Ella, mi madre, me tomó en sus dos manos el día que nací desnudo, sin nada, solo sus manos me acompañaban. Mi madre me llevó a la iglesia y al colegio con sus dos manos, las mismas manos que ella usó como profesora y como consejera empírica; así fue, por más de cuarenta años educando a cientos de niñas que hoy también son madres con manos tiernas. Usó sus manos para sazonar los mejores quipes, para hacer aquel jugo de limón que sigue presente en mi paladar.
Mi madre, quizás como la tuya, no es cibernética, no usaTwitter, YouTube, WhatsApp, Messenger, Instagram, Facebook, Snapchat, Spotify, mi madre no tiene un correo electrónico; sin embargo, cuando se comunica cambia vidas, transforma conducta, moldea mi comportamiento y me ayuda a desarrollar mi potencial. Las manos de mi madre no se gastan, como la mía, en un teclado impersonal, detrás de un mensaje sin vibración, sus manos marcan el teléfono de forma directa, su voz y su respiración se pueden escuchar en aquel fondo acústico donde se perciben sonidos reales de su cálida casa, el perro ladrando, la lluvia acariciando las hojas del árbol centenario frente a su casa, el saludo de la vecina, el chiripero usando su garganta a todo pulmón, la camioneta que vende verduras, mi padre tocando piano y al mismo tiempo pidiendo café de forma segura y sin temor de que esas manos tiernas de mi madre dibujen en el aire una señal de un no.
Mi madre, es más que cibernética, está presente, no tiene miles de seguidores, ella prefirió seguir con sus manos a su esposo, a sus hijos y nietos; cuando pienso en las manos de mi madre, llega a mi limitada memoria aquel poema de Federico García Lorca, que dice: “Yo no quiero más que una mano; una mano herida, si es posible.Yo no quiero más que una mano
aunque pase mil noches sin lecho.Sería un pálido lirio de cal. Sería una paloma amarrada a mi corazón.
Sería el guardián que en la noche de mi tránsito
prohibiera en absoluto la entrada a la luna.Yo no quiero más que esa mano
para los diarios aceites y la sábana blanca de mi agonía.
Yo no quiero más que esa mano para tener un ala de mi muerte. Lo demás todo pasa.
Rubor sin nombre ya. Astro perpetuo. Lo demás es lo otro; viento triste, mientras las hojas huyen en bandadas.” Cuando pienso en la métrica de este poema me arropa un temor, el temor de que un día no podré sentir las manos de mi madre.
Las manos de mi madre sanan heridas, consolaron vecinos y amigos que perdieron sus hijos por las atrocidades del dictador Trujillo. ¡Madre!, lo único que te pido en este tu día es que NUNCA DEJES DE COGERME LA MANO.