Nuestra pequeña burguesía: Estado y nación

Nuestra pequeña burguesía: Estado y nación

No me he cansado de citar una y otra vez la famosa carta de Américo Lugo a Horacio Vásquez, de fecha 16 de enero de 1916, donde establece la inexistencia, desde el 27 de febrero de 1844 hasta el momento en que escribe, de la nación dominicana, y por ende, del Estado  dominicano, debido en primer lugar a la falta de cultura política del pueblo y en segundo lugar debido a falta de conciencia de ese mismo pueblo de su comunidad y unidad, sin la cual no hay pueblo organizado y unificado, propio de la nación moderna.

A esta doble ausencia, Juan Bosch le agregó una tercera característica: la falta de conciencia de clase del pueblo dominicano. Yo le agrego una cuarta: la falta de conciencia individual de sujeto único, múltiple y contradictorio  aprisionado en la política del signo.

Si no constituimos ni una nación ni un Estado, ¿qué somos?  Dice Lugo (“Antología” compilada por Julio Jaime Julia. Editora Taller, 1977, t. II, p. 126): “Hemos sido siempre un pueblo dirigido por el despotismo; jamás nación gobernada por un Estado. No hay Estado posible donde el pueblo no haya adquirido  la conciencia de su comunidad nacional, es decir, de su unidad personal. Solo elevándose a esa conciencia se convierte en nación y, entonces, como ocurrió, por ejemplo, en los Estados Unidos de Américo, el Estado que organiza es un verdadero Estado.”

Pedro Santana y su grupo hatero organizaron el Estado sobre el pueblo, no sobre una nación, es decir, que el pueblo no participó en la constitución de ese Estado por carecer de conciencia política, de conciencia nacional y de conciencia de su unidad personal, sin las cuales no existe una nación. El Estado santanista le fue impuesto al pueblo dominicano por la fuerza de las armas. Los trinitarios no tuvieron tiempo de plantearse el problema de la constitución del Estado dominicano, ya que fueron liquidados, exiliados y acusados de traición a la patria después del golpe de Estado de Santana en julio de 1844.

Si no constituimos ni nación ni Estado desde 1844, ¿qué somos? Lugo dice: “El Estado Dominicano, fundado sobre un pueblo y no sobre una nación, no ha podido subsistir sino en condición de farsa o parodia de los Estados verdaderos, o de comedia política ya ridícula, ya trágica, según las circunstancias.” (Ibíd.) Y agregaba el jurista y escritor: “Nosotros no llegaremos a constituir nunca un Estado –antes zozobraremos por segunda vez como ya pasó cuando la Anexión– mientras no se cree esa virtualidad política sin la cual todo Estado es un cadáver y todo pueblo una porción de humanidad fatalmente destinada a caer en el seno de un Estado verdadero.” (Ibíd.) 

Lugo profetizó, y vivió once meses antes del suceso,  la zozobra de la intervención militar yanqui de 1916. El Estado santanista fundado sin la participación del pueblo zozobró en 1861 con la Anexión y volvió a sucumbir con la ocupación militar yanqui: porque era una caricatura, una farsa, una parodia obligada a caer en las fauces de un Estado verdadero. Como ocurrió nuevamente el 28 de abril de 1965, con la segunda intervención militar norteamericana.

¿Y qué papel han jugado las Constituciones políticas que se ha dado el Estado fundado sobre el pueblo desde 1844 hasta hoy? El pronóstico de Lugo es el siguiente: “La actual incapacidad política para convertirnos en nación, hace que nuestras constituciones sean letra muerta. La constitución es la expresión de la unidad y de la voluntad pública; y las nuestras son mera expresión de la generalidad, sea mayoría, sea minoría, y, por tanto, de la voluntad popular, la cual nunca puede ser pública, mientras no se transforme en voluntad nacional.” (Ibíd.)

Lugo se propuso luchar con toda su energía, su saber jurídico y político para realizar el proyecto de nuestro Estado nacional. Fracasó, aún rodeado de las “grandes inteligencias” jurídicas y políticas del momento, porque a excepción del propio Lugo, ninguno de los que le rodearon tenía conciencia política, conciencia de su comunidad y unidad y mucho menos, agrego yo, de clase y de sujeto. El grueso de los compañeros de Lugo que fundaron el Partido Nacionalista, disuelto este, volvieron a apoyar a los partidos personalistas que, luego del cese de la intervención yanqui, volvieron al poder para disfrutar del clientelismo y el patrimonialismo con Horacio Vásquez, Rafael Estrella Ureña y Federico Velásquez. En 1930 apoyaron, como pequeña burguesía baja, media y alta, a Rafael Trujillo. Ahí estuvieron, salvo honrosas excepciones, en función de abogados, periodistas, escritores, poetas, novelistas y diplomáticos: es decir, casi toda la intelectualidad pequeño burguesa que ha tenido como “modus vivendi” desde 1844 los empleos públicos y el control de la burocracia estatal. Esta pequeña burguesía burocrática es la que ha hecho del Estado construido sobre el pueblo y del inexistente concepto de nación, un negocio redondo. Es el negocio privilegiado de los políticos desde 1844 hasta hoy.

 Los obreros y los escasos burgueses que surgieron a finales del siglo XIX, durante y después del trujillato, han carecido de la conciencia política, nacional y de clase. Nuestra fracción burguesa ha orbitado en torno a un Estado verdadero: primero España y luego los Estados Unidos. Los obreros han orbitado desde fines de siglo XIX en torno a organizaciones e ideologías internacionales europeas y norteamericanas ligadas a proyectos totalitarios, de partido único, o dogmático-religiosos. Por ese camino han transitado los llamados intelectuales dominicanos. Nunca han estado ligados a proyectos libertarios de crítica radical al Poder y sus instancias. No han examinado críticamente la relación entre lenguaje y poder ni la política del signo que avalan en su práctica y sus escritos. Todavía concilian, en pleno siglo XXI, la religión y el Estado construido sobre el pueblo, ese relente precapitalista del positivismo armónico traído por Hostos.

A Rafael Trujillo dirigirá Lugo las dos famosas cartas de 1934 y 1936 (“Antología” citada, 1978, t. III, 21-27) reiterándole los mismos conceptos expuestos más arriba en la misiva a Horacio Vásquez.

Cursa actualmente en el Congreso un proyecto de nueva Constitución disfrazado de Reforma.

 Aprobada o no, tendrá el mismo destino de “letra muerta” que han tenido las Constituciones dominicanas. Éstas han servido unas veces para apuntalar a una mayoría resultante de “la voluntad popular, la cual nunca puede ser pública mientras no se transforme en voluntad nacional” (Lugo, t. II, 126) y otras veces han servido a una minoría que se ha impuesto por la fuerza de las armas o por medios autoritarios luego de una  elección por voluntad popular.

 Para evitar lo que sucedió con el Triunvirato en 1965, ahorrémonos ese proyecto de nueva Constitución.

Examinaré, en los próximos artículos, el papel.

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