Carlos fue catalogado por Trujillo como el “Ingeniero honrado”, y fue elevado, jovencito aún, al cargo de secretario de Estado Obras Públicas.

Necesitamos ejemplos de dignidad. En la empresa, en la academia, en la justicia, en los medios de comunicación, en el gobierno, en todos los quehaceres de nuestro accionar colectivo.

Ignoro el nivel de preocupación que existe por el tema ético en el ámbito de nuestras autoridades educativas. Sería importante que lo supiéramos, pero más importante aún es que todos los que tenemos responsabilidades académicas, a cualquier nivel, terminemos de convencernos de que la ética debe convertirse en un eje transversal de la enseñanza y no es un barniz marginal para adornar una currícula.

No basta con saber lo que es bueno para actuar correctamente. Actuar con criterios éticos es un asunto de hábito, de formación del carácter. Parafraseando a Aristóteles cabe decir que “…así como una golondrina no hace verano, un solo acto bueno no hace a nadie virtuoso”. Es preciso la perseverancia en el bien obrar y eso se logra educando la voluntad, tarea que nos desafía a todos, sobre todo a los padres de familia de hoy que parecemos sentirnos culpables cuando negamos a nuestros hijos la concesión de cualquier capricho.

Es, en fin, una tarea impostergable y cotidiana, pues como afirmó Platón: “…la virtud no tiene dueño, la tendrá cada uno según la honre o la desprecie. La responsabilidad es del que elige. El Dios es inocente…”   

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