Nueva etnia: dominico-haitiana

Nueva etnia: dominico-haitiana

EDDY PEREYRA
Las comunidades dominicanas y haitianas tienen afinidades culturales, e históricas, y poseen un producto orgánico de vecindad que han permitido facilitar que estas colectividades, a lo largo de siglos de convivencia social, se liguen, se junten, se acostumbren, se mezclen y se tornen conexas. En la antropología moderna el viejo criterio de la raza, como factor de diferenciación de los grupos humanos, ha sido sustituido por el de la cultura, reservando el término raza exclusivamente para el mundo animal o vegetal.

Al interior de este enfoque político, se ha determinado que forman parte de sus características sus creencias, su lenguaje, la economía, la alimentación, el arte, los estilos de vida, las costumbres, el vestido y la vivienda.

Los guetos haitianos o lo que es lo mismo, los grupos de inmigrantes urbanos que mantienen una especie de sociedad cerrada conservando su cultura, se han postrado, asimilando la transferencia de la cultura dominicana, lo que ha conllevado a vigorizar el subconjunto social que en una ocasión fue llamado «rayano» (hijo de la unión de dominicano y haitiano). Los miles de hijos de haitianas nacidos en los hospitales de la República sumado a los asentamientos en todo el territorio nacional, producto de las migraciones masivas, han forjado el surgimiento de una nueva etnia: la dominico-haitiana.

Se ha dado, pues, una difusión, debido a la capacidad normal que tienen las dos naciones de adquirir elementos de sus culturas e incorporarlas una dentro de la otra.

Para sustentar la opinión, puedo señalar que la nueva etnia dominico-haitiana tiene su dialecto nacido del creol y el español dominicano; su creencia religiosa, que es el Vudú Dominicano; su tipo de alimento primordial (arroz y maíz); su baile y otras manifestaciones culturales de gran arraigo como es la convivencia, básicamente por razones de subsistencia con sus atrayentes simbólicos de bienestar y seguridad. Dentro del ritmo argumental histórico podemos indicar, asimismo, que en la obra «La República de Haití y la República Dominicana» del doctor Jean Price Mars, considerada como el mayor esfuerzo desplegado para trazar los perfiles históricos comunes de los dos pueblos coinsulares, el autor establece que hacia 1822 no había sustancial diferencia de cultura entre los pueblos haitiano y dominicano.

Por eso, para Price Mars ambas poblaciones son más o menos iguales, partiendo del hecho de que el elemento africano entra en la composición de la etnia dominicana.

«No había entre dominicanos y haitianos un irreductible conflicto ideológico, un inconciliable estado de ánimo, una diferencia fundamental y trágica de mentalidad que deba tarde o temprano a conducirlos fatalmente a enfrentarse en la larga y sangrienta batalla que duró once años».

Viendo por otra parte el elemento lenguaje, algunos críticos señalan que la influencia lingüística proveniente de la haitianidad es nociva e invade nuestra lengua, destruye nuestros usos lingüístico-culturales y pretende sustituir el español dominicano.

No parten éstos del hecho que las lenguas puras no existen, que éstas se dejan penetrar por otras lenguas, así como los hablares se dejan fecundar o penetrar por otros hablares; y que en definitiva, el dialecto o los dialectos sociales son la base del desarrollo lingüístico.

En materia de creencia religiosa, Price Mars dice en su libro «Ainsi Parla 1 oncle», que el voudú es una innegable supervivencia del fetichismo y del animismo africano y que en Haití lo practica la inmensa mayoría de la población rural. De igual manera los investigadores Fradique Lizardo y Esteban Deivi comprobaron la existencia de un Vudú Dominicano, registrado principalmente en los bateyes y en la zona suburbana más poblada del país, como consecuencia de la asimilación de prácticas y sincronismo mítico-religioso de los habitantes de ambas naciones.

Obviamente que las inmigraciones masivas de hoy y los años más recientes alimentan particularmente y en lo inmediato a la nueva realidad cultural étnica.

De ahí que, además de motivaciones adicionales, Manuel Arturo Peña Batlle expresara que «no hay sentimiento de humanidad, ni razón política, ni conveniencia circunstancial alguna que pueda obligarnos a mirar con indiferencia el cuadro de la penetración haitiana». Apuntando a seguidas que «si los dominicanos no mantienen el entronque de la nacionalidad pueden dar por descontado que a la larga pereceremos en nuestra significación actual».

Lo que se transformará entre nosotros, además de la relación de poder, será la manera de vivir, la manera de pensar y la manera de sentir de la colectividad, como expresión nacional.

De modo que, dado que en el país cohabitan las etnias dominicana, haitiana y la dominico-haitiana, no sería aventurado decir que esta última (la dominico-haitiana), al cabo del tiempo, se desarrollará en su significación social y económica, influyendo determinantemente en lo político y lo electoral; y si se convierte en mayoría, acabará imponiéndose sobre las demás.

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