Nuevas miradas para una episteme caribeña UNA SOLA ISLA. Somos una sola isla que se repite. El efecto barlovento nos hace más verde al norte y más desértico al sur.

Nuevas miradas para una episteme caribeña UNA SOLA ISLA.  Somos una sola isla que se repite. El efecto barlovento nos hace más verde al norte y más desértico al sur.

Es posible pensar el Caribe desde un horizonte que no se aleje de sus propias prácticas discursivas, de su representación como positividad y como habla?
Elementos significantes saltan de lo que hacemos a lo que pensamos y repetimos constantemente. Somos islas. Si, como dice Llorens: Las hespérides. Somos el espacio perdido de La Atlántida platónica que se recrea en el frontispicio del monumento funerario a Colón, cual si fuéramos descendientes de los deseos y dioses griegos. Como si un Virgilio nos hubo de recrear cual si fuéramos los griegos perdidos…
¿Somos una metáfora del mar en que divagó el divino Ulises, donde los pies más ligeros de Hermes llevaron las nuevas (donde Afrodita con palabras salidas de sus lindos labios preguntó por la suerte de quien había hecho tantas ofrendas a los dioses)? ¿Es el discurso mitológico griego que le da valor a ese reencuentro que posibilitó Colón entre el mundo conocido y el nuevo orbe? ¿Podríamos explicarnos desde una mitología que se recreara en otro archipiélago? ¿Somos islas de viajes y regresos? ¿Es posible un saber sobre nosotros que excluya el relato y la sátira? ¿La historia de los periodos y los posicionamientos de razas, clases, el clima y la cultura viajera?

Hablar del Caribe siempre será la búsqueda de ciertas metáforas. ¿Plasmar nuevas miradas para nunca encontrar un marco categorial que nos permita explicarnos? ¿Es posible que el pensamiento occidental nos nombre? Ya ha fracasado en su metafísica, en sus nociones de modernidad, Estado, clases, progreso, objetividad. ¿Es el Caribe, los que vivieron y los que vivimos conformamos otra realidad —una subrealidad, una suprarrealidad o una irracionalidad— que nos funda en el relato?

1. Antonio Benítez Rojo narró el Caribe en varias de sus obras y, en “La isla que se repite”, nos deja varias metáforas de las que no podemos desembarazarnos. La primera tiene que ver con el Caribe como vagina del nuevo mundo. Pero me resisto a entrar en un relato del pasado. Y, por lo tanto, veo que aún el mundo nuevo renace en el Caribe. Está naciendo un nuevo mestizaje cultural, porque los grupos étnicos europeos recibirán en los próximos cincuenta años miles de africanos que lucharán por una nueva ciudadanía; las poblaciones del este de Europa y parte de Asia se han desplazado hacia el oeste. Y han causado un pandemónium: el movimiento social de la xenofobia. No quiero ser profeta. El Caribe es el espacio de una mezcla nueva de razas. Se hizo añicos el entendido de que hay alguna superioridad en el color de los ojos, en el color de la piel. Aquí las civilizaciones han cambiado su modo de decir, sobre todo de hablar de civilización.

La olla originaria de una nueva cultura universal rompe con la Universitas cristiana con sede en Roma con la Biblia de Lutero que los barcos de los piratas trajeron a la Feria de Guanahibes. Y M. A. Gattinara fracasó en su intento de una monarquía universal con Carlos V como emperador, así como fuera el gran fiasco final la Armada Invencible de Felipe II. La visión de un paraíso en América en cartas y bulas papales que demarcaban los meridianos y daban posesiones cuasi divinas sobre seres mansos y desnudos, que vivían como si estuvieran en el Paraíso, se desvanece por la entrada del mercantilismo que era la misma base de los entendidos que los reyes firman con Colón en Santa Fe.

La declaración de los derechos del hombre y el ciudadano crea en el Saint-Domingue francés, la sublevación de Ogé y Chavannes y nunca más los blancos pudieron controlar —por lo menos directamente— una colonia de negros sin pensar en la posibilidad de la muerte propia. Tenor que los hizo pasar el Canal del viento hacia otro Puerto Príncipe.

2. El Caribe es un conjunto de islas que se repiten. Y su centro está en todas partes. Me recuerda la explicación de Dios en “Pensamientos” de Pascal. El sentido semiesférico del Caribe y su movimiento en el tiempo. Hoy Santo Domingo es el centro, ayer, Puerto Rico, antes de ayer lo fue Cuba. En el siglo XIX, terminando, Saint Thomas y antes, Venezuela. El Caribe cambia de centro y somos, como bien lo ha dicho Benítez Rojo, un centro de flujos. Iniciamos con el flujo del negocio triangular (Caribe, África, Europa) y seguimos con la navegación convoyada de las flotas, en procura de guardar las riquezas reales y cuidarnos de los piratas.

Ya los enemigos de España habían surcado estos mares. Ya entraban a aprovisionarse en las salinas del Cabo Rojo puertorriqueño. Ya habían atacado puertos, mercadeaban cueros y habían hundido naves en las ciudades puertos de estas islas. Ya habían recibido el fuego de las artillerías entre El Morro y el Cañuelo de San Juan. Ya los holandeses se preparaban para atacar a Salvador de Bahía y las costas de Riohacha podían saborear los peces que degustaron el cadáver de Francis Drake. El Caribe se alejó de Europa y, en la Feria de Portobelo, los barcos llegaban con retrasos; y, aun así, desataron fiestas y carnavales en esa colonia venida a menos que describe García Márquez en “Del amor y otros demonios”. Nos repetimos en la soledad y el abandono, en ser la zona desechada y visitada de vez en cuando. Se trastocaron los correos y las cartas se extrajeron dejando a todos en el sálvese quien pueda. La cultura que se impone se debe al contrabando, la piratería, el corso… la delincuencia contra el estado nos hace ricos, desde hace tanto tiempo.

Somos una sola isla que se repite. El efecto barlovento nos hace más verde al norte y más desértico al sur. Nuestras ciudades atlánticas son La Habana y San Juan. Una era puerto entrada y otra de salida. Santo Domingo, Pointe-à-Pitre y Kingston son ciudades que miran al sur al mar que nos crea. Carpentier nos ha visto como las islas sonantes, donde el paisaje y la música son lo mismo. Así como el mangú y el mofongo, el sancocho y el arroz con frijoles solo tienen pequeñas diferencias, nos repetimos en la danza que viene de otra isla como lo es Britania y pasa por Francia y se aloja en Haití, Martinica. Y se acelera en el merengue que prohibió en su bando el gobernador Juan de la Pezuela en el Puerto Rico decimonónico y que Espaillat trae en sus escritos. La danza señorial que Tavárez y Morel Campos recreó la aristocracia local y que tuvo en la ciudad puerto de Ponce la ilusión de una modernidad invitada que sucumbió ante el nuevo poder emergente en 1898.

Atrás quedaron los sueños y deseos de modernidad que los vendedores de sueños les regalaron a Buenaventura Báez, a Ulises Heureaux (Lilís). Así finge leer un artículo en un diccionario y se inventa el dramaturgo puertorriqueño Alejandro Tapia y Rivera un Puerto Rico moderno. Montado en un globo y orientado por un astrolabio persa, vio escuelas, bancos, ferrocarriles, bibliotecas y universidades; significó la democracia e integró al jíbaro a la polis, para terminar la lectura convencido de que no era más que el invento de un lector cegato. Ilusiones de una clase letrada que vio en la modernización la manera de igualarnos con la revolución industrial americana, cuando Martí retrataba el progresismo que iría a aplastar las islas que, a pesar de todo, se salvarán por su capacidad de creación (continuará).

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