Nunca se fueron

Nunca se fueron

Hubo un silencio extenso. Cómplice. Quizás el miedo, la vergüenza, quizás el dolor, la confusión. Tal vez el exilio obligado de algunos, la conveniencia. Pasaron días, semanas, años. Aniversarios sin corona ni recordatorios. Omisiones, regateos, traiciones. El pleito para lograr un sitial en el altar de una patria despreciada.

Porque el anti trujillismo ideológico fue exterminado. Cada intervención armada provocaba la masacre. La delación permitía el éxito. El anti de la dignidad, ese que comenzó en el año 1930 y no claudicó, ese de las voces bajas y la mecedora de la derrota, que sobrevivía gracias a la donación esporádica y asustadiza, murió solitario. Sin canonjía ni epitafio.

El 30 de mayo del 1961 confundió a los más sagaces, tanto, que el tirano jamás creyó posible la hazaña. La sangre, después de la noche del atentado, fue mucha y el desconcierto también. Si durante 31 años se vivía desconfiando de la sombra, el tiranicidio acrecentó la suspicacia. Entre ráfagas y tortura, compadrazgos y cobardía, la población dudaba. Creer o no creer. Las autorías desvelaban y sorprendían.

Muerto “el jefe” los cómplices de la satrapía, entraban y salían. Los más audaces renegaban de su contubernio con el régimen y cambiaban la chaqueta para salvarse. Por eso aquello de: “en vida del Generalísimo éramos tres millones de trujillistas, a su muerte nos convertimos en tres millones de antitrujillistas. Fuimos seis millones de repente”.

Aviones, fugas, barcos, lingotes, archivos. Elecciones, golpes de Estado, gobiernos de facto, latrocinio, revolución, autoritarismo y el acotejo criollo triunfaba. El erario permitió que el luto fuera más llevadero. La burocracia acogió adversarios. Embajadas y consulados estuvieron al servicio de paniaguados y de agraviados. Era muy difícil explicar la genuflexión, el agradecimiento a Balaguer, la colaboración con su gobierno, el enriquecimiento gracias a sus favores.

Las manifestaciones de los nostálgicos de la era estaban por doquier. Los discos con los merengues de Alberti y Kalaf, se vendían en las esquinas. Sonaban y suenan. Se bailaron en las fiestas de las Fuerzas Armadas (2000-2004). Recuérdese el barullo por aquel “recogiendo limosnas”.

Reinas de belleza, grupos de bailes, cantantes, orquestas emblemáticas, empresarios, políticos, le rendían pleitesía, en su exilio dorado, a Ramfis y Angelita y luego contaban la aventura sin intento de justificación.

La parentela del tirano creció y se multiplicó. Con o sin Ley 5880, descendientes y colaterales, siempre han estado aquí. Invierten, participan en campañas electorales, escriben, opinan. Algunos cofrades han muerto pero el afecto se transmite.

Para acallar remordimientos existe la fábula del trujillista y pariente bueno y el malo, el calié solidario y el sanguinario. Sicarios reconocidos cuentan sus tropelías y comparten pasatiempos, con las víctimas tardías del oprobio. Barraganas seniles añoran las sábanas del poder. La prole adulterina exhibe orgullosa su bastardía. La tercera generación encontró en la isla, cariño, trabajo, recuerdos. De cuando en vez asoma la rabia sin condena. Las querellas no fueron atendidas. Queda la discusión. También las preguntas sin respuestas.

Ramfis Domínguez Trujillo, espera el reconocimiento para su partido “Esperanza Democrática”. El ciudadano se pavonea por las calles, asiste a los programas de radio y TV, visita San Cristóbal, difama, distorsiona. El miércoles pasado fue invitado a pronunciar una conferencia, en la PUCMM, sobre Narcotráfico y Corrupción. El caso de Ra- dhamés pudo motivar el tema. Otra oportunidad para que el agresivo Ramfito apreciara los detalles de la democracia. Lástima que suspendiera su participación. Un grupo de personas quería escucharlo, debatir con él, sin riesgo de cárcel, muerte, exilio, tortura.

Cuando Angelita Trujillo Martínez publicó aquellas memorias de áspid decadente, homenaje a su padre, la presunción de culpabilidad estuvo presente. Convencida de la imposibilidad de una sentencia condenatoria, beneficiaria de la dejadez de sus pares, convertidos, décadas después, en acusadores, también conoce la imposibilidad de una defensa. A su torpe y desfachatado vástago, no le corresponde su impunidad, tampoco sus culpas. Tendrá que asumir responsabilidad por las propias. Debe estar alerta.

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