Obama: Enseñanzas políticas de una audacia política

Obama: Enseñanzas políticas de una audacia política

Universalmente, la mayor parte de los políticos nos tienen acostumbrado a encontrar en ellos una gran brecha entre lo que prometen en campaña y lo que realmente ejecutan desde el poder.

Sus posiciones se moldean de acuerdo con la coyuntura. No hay principios, no hay ni siquiera un convencimiento doctrinal. Puro oportunismo. Ciertamente esas actitudes pueden brindar beneficios en el corto plazo y generalmente se pagan caro en el largo plazo. De hecho, en sus acciones se esconde un profundo menosprecio al pueblo al que creen demasiado bruto para poder pensar y percatarse de los engaños o de las promesas montadas en vela,  que van hacia donde flote el viento. Un error todavía más grave.

No importa cuan bajo pueda ser el nivel cultural de una población, siempre es capaz de identificar, mayoritariamente, a los sinceros de los embaucadores o tránsfugas y a la larga le pasa la cuenta.

Cuando un político, presionado o influenciado por el presente hace una concesión a sus convicciones o principios, aunque quizás lo haya hecho de buena fe, tiene que estar preparado por que, en algún momento le van a pasar la factura.

Hasta ahora, la trayectoria política de Obama muestra una gran coherencia. Producto de una sociedad con aún profundas manifestaciones racistas, hijo directo de un africano, habiendo vivido parte de su infancia y adolescencia en un país musulmán y de clase no rica, ha llegado en un periodo de tiempo increíblemente breve a la más alta posición del gobierno más poderoso del mundo.

Cuando recién graduado – nada menos que de Harvard – le ofrecieron un jugoso salario en una oficina de abogados, optó por ir a hacer trabajo comunitario; de ahí, en menos de 20 años, llegó al Senado Federal y de éste, en cuatro años más, a la Casa Blanca.

Carismático, audaz, proyectando aires de negociador y conciliador, creyente en el multilateralismo, crítico de un gobierno que privilegie a los poderosos, partidario de reforzar a la clase media y garantizar la cobertura indispensable a los menos favorecidos. Un político que no dudo en prometer que cambiaría a los Estados Unidos e, incluso, al mundo.

¿Qué se puede esperar realmente de él? Confío en que pueden venir muchas actitudes nuevas. No una revolución en su sentido literal, como ya expliqué en otro trabajo, pero otro estilo, menos prepotencia – menos amenaza al uso de la fuerza letal -, más diplomacia, más consenso, más tendencia a alcanzar objetivos mediante el llamado “poder suave”. Se puede confiar, en principio, porque ha mostrado coherencia: fue de los pocos que votó en contra de la guerra contra Irak. Sus virtudes políticas le dieron el triunfo, no el color de su piel.

Comoquiera, todos hemos ganado. Entra a la Casa Blanca un nuevo presidente que se espera sea conciliador, carismático, brillante, inteligente: ¿no es ya un cambio impresionante?

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