Nuestra realidad

Nuestra realidad

LUIS ACOSTA MORETA
Para enfrentar el crimen y la violencia se debe ofrecer alternativas de estudios y trabajo a la juventud dominicana, sobre todo esa masa pobre que sobrevive en barrios marginados, sin valores sociales y familiares que defender y en los cuales apoyarse.

Si en los barrios misérrimos no se fortalecen las escuelas de arte y oficio, los institutos técnicos, los clubes culturales, los centros donde se enseña manualidades a las jovencitas y sobre todo, se amplían programas educativos ligados a la alfabetización y la capacitación técnica, entonces nadie podrá prevenir la violencia.

Se tiene que elevar la educación hogareña, para que se pueda digerir el consumismo desbordado, donde nunca un pobre cuenta con los suficientes recursos, para satisfacer las necesidades artificiales, creadas por millonarias campañas publicitarias.

Aceptando el progreso y los nuevos tiempos, se tiene que ir de nuevo a la fuente moral, cuando los estudiantes de término o los nuevos profesionales sólo tenían una “remúa” de ropa que ponerse; debían lavar en la noche el pantalón, la camisa y la chaqueta, para al otro día ir a su trabajo. Era una forma de decir, en mi miseria mando yo, y no las vanidades sociales, y la lectura de que se estaba frente a un ser humano que quería superarse.

Esas prendas maltratadas por el tiempo, dejaban ver los lamparones en las rodillas y los fundillos, lo cual en vez de reducir moralmente a su dueño, lo elevaba a la consideración comunitaria, porque todos decían ahí va un hombre que su honradez y verticalidad está por encima de sus prendas gastadas por el tiempo.

Asimismo, la Junta Central Electoral tiene que ser tomada como un referéndum de equilibrio moral, para que en el futuro se restrinja la llegada a posiciones congresuales o municipales de personas que han sido condenadas en los tribunales por violaciones de las leyes o la comisión de actos de corrupción, o por el simple rumor público, cuando el pueblo apunta con el dedo acusador al funcionario que sorpresivamente acumula riqueza.

Un caso penoso, doloroso y bochornoso es que se presentaron candidatos (muchos de los cuales fueron ganadores) de los partidos tradicionales en las elecciones congresuales y municipales, que eran cuestionados por sus manejos irregulares, y en algunos casos estaban condenados por la justicia, lo cual sienta las bases de un mal ejemplo social, y de restregar en la cara del pueblo, que los delitos de cuello blanco, y amparados en las posiciones públicas, tienen inmunidad, impunidad y patente de corso.

¿Con cuál fuerza podrá enfrentarse a los delincuentes callejeros, o los que salen de los barrios, si las instituciones, las autoridades y los organismos electorales se cruzan de brazos y son hasta cómplices de implicados en actos de corrupción, que desean cargos públicos para seguir en sus bellaquerías?.

Desde la Junta Central Electoral se tienen que sentar las bases morales, haciendo las revisiones que sean necesarias a la Ley Electoral, para hacer frente y atajar a cualquier persona más que sospechosa de violar las leyes, o jugar con los fondos públicos que están a su cargo.

La utilización del gatillo por parte de las autoridades, o vigilar en grandes y modernos motores, es una acción que favorece la lucha contra la delincuencia, pero si no se da trabajo al joven marginado, sino se elevan sus condiciones de vida, si a la joven no se le da otra oportunidad que vender su cuerpo para comer, entonces por cada delincuente que caiga, habrán cien dispuestos a empuñar su chilena.

Un programa de pacificación no puede obviar que en los barrios periféricos se carece de suficientes planteles escolares, y la mayoría de los jóvenes pasan el día en una esquina, por lo que son presa fácil de los vendedores de drogas, o traficantes de la más mortal de las violencias.

¿O es qué acaso alguien puede pensar que “con dar pa’bajo a delincuentes” se va a sepultar la violencia?. No señores, las pésimas condiciones de vida de los cordones de miseria de las grandes ciudades son el terreno de cultivo de la sangre y el luto, y mientras no llevemos el progreso, la educación, la comida y obras donde ocupar las manos, allí seguirá la sangre.

Las autoridades deben disponer un estricto programa de control de la natalidad, porque el crecimiento desordenado que se produce en el país, también es un multiplicador de problemas sociales, donde las personas viven hacinadas en tugurios, casas a orillas de cañada, sin agua, sin luz, y haciendo sus necesidades, en pleno siglo 21, a cielo abierto.

Si se controlan los nacimientos de modo científico y en base a un programa realista, se podrá evitar que niñas de poco más de once años salgan embarazadas, y que muchas, para evadir la carga social, lleguen hasta a tirar los recién nacidos en sanitarios de la maternidad o en zafacones de calles céntricas, o que se entreguen a mercaderes de la trata de blanca a cambio del plato del día.

Cuando determinados sectores se dan en el pecho y lucen atormentados por la violencia, es bueno preguntarle qué están haciendo para que los jóvenes que llegan a la edad productiva encuentren trabajo, y que al menos dejen de ser fantasmas sociales, porque ni siquiera tienen actas de nacimientos, y mucho menos la cédula.

Se pecaría de ser hipócrita social, jalarse los cabellos por lo atracos y los asesinatos, y volver la cara y ver con indiferencia a los miles que a diario transitan las calles con los estómagos vacíos, mientras que las aulas escolares de los barrios están destartaladas, y agentes de la policía apresan y fichan a muchachos por simples sospechas, y le obligan a buscar cuartos para su libertad.

Si la justicia o las autoridades permiten la impunidad de los cuellos blancos violadores de las leyes, ¿cómo vamos a usar el gatillo en forma indiscriminada y bárbara para únicamente eliminar a los ladronzuelos de los callejones y los reductos de miseria?

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