La country-dance cruzó presumida, contoneando su agitado vaivén sobre las cimas alegres del oleaje alborotado, repartiendo pregones canasteros como flores y su jarrón retinto rezumando espumoso el XVIII franco-ibero. Allí incuba contagiosa la figurera contradanza española, embotonando con la Conquista las frivolidades populacheras del nostálgico edén americano. Su inevitable herencia amamantó de savia y colorido el nervio esponjoso de nuestra diversidad musical ibero-caribeña, donde el mutante atrevido del hormiguero dominicano las reparte, transformando su aroma campestre en contradanza criolla y en parejas su atrevido danzar enamorado.
En Historia de la Conquista de la Isla Española de Santo Domingo trasumptada el año de 1762, (tomo primero): traducida de la Historia General de Indias escrita por Antonio de Herrera cronista mayor de Su Majestad, y de las indias, y de Castilla; y de otros autores que han escrito sobre el particular, por Luis Joseph Peguero, el discreto autor, Peguero, oriundo del Baní-Canario, nos lega su valioso manuscrito rescatado entre documentos antiguos descubiertos en la Biblioteca Nacional de Madrid, aportando un invaluable dato, hasta ahora historiográficamente ignorado. La mención establece crono-históricamente (1762), la presencia originaria objetiva de la contradanza en La Española. Inconocida en lugar alguno del Caribe:
Aunque el Almirante la llamó siempre la Ysabela Nueva dos meses tenía, la fundación de la ciudad de Santo Domingo cuando llegó a noticia del Adelantado la grandeza de la Provincia de Xáragua donde tenía su Corte el Rey Bohechio, de cuyo estado, y policía se desian grandes cosas, y determinó irla a reconocer. (p.91)
El evento, que adornara la visita de Bartolomé Colón a Jaragua (1496), parte del ceremonial indígena, pudiera establecer la presencia asombrosa de la contradanza en La Española en una cronología contradictoria, anterior a Inglaterra y Francia, argumentando el fechado. Sin embargo, atribuimos la terminología, no al original escrito por Antonio de Herrera, sino, al fervoroso trasumptador Joseph Peguero en 1762.
El comentario evidencia que contradanza era elemento grato del conocimiento y rutina cultural criolla. El párrafo establece la referencia como documento histórico inobjetable. El mismo confirma y delata la rutinaria danza como rasgo cultural referencial maduro, socialmente comprensible y asimilado. Sus procesos de integración al escenario idiosincrásico común corresponderían a síntesis remotas de capitalización cultural.
El párrafo no solo confirma existencialmente la contradanza, sino, plantea, a su vez, que tanto en musicalidad e intenciones coreográficas, el areíto no constituía aberración primitiva ni degradada, sino calificadamente cercana a expresiones como esa sugerente semicontradanza. La apreciación es juiciosamente reforzada por López de Gómara y Fernández de Oviedo. Oviedo, antipático decorador de la indiada, proclama entusiastas observaciones, afirmando la similitud de expresiones regionales españolas con el areíto. Esto dio lugar a la autora norteamericana Nancy OSullivan-Beare, en Las mujeres de los conquistadores, refiriéndose a las 300 doncellas que escenificaran el esplendoroso recibimiento a Ovando en Jaragua, sugerir el absurdo escandaloso de que aquellas doncellas fuesen españolas y no aborígenes, justificándose prejuiciadamente en la esplendidez coreográfica que destacara Fernández de Oviedo. Quede registrado, historiográficamente, que ningún cronista osó comparar, ¡nunca!, el feliz arte del danzar taíno con expresión africana de baile alguno.
Es este elevado concepto, en términos del desarrollo orgánico, rigor y gracia del danzar aborigen y su similitud con la contradanza, lo que ilumina la expresión reveladora del párrafo glorioso:
Saliolos a resevir tada la nobleza deste reyno, y se contaron beinte y dos casiques acompañando a su Rey Bohechio, y Anacaona, señora de buena presencia que aun estando en poco adorno, no les paresio mal a los castellanos su seriedad respectiva, y facciones; llegaron antes que los Reyes, treinta doncellas desnudas, sin cubrir mas que las parte secretas con una faldilla de Algodón fino; con ramos de flores en las manos, Y CON UNA SEMICONTRADANZA AL SON DE SUS MARACAS, Y TAMBORES FUERON YEGANDO DE CINCO, EN CINCO, y ponían, a los pies del Adelantado Don Bartolomé los ramilletes de flores, cantaban y saltaban moderadamente, apeados el Rey y sus Casiques de las Andas, hasian hal Adelantado sus reverencias, tocando el suelo con la mano derecha, y luego la aplicavan al lavio: ceremonia que no husaban los señores casiques solo a su Rey.(p. 91).
La elocuencia del término semicontradanza en boca del autor en 1762 deja establecida y registrada histórica y cronológicamente en La Española, primadamente, la presencia objetiva de la contradanza. Su familiar enteramiento y manoseo rutinario en lenguaje danzario o escrito.
La existencia remota de la contradanza en la parte española es validada desde la musicología cubana, de forma resabiosamente ambivalente:
Una treintena de años después de la experiencia inglesa, la contradanza criolla se reanima al influjo de la inmigración de colonos franceses haitianos o dominicanos, que se esparcen por toda la isla con sus tradiciones tanto agrícolas como culturales. Desde 1793 hasta 1803 la impronta dominicana vivifica a la contradanza criolla. Si los dominicanos introducen la contradanza se crea un raro fenómeno inesperado, original y creativo en la tradición cubana, al observar los logros tan rápidos de la contradanza en tan pocos años para que, antes de 1793, se la ignore cuando había sido popular en Europa por casi cien años y en 1800 sea tango de todos los días. Exabrupto sin justificación dialéctica. (Natalio Galán, Cuba y sus sones, p. 102).
Cuando llegó el siglo XIX, en sus principios, al arribo a Cuba los emigrados dominicanos, ellos también trajeron consigo a los franceses y la contradanza al estilo francés, que tuvo gran influencia sobre los compositores de música popular y bailable cubana. Estos bailes de cuadro tenían que ser dirigidos y ensayados por un experto que llamaban bastonero. (Elena Pérez Sanjurjo, Historia de la música cubana, p.339).
Que existiera en Cuba antes de la llegada de los negros franceses es hecho muy probable. Pero debió verse muy confinado en los barracones de esclavos, ya que solo pasó a la música de baile después de los días de la inmigración dominicana. En la vecina isla, en cambio, su presencia era tan activa que solía incorporársele con la contradanza. Es interesante observar que en una contradanza publicada en París, a fines del siglo XVIII época en que Bernardino de Saint Pierre había puesto las Antillas de moda y que llegó a Cuba por el camino de Port-au-Price con el título bien significativo de La Insular, hallamos el uso insistente de un ritmo (ajeno al carácter de la contradanza) que parece una notación torpe e inexacta, pero con la misma colocación de valores breves, del cinquillo. (Alejo Carpentier, La música en Cuba, p. 131).
El Port-au-Prince cubano era el aborigen: Camagüey, receptor de una importante inmigración dominicana. El hecho de que la contradanza mencionada fuese titulada en español: La Insular y publicada en París en español, plantea su lógico origen en la parte española. Con respecto al ritmo, ajeno a la contradanza, que parece desconcertar a Carpentier, podría tratarse de resabios de nuestro carabiné o más probablemente estaríamos en presencia del merengue.
Nuestra indiferencia por lo francés o haitiano es históricamente notoria: una carta del 14 de julio de 1796 — día de Francia del cesante Regente de la Real Audiencia de Santo Domingo don José A. de Urizar, dirigida al Príncipe de la Paz, don Manuel Godoy, advierte el encargo particular de que se prefiriesen las canciones republicanas y marchas con que se condujo a Luis XVI al patíbulo. (R. Demorizi, Música y baile en Santo Domingo, p. 42).
Es de sentido común entender que los dominicanos, usufructores de antiguo del contradanzeo (1762), antecedente a Cuba, Haití, etc., recibiríamos lo francés durante los breves años de la indeseada ocupación napoleónica, no en el compás estéril y vacuo de la inerte irrupción egorreica haitiana, como atestigua, sin remordimientos, la Historia.