Leyendo la hoja número 79 de mi calendario hago esfuerzos para trasladar la memoria a la niñez de comienzo de la década de los cincuenta del pasado siglo XIX para revivir la música mexicana que en forma de rancheras y corridos llegaba a mis oídos por medio de la radio. Jorge Negrete, Pedro Infante, Miguel Aceves Mejía, Amalia Mendoza y demás se disputaban la hora azteca mañanera. Regreso al presente cuando las hojas otoñales las convierto en almohada para deleitar mi audición con el discurso inaugural de la primera mujer presidenta de los Estados Unidos Mexicanos.
El mundo moderno ha visto desfilar a damas exhibiendo el símbolo ejecutivo máximo desde el medio siglo pasado. Mencionamos entre los gobiernos algunos como los de Israel, Gran Bretaña, Alemania, Argentina, Brasil, Chile, Perú y Honduras. Ahora me detengo en las letras del discurso inaugural de la Primera Eva entre los tantos adanes de la tierra de Hidalgo, Morelos, Benito Juárez, de Madero y de Zapata, así como de Lázaro Cárdenas, entre otros tantos.
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La novel incumbente azteca de 62 años es la presidenta número 66 del Estado mexicano. Asciende al solio presidencial desde su última posición de gobernadora electa de Ciudad de México. Es egresada de la Universidad Nacional de México (UNAM) graduada de doctora en filosofía mención Ingeniería energética. Es una prolífera investigadora científica con numerosos artículos y dos libros que tratan sobre el desarrollo sostenido.
Su discurso arranca agradeciendo y reconociendo los aportes de su predecesor Andrés Manuel López Obrador. Lo reconoció como “el iniciador de la revolución pacífica de la Cuarta Transformación”. Expresa: “Hoy, 1ero. de octubre de 2024, inicia la segunda etapa, el segundo piso de la cuarta transformación de la vida pública de México”. Más adelante agrega: “Del fracasado modelo neoliberal y el régimen de la corrupción y privilegios, a uno que surgió de la fecunda historia de México, del amor al pueblo y de la honestidad, lo llamamos: el Humanismo Mexicano. Por eso hablamos de una transformación profunda. Y aceptémoslo, a todas y a todos les ha ido mejor. Con este pensamiento y su puesta en marcha, se cayeron muchos mitos y engaños del pasado: por ejemplo, durante el período neoliberal, ese que le costó tanto al pueblo de México y que marcó nuestra historia por 36 largos años, se decía que el Estado debía diluirse o subordinarse a las fuerzas del mercado, que si la economía se regaba desde arriba, iba a llegar a los de abajo. Que si se aumentaba el salario mínimo iba a haber inflación y no iba a haber inversión extranjera. Que si el Estado participaba en la economía, iba a haber crisis económica y devaluación, que la corrupción era inherente al gobierno, que la libertad sólo existía en el mercado, que la educación, la salud, la vivienda y el salario justo eran mercancías y no derechos. Todo resultó falso.
En otra parte de su alocución reiteró: “México es un país soberano, independiente, libre y democrático. Queremos la paz y la fraternidad de las naciones y nos coordinamos, más no nos subordinamos. La política se hace con amor, no con odio. La felicidad y la esperanza se fundan en el amor al prójimo, a la familia, a la naturaleza y a la Patria”.
En medio de la guerra intercontinental se siente un aliciente canto al sur del río bravo como bálsamo de paz.