¿Nueva etnia?

¿Nueva etnia?

FRANCISCO ALVAREZ CASTELLANOS
Me refiero, para que no haya dudas ni especulaciones, al artículo publicado el pasado 24 de agosto bajo el título de «Nueva etnia: dominico-haitiana», bajo la firma de un señor llamado Eddy Pereyra. Dicho sea de paso, ya no somos dominicanos, sino dominico-haitianos. A juicio del versado articulista, la «nueva etnia dominico-haitiana tiene nacido su dialecto del creol y el español dominicano; su creencia religiosa, que es el Vudú Dominicano,» y otras aberraciones que me hicieron comenzar el día de mal carácter.

Y asegura Pereyra que, según el doctor Jean Price Mars, «no había sustancial diferencia entre los pueblos haitiano y dominicano». Y que para Price Mars «ambas poblaciones son más o menos iguales, partiendo del hecho de que el elemento africano entra en la composición de la etnia dominicana».

¡Diablos, hay que tener coraje para decir toda esa sarta de barbaridades!

En primer lugar, los esclavos que los hacendados franceses tenían en su colonia, Haití, en el último decenio del siglo 17, eran africanos de pura cepa. Y cuando estos decidieron emanciparse de Francia, ¿qué hicieron? Pues, pura y simplemente, quemaron las plantaciones que habían hecho de Haití la colonia más próspera de Francia en América y, más todavía, asesinaron a cuanto francés encontraron en su camino. Con esas actuaciones Haití selló su destino político y, fundamentalmente, económico. Nuestro país no se independizó de Haití, sino que simplemente se separó, gracias a los esfuerzos de los Trinitarios de Juan Pablo Duarte. ¡Nos separamos de Haití, señor Pereyra !

Nosotros somos otra cosa. Primero que todo, somos cristianos, señor Pereyra, muy distintos a los que tienen el «vudú» como creencia religiosa fundamental.

Haití, después de convertirse en Estado libre, sobre la sangre de una cantidad indefinida de franceses de todas las edades, entendió que la parte española de la isla también les pertenecía, y se adueñó de ella durante 22 años. Pero antes de ser expulsados, rifles y machetes en mano, por los patriotas dominicanos, tuvimos que soportar el incendio de Azua y la matanza sin nombre realizada por Dessalines en la iglesia parroquial de Moca, donde sus soldados asesinaron a centenares de personas, especialmente mujeres y niños. Y desde entonces han querido volver.

Sin que esto sea, ¡Dios me libre!, una aceptación de un hecho paralelo en cierta forma al de Moca, ¿ qué cree usted, señor Pereyra, que estuviera pasando en este país si Trujillo no hubiera ordenado la matanza del 1937?

Por si usted no lo sabe, para esa época la moneda haitiana corría en la mayor parte del Cibao y del Sur de nuestro país. El «papanó» (el chele haitiano) y el «gourde» (el peso) era lo que se veía en Santiago y muchísimas ciudades y aldeas del país, porque lo único que teníamos nosotros era el «clavao», una moneda que valía 20 centavos.

Pues bien, si el país no se hubiera «deshaitianizado» en esa época, hoy no existiera la República Dominicana y el presidente actual a lo mejor se habría llamado Jean Pié o algo por el estilo.

Los haitianos, siempre cuando Trujillo, y mediante tratado entre los dos gobiernos, venían al país cuatro meses al año, a trabajar en la zafra. Eran pagados y devueltos a su país indefectiblemente. Algunas haitianas que tienen, «según los que saben de eso», «atractivos sexuales» que no tiene la mujer blanca, se convertían en amantes de dominicanos y, como ente eminentemente prolífico que eran (y son), empezaron a tener hijos, muchos de los cuales eran escondidos para no ser enviados a su país como los demás.

En Haití hay dos principales atracciones turísticas: el «vudú», sangriento y anticristiano, y la famosa «Citadelle», construida por el «rey Cristóbal» en una montaña. Porque los haitianos del siglo 18 quisieron imitar ridículamente a sus antiguos amos, los franceses, y «fundaron» monarquías. Allí hubo ridículos reyes y hasta emperadores. Y muchos árboles, muchos árboles.

Los reyes y emperadores sucumbieron fácilmente ante un pueblo ya pobre y desde siempre analfabeto y supersticioso, y desde entonces empezó a sucumbir la misma tierra haitiana. Si usted, señor Pereyra, hubiera hecho lo que yo hice una veintena de veces, es decir, volar sobre tierra haitiana, verá que Haití no es un «país fallido», simplemente no es un país, es un territorio «terminal». Las montañas fueron despojadas de los árboles (lo mismo que están haciendo aquí, dicho sea de paso, con la ayuda de malos dominicanos), y al no haber árboles que retuvieran la tierra, con cada aguacero esa tierra iba a parar al mar, arrastrando de paso la de los valles.

Hoy Haití es un «país inviable», y así lo escribí hace más de un año. No se puede hacer nada por Haití… a menos que personas como el señor Pereyra piense que en el lado Este de la isla, o sea en la República Dominicana, tengan otro hogar.

¡Alerta dominicanos, que tenemos haitianófilos «por pilas», aunque ostenten nombres y apellidos dominicanos! Y si se dan los planes de ciertos países extranjeros que esperan que nosotros nos echemos esa carga encima, los titánicos esfuerzos hechos por los Trinitarios habrán sido en vano. Y tendremos que echar al zafacón del olvido las fotos de Duarte, Sánchez, Mella y muchos más; nos veremos obligados a eliminar el Panteón Nacional, y los restos y cenizas que allí son venerados, esparcidos en el mar. No tendremos himno, ni bandera, ni escudo.

Y otra cosa también importante. Los haitianos que pasan nuestra frontera, en la forma que fuere, nos están retrotrayendo a épocas hace tiempo pasadas. Porque aquí se erradicaron prácticamente enfermedades como la tuberculosis, la malaria, la «buba», algo que los dominicanos de hoy no saben qué es y muchas enfermedades más, porque en Haití no hay lo que se dice hospitales decentes y son por decenas las haitianas que vienen a dar a luz en hospitales dominicanos. En un hospital de Santiago dieron a luz hace cosa de un mes 230 mujeres haitianas que no tenían permiso legal para estar en nuestro país.

Los gobiernos, después de Trujillo, se han hecho de la vista gorda con el asunto de los haitianos. Y los ha habido que los han provisto de cédula personal de identidad (ahora electoral), pero con el fin de agenciarse sus votos en unas elecciones.

En otras palabras. Somos un país al borde del colapso. Del colapso político, económico, social y moral. Y no vemos que se esté haciendo nada para impedirlo.

El espectáculo de infelices mujeres haitianas con hasta cinco niños alrededor, uno en brazos y la «barriga llena», pidiendo limosna en las esquinas de esta capital y de Santiago, es algo que parte el alma. Pero estamos ante un dilema: o Haití o la República Dominicana, o ellos y nosotros.

Y no estoy diciendo que somos blancos. Apenas un once por ciento lo es, un 78 es mulato y el resto negro. Somos un país multiracial, como lo es Estados Unidos, donde hay hasta «rojos» (los pieles rojas) y amarillos.

Pero el artículo del señor Eddy Pereyra debe servir de trompetazo de alarma para todos los dominicanos, salvo que querramos que un día amanezcan nuestros descendientes otra vez bajo la férula de aquellos que una vez nos tuvieron 22 largos años bajo un régimen que por poco nos saca de la historia.

Hay que ayudar al pueblo haitiano. Pero ni siquiera tienen las tierras necesarias para sembrar su comida. Ni ríos. Y aquí, en nuestro país, están haciendo lo mismo que hicieron en su país: depredar valles y montañas hasta convertir un territorio feraz en un desierto.

Conviertan a Haití en una inmensa zona franca, donde trabajen los haitianos, cobren en dólares, paguen su comida y otras necesidades con esos dólares pero, por favor, que nadie intente crear una nueva etnia: la dominico-haitiana, porque hacer eso es, pura y simplemente, convertir toda nuestra patria en un inmenso campo de batalla.

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