Nunca un presidente nesecitó tanto
La retórica de Churchill

<p>Nunca un presidente nesecitó tanto<br/>La retórica de Churchill</p>

POR EDWARD LUCE
Cuando se le preguntó quién era su filósofo favorito, George W. Bush dijo: “Jesús”.

Dado el número de referencias que el presidente de Estados Unidos hace sobre Winston Churchill -cuyo busto se destaca en la Oficina Oval-, y que a través de él, con frecuencia, ha asociado a los críticos de la “guerra contra el terrorismo”, con los apaciguadores de los años de 1930, no es descabellado pensar que el primer ministro británico de los tiempos de la guerra fuera su segundo filósofo.

Si ha habido alguna vez un momento en el cual Bush haya necesitado los poderes de la retórica de Churchill, fue la semana pasada.

Despojado de su control del Capitolio, con las tasas de aprobación en una caída sostenida, y en un momento en que los republicanos principales están tratando a su presidencia como   algo fracasado, todavía Bush puede hacer un uso agresivo del púlpito de la Casa Blanca. Sin embargo, Bush sigue siendo un extranjero ante los poderes sutiles de la lengua inglesa.

Este distanciamiento fue sumamente notable la noche del miércoles pasado, cuando Bush contó con 20 minutos para persuadir a su cada vez más resentido público por qué la “victoria” en Irak sigue siendo inalcanzable. Algunos dijeron que Bush se veía nervioso.- otros lo castigaron. Pero cualquiera hayan sido los sentimientos del presidente, su discurso no logró provocar el “rebote” en las cifras de los sondeos que suele seguir a una alocución presidencial en el horario estelar.

“Somos los amos de las palabras no pronunciadas”, dijo Churchill en una ocasión, “pero esclavos de las que dejamos escapar”.

Bush sí introdujo una o dos frases nuevas la noche del miércoles, la más sorprendente: “Si ha habido errores, la responsabilidad es mía” (aunque fue de responsabilidad, no de ejecución en el sentido que Bush lo admitió). Pero la mayor parte del tiempo siguió siendo un prisionero de lo que había dicho miles de veces antes.

“El desafío de actuar en un Oriente Medio más amplio, es algo más que un conflicto militar”, expresó. “Es la batalla ideológica decisiva de nuestros tiempos. Ahora EEUU está inmerso en una nueva lucha que definirá el curso de un nuevo siglo. Podemos ganar y podemos imponernos”, aseguró.

Dadas las complejidades de la situación en Irak, y el hecho de que los acontecimientos presentan un cuadro diferente al de las tierras iluminadas que Bush había esbozado, no sorprende que los estadounidenses ya no crean mucho en su guión, sea acertada o no su último diagnóstico.

Solo una tercera parte de los estadounidenses cree ahora que valía la pena invadir Irak, y una mayoría mínima concuerda con el estimado de la propia inteligencia nacional de la administración Bush (que se filtró en septiembre), de que la guerra en Irak ha fortalecido las redes terroristas.

Bajo estas circunstancias, es probable que las repeticiones verbales de Bush solo refuercen el escepticismo público sobre su control de la situación en Irak -de nuevo, si su diagnóstico de lo que significaría una retirada de Irak es acertado.

Muchas de los críticos de Bush son propensos a un verbo rancio sobre Irak, aún si están defendiendo un curso opuesto.

Cuando Nancy Pelosi, presidente de la Cámara de Representantes, o Henry Reid, líder de la mayoría en el Senado, dicen que es la hora de que los iraquíes “den un paso al frente y asuman la responsabilidad de sus propios asuntos” -como han dicho ambos, de una u otra forma-, pueden ser tan culpables por apartarse de la realidad como el presidente.

Pocos creyeron a Bush el miércoles pasado cuando dijo que el incremento de las tropas de EEUU forma parte de un plan diseñado por los iraquíes, que será desarrollado en gran medida por los iraquíes. Pero eso no significa que ellos crean en la objeción implícita del

Partido Demócrata, de que el gobierno iraquí es capaz de manejar la situación sin la presencia militar de EEUU.

Si es un problema de lenguaje, o de la sustancia que lo sustenta, hay poco que elogiar en la nueva versión de Bush de “mantener el rumbo”, o la estrategia del partido demócrata de “culparlos y salir corriendo”, como expresó ácidamente Zbigniew Brezezinski, el ex asesor de seguridad nacional.

Y como decía George Orwell, el desaliño en el lenguaje refleja y refuerza el desaliño en los pensamientos que lo sustentan.

Por supuesto, hay mucho más en riesgo que la capacidad de los líderes estadounidenses de expresarse de manera convincente. Tampoco este artículo refleja la complacencia británica. Los poderes verbales de Tony Blair, que nunca fueron, en los mejores momentos tan buenos como los de Bill Clinton, han disminuÍdo tanto como la credibilidad del primer ministro entre los británicos.

Pero cuando los políticos resultan incapaces de reflejar la realidad o los cambios en la realidad, y responden con poco más que consignas, pues no sorprende que el público espere

muy poco de sus políticas. Las tasas de aprobación de Bush son bajas. Pero también las del Congreso.

Mientras tanto, el que Churchill se tenga más en cuenta en EEUU que en Gran Bretaña, al menos habla bien de las aspiraciones lingüísticas de Washington.

A veces, como el jueves, cuando Christopher Dodd, el senador que aspira a la Presidencia por el Partido demócrata, estaba analizando “la nueva forma de avanzar” en Irak, a Churchill se le citaba con, “No hay un peor error en el liderazgo público que exhibir falsas esperanzas que pronto serán barridas. Las personas enfrentan peligros o desgracias con fuerza de espíritu y vitalidad. Sin embargo, se resienten amargamente cuando los engañan o descubren que los responsables de sus problemas son ellos mismos, que vagan en un paraíso para idiotas”.

El autor es jefe del buró de prensa en Washington.
VERSION AL ESPAÑOL DE IVAN PEREZ CARRION

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