Los que han seguido mis escritos saben que desde que se comenzó a hablar de introducir la segunda vuelta en la Constitución, manifesté criterios contrarios. Alegando entre otras cosas, que en vez de constituir un método más democrático, como se alegaba, no dejaba de ser una fórmula en procura de una mayoría forzada o ficticia.
Una especie de eclecticismo entre un sistema democrático directo en el que gana el que más votos obtenga, y el representativo o parlamentario, en el que se eligen representantes que deben reunir mayoría para conformar un gobierno.
Forzar a una mayoría del 50 más 1, aunque alguien obtenga 49 y los demás, que pueden ser tres o cuatro, entre todos sumados, reúnan el 51 %. Para mí eso es una aberración. Pero bien.
Desde que se introdujo la segunda vuelta, solo hubo necesidad de aplicarlo una sola vez.
Precisamente cuando se estrenó. En las elecciones del 1996. Para evitar el triunfo de Peña Gómez y darle paso al PLD con el auspicio de Balaguer y las fuerzas contrarias a posibles cambios estructurales.
A propósito de eso, les narro un acontecimiento ocurrido semanas antes de las elecciones del 2000. Fui invitado a un desayuno en el que participaban personas importantes en determinados medios. Querían escuchar mis argumentos de manera personal, ya que en un artículo publicado había manifestado que Hipólito Mejía ganaría en primera vuelta. Tal vez el único.
Con el perdón de los que participaron, puedo mencionar entre ellos a Mons. Agripino Núñez Collado, Carlos Morales, Miguel Franjul, Frank Cabral, Rudy González, Guaroa Liranzo, Orlando Gil. Cuando se inició el diálogo, expresé que no habría segunda vuelta y que dudaba que volviera a haberla en el país. La mayoría se sorprendió. Es más, uno de esos amigos de forma chistosa dijo que había sido tan exagerado, que debería rebajarle algo. Ganó Hipólito y nunca más hemos tenido segunda vuelta.
No me gusta la segunda vuelta, introducida por una situación especial y particular de determinados sectores, pero parece que una parte importante del país tampoco la considera necesaria. Ese nutrido sector de la sociedad dominicana es más sensato y sabio de lo que algunos suponen. Y como no lo entienden necesario, entonces se esmeran en lograr resultados definitivos y concluyentes.
Lo de Luis Abinader frente a los demás candidatos se veía venir. Solo los obnubilados lo dudaban. No entendían la realidad. Estaban apostando o forzando a una segunda vuelta, que provocaría más entuertos y problemas en un país agobiado por el COVI y la situación económica. Para provocar negociaciones, arreglos, acuerdos.
Por eso el país decidió en primera vuelta de forma contundente. No había que ser sabio para entenderlo. Cansancio, escándalos, división y todo lo demás. Era evidente. No me gusta la segunda vuelta y a muchos dominicanos tampoco.
Ahora a Luis le toca planificar y trabajar. Crear el clima de paz, armonía y esperanzas que el pueblo requiere. Y los perdedores, volver como en el 2000 al Muro de las Lamentaciones, sin olvidarse de hacer su Mea Culpa.