Fue en el año de 1944 cuando nosotros junto con un grupo de la muchachada –de aquel entonces-, que vivíamos en la Calle, Emilio Prud´ Homme, sector este que responde al nombre de Villa Esmeralda, no obstante a su proximidad con la Villa Blanca, que mucha gente conocen como San Carlos; que asistimos por primera vez al Hipódromo Perla Antillana, el 23 de febrero del mencionado año, a presenciar la majestuosa inauguración del campo deportivo más moderno del país de la época.
Recuerdo los nombres de muchos de los muchachos, aunque lamentablemente, muchos de ellos ya han pasado a mejor vida, y que apenas teníamos entre trece, catorce y quince años, entre los que se encontraban los hermanos Florentino Rodolfo y Julio; los Nuñez Eduardo y George; los Cardona José Ernesto, José Joaquín y José Rafael; los Samá Manuel y Carlos; los Ortiz Herminio, Miguel y Merillo; los Márquez Manuel y nosotros; Pedro Martínez (pepe), Adolfo Ravelo (papito), Víctor Pichardo (Quico), Abelardo Santana; Agustín Almonte, Luis Milcíades Noboa (micho) y su hermano Pupo, y los hermanos Guerrero, Tico y Toñín, y muchos otros que escapan a nuestra empolvada memoria.
Nosotros tuvimos la suerte de engancharnos como mensajero de una de las bancas que comenzaron a funcionar en el día de la inauguración gracias a dos primos de apellido Padilla, que eran empleados del Consejo Administrativo, lo que hoy en día se conoce como el Ayuntamiento.
El sueldo era de un peso por programa, que en aquel entonces era mucho dinero, y que nosotros no podíamos disponer de él, ya que teníamos que llevárselo intacto a nuestra Abuela doña Nonó, quien fue nuestra madre de crianza.