RUBÉN SILIÉ
El concepto de nación, actualmente existente, está referido a una categoría histórica surgida a partir del siglo XV. Se inició con el desarrollo del sistema capitalista, al interior del cual se construye una estructura social y política que delimita un territorio. Sobre éste actúa soberanamente el Estado y reconoce a su interior el funcionamiento de una economía basada en la expansión del mercado interno, una estructura política bien definida; y, vínculos culturales propios a una o varias etnias que se identifican como pertenecientes al espacio territorial.
En los momentos de su surgimiento, la nación estuvo influenciada, principalmente por la esfera política de lo social. Esto así, sin dejar de reconocer que el predominio de aquella impidiera la intervención de las otras esferas como la cultural, la religiosa, la psicológica, la ideológica y la económica; todas las cuales integran la estructura de la sociedad.
En tal sentido, mientras la nación estuvo bajo la influencia de la esfera política como predominante, fue ésta el recurso por excelencia para construir en las naciones el sentimiento de pertenencia y la identidad nacional. Esto queda evidenciado en la propia historiografía clásica. Los contenidos eran fundamentalmente orientados a describir las grandes epopeyas en un estilo épico que se conjugaban en un rosario de acontecimientos; los cuales resaltaban el protagonismo de personajes heroicos en las grandes batallas que dieron la gloria de la soberanía a las respectivas naciones.
Esto contribuyó a que los valores nacionales predominantes de nuestras sociedades, quedaran enmarcados en la esfera política y que nuestro cuadro heroico esté compuesto por figuras legendarias que se destacaron en aquellas acciones ocurridas en los acontecimientos más sobresalientes de la historia.
Los tiempos de la globalización tienen otros reclamos, pues ya los países no se ven necesariamente abocados a la demarcación o defensa de sus soberanías como lo hicieron en los momentos fundacionales. Incluso, las guerras no tienden a generarse únicamente entre Estados, existiendo casos de importantes guerras que se desarrollan en estos momentos que no responden a enfrentamientos estatales, sino entre grupos y un Estado (a veces hasta a más de uno), asumiendo diversas modalidades en su confrontación. No obstante, los conflictos bélicos han perdido mucho de la emotividad patriótica que solían generar y crece cada vez más, el rechazo a las guerras como medios para la resolución de conflictos.
La instantaneidad con que ocurren los hechos sociales en esta época, así como su interconexión entre los puntos más distantes del planeta, han abierto amplias brechas a las distintas esferas de lo social, donde lo político ha perdido preeminencia. Tampoco se puede afirmar que la relevancia de un hecho social, para ser reconocido por una nación como significativo para su identidad, tenga que haber ocurrido en su territorio o en relación con éste.
Sin entrar a discutir el estado actual de la nación, como categoría histórica, llamamos la atención sobre el surgimiento de nuevos actores de las identidades nacionales. Ahora, los pueblos tienen la posibilidad de solidarizarse y agruparse alrededor de valores no necesariamente políticos, como viene ocurriendo por ejemplo, con los emigrantes quienes actúan como vectores de la transnacionalidad, contribuyendo con su acción a definir importantes rasgos de la nacionalidad actual. Igual está ocurriendo con los grandes artistas y los deportistas.
Sobre todo, entre los jóvenes, cuyos nuevos héroes no son únicamente los políticos. Cada vez más, los artistas y los deportistas compiten con los políticos en concitar el entusiasmo y el orgullo nacional.
Un buen ejemplo de esto lo tenemos con los protagonistas del campeonato mundial de fútbol, cuyos sacrificios en el campo de juego son reconocidos como batallas que refuerzan el orgullo nacional de cada uno de los países participantes.