La población dominicana está sufriendo drásticamente cambios emocionales y conductuales, esto se debe a un alto nivel de corrupción que genera en nosotros un miedo real, nos crea incertidumbre, un miedo a que nos dejen sin nada y sin recursos para cubrir nuestras necesidades básicas. Otro elemento que genera temor y ansiedad es el cambio de las autoridades gubernamentales, porque los efectos directos de ese cambio que se ejecuta cada cuatro años no representa la doctrina de la democracia, no encarna la libertad y la equidad. Nadie puede sentirse libre cuando no existe equidad, cuando los dominicanos pierden el empleo y los ingresos cada cuatro años, dejando a miles de familias en un vacío que succiona la mediocre seguridad que brinda el Estado dominicano.
Tengo la percepción de que la mayoría del pueblo dominicano vive en temor, en ansiedad y en estrés, esto se debe a la corrupción y a la inseguridad que cada ciudadano se expone al momento de pisar las agitadas calles de nuestros pueblos y ciudades. Aquel eslogan que decía, ¡somos un pueblo que ríe y que canta!, esa frase se ha diluido, ha perdido veracidad, debido al contexto de inseguridad social que nos rodea. El temor es fruto de un ambiente donde perdemos la seguridad nacional, jurídica, ciudadana, la seguridad social y laboral; un ambiente donde nos sentimos huérfanos de autoridades sanas y leyes claras.
Cuando la seguridad se pierde, surgen emociones dañinas que nuestras familias experimentan, esas emociones no se curan con vacunas, no la podemos parar con mascarillas; de hecho, según las estadísticas, las muertes por emociones dañinas son más que las muertes generadas por el COVID-19. Algunos estudios reflejan que alrededor del 50% de las enfermedades tiene origen emocional; otros estudios afirman que puede estar por encima del 70%. El flagelo del mundo no es el COVID-19, es el estrés, produciendo inestabilidad y muertes en las familias, y en nuestro caso, en el pueblo dominicano.
El flagelo del estrés es alimentado por diferentes vías, una de ellas es la corrupción, la corrupción no solo afecta a los gobiernos, a las empresas, a las instituciones gubernamentales, también afecta a cada dominicano; nos afecta tanto que tenemos una población percibiendo ingresos muy bajos en un país que produce de todo y con una posición geocéntrica envidiable por muchas naciones; además, no solo es el bajo salario, a esto se le suma la realidad que el Estado no suple de manera satisfactoria los servicios de agua potable, salud, educación, alimentación y electricidad.
Del charco emocional se sale parando la corrupción en los partidos y en el pueblo, no aceptando a los corruptos y promoviendo el imperio de la ley. Es tiempo de rescatar el Estado politizado y fragmentado, un Estado atrapado por franquicias de partidos políticos omnívoros. ¡Salgamos!