Nuestros líderes y el buen juicio

Nuestros líderes y el buen juicio

POR PASTOR OSCAR AROCHA
Un ideal en el uso de nuestra facultad de comunicación es que toda expresión sea con el objeto de hacer bien. Digo ideal, ya que por naturaleza humana esto no será siempre posible. Así haremos hoy. Nuestro objeto es edificar. Pero es necesario que empecemos señalando lo negativo primero, y no es irracional ni falta de amor que asi lo hagamos. El caso supremo: cuando Dios reveló los Diez Mandamientos, empezó Sus Palabras con una negación. Un «NO». Es decir que una declaración edificante puede ser iniciada señalando lo negativo y luego el remedio o sentido positivo.

Es un sentir generalizado que vivimos, quizás, en la generación mas sensual de la historia, y una de sus manifestaciones es la falta de juicio objetivo, o un predominio del subjetivismo. Nos referimos a aquella influencia que gobierna la vida de una persona: sentimientos, impresiones personales, las más de las veces irreales o alejadas de la verdad. Lo peligroso es que la persona no sabe con certeza la esencia de dicha impresión, no obstante se deja gobernar por ella. Consideraciones íntimas que afectan la conducta y en algunos casos hasta la visión total de la vida. El individuo con inclinación subjetiva, recibe un impulso interno, se le despierta la imaginación, y lo irreal produce una conducta motivada por una impresión que sólo existe en su interior. Eso es juzgar y actuar sin objetividad. Después de todo, nuestra conducta es controlada por la forma como vemos las cosas, y si el individuo da mucho oído a su imaginación o impresiones intimas, el error y las frustraciones serán común en su vida, y si se trata de un dirigente, un funcionario público, o líder político, no hay que ser sabio para predecir con certeza los malos efectos de su gestión.

Al oír a nuestros gobernantes, congresistas, jueces, políticos, técnicos, empresarios, el común de la gente en sentido general, ya sea en palabra escrita o hablada, por radio o TV, es notorio en ellos juzgar su entorno por lo que les parece, no por la realidad de los hechos. Lo alarmante es que la subjetividad se ha hecho epidémica en quienes menos deben tenerla: los que dirigen a otros. Con el agravante de que la conducta de los de arriba se convierte con facilidad en ley para los de abajo. Con el perjuicio de que las buenas esperanzas como país caen en el saco de lo irracional, y las promesas de progreso se reducirían a demagogia involuntaria. Un dicho de Salomón parece resumirlo: «El príncipe falto de entendimiento, multiplicará la extorsión» (Pro.28:16). Nótese que un gobernante sin objetividad en el juicio, haría que el mal se agrandara cuando su irracionalidad desciende al pueblo. Estimularía la corrupción. No que su falta de objetividad la produzca, sino que agrava la que existe.

Peor aún, cuando los hombres son guiados por sus propias ideas, percepciones sentimentales o lo que llamamos prejuicios, y no por los principios de un sano juicio u objetividad, se acentúa la necesidad vital para la nación de que los funcionarios públicos posean sano juicio, y más aún si son nombrados para resolver problemas. Entonces, cabe aquí el grito de alarma: Con urgencia necesitamos una luz superior que nos guié, ya que de lo contrario pensaríamos estar caminando hacia el bien, cuando iríamos en pos del perjuicio.

¿Qué sería de una nación si los funcionarios para resolver problemas de energía, salud, finanzas, educación, etc. estén gobernados por ideas subjetivas o basadas en lo que a ellos bien le parezca, y no en lo que debería ser? ¿Podrá un hombre dominado por la subjetividad identificar el mal a resolver? No, de seguro que no. Por tanto, en un país donde este mal esté entronado en niveles de autoridad, será harto difícil hacer el bien que necesita el pueblo.

A menudo somos testigos de que cuando racionalmente se considera como inapropiada una conducta, la reacción del perjudicado es defenderse con este argumento: «Me quieren hacer daño», o este otro: «Me injurian por envidia». No cuestionan si la reclamación es justa o no, sino que se imaginan que le quieren hacer daño y subjetivamente se expresan. Tales cuadros reflejan la ausencia de un juicio objetivo.

Entonces, ¿cuál es el remedio? Amar y estimar la palabra de Dios sobre todas las cosas. La cosa mas valiosa en este mundo es la palabra del Señor. Salomón lo dijo así: «Mejor es adquirir sabiduría que oro preciado; Y adquirir inteligencia vale más que la plata» (Pro.16:16). Esta exhortación sea para todos, y aplica maravillosamente a la gran cantidad de políticos que llegan al gobierno buscando riquezas. En resumen, ser sabio es mejor que ser rico. Hacer el bien es superior a decirlo. Seguramente tuvimos amigos y amigas que valoraron mas sus propios impulsos humanos que el sano juicio, y luego vimos cómo el subjetivismo los arruinó por completo. Y, al recordarlos, apenas tenemos de ellos un recuerdo compasivo, pues son dignos de lástima. Que no sea este tu caso.

Amar la verdad es sentir su fuerza en el corazón. Alguien pudiera mejorar su conocimiento, y aun así no sentir su fuerza. El cerebro puede ser calentado, y no así el corazón. Alguien vio un manjar exquisito, pero su paladar no lo saboreó. La mente lo vio y el corazón no lo tocó. La verdad, sin ser obedecida, no fortalece la voluntad, y no tendrá fuerzas para vencer los impulsos de la subjetividad y así evitar ser gobernados por el error involuntario.

parocha@ibgracia.org

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