Nueva sociología atomística

Nueva sociología atomística

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Materia es una palabra latina que ha dado mucho de que hablar y escribir. Los diccionarios de la lengua española definen la materia de este modo: “realidad primaria de la que están hechas las cosas”. Enseguida el lexicógrafo agrega: “realidad espacial y perceptible por los sentidos, que, con la energía, constituye el mundo físico”. La inclusión de “la energía” en esta explicación del significado de la voz materia debe ser cosa reciente, algo que ha resultado de la difusión de las teorías de la física contemporánea.

Materia es un vocablo que tiene el mismo origen que madera; quizás por eso es posible sacar tantas virutas mentales alrededor de su definición. Los políticos suelen ser “materialistas”, tanto los de extrema izquierda, que lo declaran abiertamente, como los de extrema derecha, que no logran ocultarlo. Después de los saludos de rigor, los políticos que asisten a una reunión acostumbran decir, con tonos muy graves: “Señores, entremos en materia”.  Por supuesto, dicha expresión no tiene nada que ver con el conocido poema de Pablo Neruda titulado: Entrada a la madera.  Pero son los científicos quienes con mas frecuencia se refieren a la materia. Mientras poetas, filósofos y políticos se contentan con aludir a la materia, los científicos se sientan sobre ella – amos o propietarios – como si fuese un banco de madera. Ese es el caso de los físicos de nuestro tiempo.

A veces este banco “coge fuego” y a los físicos se les queman las nalgas. Es exactamente lo que ocurre hoy. Átomo es la palabra griega con la que se designa la porción más pequeña de materia. Átomo significa indivisible. Se pretende que el átomo sea la unidad básica de la que se componen todos los objetos del mundo. Hay átomos de plomo, de oro, de uranio, de cuantos elementos existen en la naturaleza. Los físicos, como saben los estudiantes de bachillerato, han dividido el átomo a pesar de la imposibilidad que su nombre indica. Y han “encontrado” dentro del átomo los protones, electrones, neutrones, que son las fuerzas que lo mantienen unido, estable, “indivisible”. A las partículas “sueltas” del átomo las llaman “sub-atómicas”, esto es, más pequeñas aun que el átomo del que proceden. Los físicos han ido suponiendo, conjeturando, a veces deduciendo, gran cantidad de otras partículas sub-atómicas, inasibles o inobservables en el laboratorio. E inmediatamente las bautizan con nombres bastante poéticos: fotones, mesones, neutrinos, positrones, bosones, quarks. Estos últimos los han “partido” en entidades “simplicísimas” que llaman rishones, estratones, preones, maones, dyones y hasta unos inexplicables “anomalones”. Al llegar a este punto alguien debe preguntar a los físicos: ¿Ha desaparecido la materia al irla rebanando en capas cada vez más finas? ¿La “realidad espacial” a la que nos remite el diccionario de la gente común, se ha diluido al “desencajar” la estructura del átomo? ¿Lo verdaderamente “material” no será, precisamente, la energía de las partículas del átomo organizadas y actuando en  estructura? ¿Qué es la masa? ¿Es una “coagulación” de la energía? ¿Los físicos se han vuelto platónicos?

El apoyo físico elemental del materialismo es el átomo. Si este desapareciera en un haz de interacciones electromagnéticas que funcionaran de un modo o de otro, alternativamente, se disolvería también el fundamento de una de las creencias más firmes del hombre. Los físicos de hoy no saben bien “a qué atenerse”. Los filósofos, viejos y nuevos, siempre preguntan por el ser, por el ser de las cosas, por su consistencia “esencial”, desde Parménides de Elea hasta Heidegger de Friburgo. Algunos científicos prefieren referirse a Demócrito de Abdera, llamándole filósofo-físico, para anclar en la antigüedad las teorías atomísticas y al mismo tiempo desentenderse de los sofistas, meros retóricos, oradores o leguleyos del razonamiento. Demócrito afirmaba que los átomos “se pegan entre sí y otras veces se despegan”. Algo así como ocurre con los protones en el núcleo y los electrones alrededor del núcleo. El “no algo” de Demócrito equivale a la nada como soporte, marco y contraparte del ser en la filosofía de Heidegger. En ese “no algo” flotaban los átomos que, según Demócrito, “son infinitos, existen desde siempre, giran en torbellinos”, chocan, se rechazan, se atraen. Cuando se amontonan crean “los objetos que nos rodean”. Pero Demócrito no tenía laboratorio, ni acelerador de partículas; no podía hacer la fisión del átomo, ni “provocar” la radioactividad.  Era un materialista que no se proponía destruir la materia con bombas que liberaran la energía prisionera en el átomo.

Pues bien, han surgido unos pensadores “alternativos” que son atomistas de la sociedad”, atomistas de la economía y de la política. Los individuos que habitan un país son como las partículas de los átomos: tienen cargas positivas, negativas, neutras. Tienen movimiento de rotación y de traslación: recirculan en su lugar de origen o emigran a otras tierras.  Producen – al irse o al quedarse – caos u orden, en una o en otra dirección. Orden político y caos político; orden y caos social; orden y caos económico; se suceden interminablemente en las sociedades, como equinoccios y solsticios en las órbitas planetarias. Esta visión podría dar lugar a una nueva filosofía de la resignación y la conformidad, para uso de nuestras comunidades atomizadas e individualistas. Una “sociología atomística” parece una contradicción en los términos. Sociedad es un vocablo que se aplica a las muchedumbres aglutinadas por la cultura, a la pluralidad de las gentes que interactúan; átomo, por el contrario, es lo  pequeño, lo mas mínimo que podemos aislar de una realidad mayor. Los hombres que miran  solitariamente la TV en la penumbra de sus dormitorios son, en la actualidad, piezas desarticuladas de la convivencia habitual. Son individuos atomizados, “monadas” sin ventanas para asomarse a las vidas de los demás. Tal vez sean el vivo retrato del egoísmo en poltrona, de la insolidaridad satisfecha.

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