El mundo cristiano recuerda a los pequeños mártires que fueron muertos por órdenes del rey Herodes luego del nacimiento de Jesús.

Los Santos Inocentes se convirtió en una simpática celebración cargada de juegos y bromas. ¿Quién no recuerda aquella expresión: “inocente mariposa…?”

Sin embargo, los juegos y las bromas se han ido perdiendo con el tiempo, como también ha ido desapareciendo la inocencia de los niños.

La dura realidad que los golpea es la razón principal para que una gran mayoría de nuestros infantes haya dejado la inocencia atrás y crecido de golpe. Tempranamente han tenido que lanzarse a la calle a buscar el sustento, muchas veces de ellos y de sus familias.

Otras veces la situación es peor, porque transitan por el mundo de los vicios y la delincuencia, situación generada por la irresponsabilidad de los padres, por la falta de oportunidades de empleos, por la carencia de aulas, y porque cada vez se agranda más la brecha entre ricos y pobres.

Igualmente, nuestros niños y niñas han sido invadidos por los mensajes que les llegan por diferentes vías, sobre todo a través de los medios de comunicación. Por ejemplos, el encanto de la celebración de los Reyes Magos se perdió hace mucho y por eso cada año los pequeños acompañan a papá y a mamá en la selección de los regalos.

Y esos infantes marginados, que la calle ha hecho adultos, no tienen razones para creer en ese mundo mágico de reyes y regalos. Sin embargo ¡cuánta falta hace una dosis de inocencia!

Creo que el momento es propicio para volver un poco atrás y hacer feliz a un niño o a una niña marginada, brindándole un regalito, una caricia, un gesto de amor y acogida.

Recordemos que Jesús nació en un pesebre, porque no tuvo quien le diera albergue a sus padres y que nosotros siempre hemos afirmado que se lo hubiéramos dado si nos hubiera tocado vivir en esa época.

Esos infantes son en Niño Jesús de hoy. De modo que nos corresponde hacer de la Navidad un compromiso con la inocencia.