Obama: del dicho al hecho

Obama: del dicho al hecho

Colocado en el centro cual ojo de huracán, o quizás representando el astro principal de un sistema orbitario espacial, los Estados Unidos constituyen la potencia hegemónica del capitalismo mundial. De ahí la importancia de todo cuanto acontece en esa gran nación en el orden económico, social y político. Es por ello que a nadie debería extrañar el despliegue de grandes titulares en los noticieros globales acerca de la toma de posesión del presidente número 44 de la patria de Washington acaecida el 20 de enero de 2009.

Nuestro conocimiento a fondo de la tierra de Lincoln y los Kennedy comienza en la segunda mitad de la década de los sesenta del pasado siglo, cuando fuimos a residir en el Estado de Illinois ya que trabajábamos en la ciudad de los vientos, Chicago. Para esa época la totalidad de negros en el territorio estadounidense  no pasaba de veinticinco millones de habitantes, apenas cerca de un diez por ciento de una población con supremacía blanca. Si en aquel momento alguien me hubiese pedido opinar sobre si un afroamericano podría en un futuro llegar a la primera magistratura estatal, mi respuesta rápida y casi automática habría sido una rotunda negación. Cuarenta años después lo imposible se torna en realidad.

Varios son los factores que de manera notoria contribuyeron al triunfo electoral del senador Barack Obama sobre su contendor republicano. Merece la pena destacar la situación de crisis financiera, social, ético-moral y política que hizo clímax al momento de las elecciones. El descalabro de la banca norteamericana, el estado de insolvencia en que cayeron numerosas  familias incapaces de pagar las mensualidades de sus casas, el aumento de la tasa de desempleo, sumado a la impopularidad de la guerra en el Medio Oriente obligaban a un cambio en el manejo de la cosa pública.

John McCain el candidato oficialista era visto como una prolongación de la fracasada política de George Bush. Desde ese sombrío y desconcertante panorama es que surge y se yergue imponente la figura del actual presidente. Obama, joven henchido de ideas redentoras se convierte en el símbolo del cambio. Promete revertir junto a su pueblo la caótica pendiente por la que de una manera vertiginosa resbala la economía del dólar. Anuncia la creación de cuatro millones de empleos, terminar la guerra en Irak, reformar el deficitario sistema de salud, así como enderezar las torcidas finanzas. Consigue agenciarse el apoyo de un importante sector del poder mediático, grupos religiosos, artistas y escritores. Optimizó el uso de internet y la televisión, explotando al máximo sus grandes dotes de comunicador y de orador.

Las condiciones objetivas y subjetivas coincidieron favorablemente para amalgamarse al carisma de un joven inteligente, agradable, sembrador de esperanzas, de mirada sencilla y sincera, amén de su pose humilde y decidida.

Enmarcado dentro de un esquema con profundas raíces conservadoras, habremos de esperar para saber si sus planteamientos programáticos se plasmarán en realidades. Su reto es pasar del dicho al hecho, que ojalá le resulte ser un trecho corto.

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