Obama se arriesga al ponerse al frente del derrame

Obama se arriesga al ponerse al frente del derrame

Washington, (AP).- El presidente Barack Obama hace grandes esfuerzos para demostrar que es él, no la compañía BP, quien está a cargo de las tareas frente al derrame petrolero en el Golfo de México.

Parece ser efectivo. Pero si eso es buena política para el presidente, es otra cuestión.

Obama, quien visitó el golfo por tercera vez el viernes, criticó a BP por gastar dinero en publicidad para mejorar su imagen y pagar dividendos a sus accionistas en medio de semejante crisis.

«Quiero que BP tenga la plena certeza de que tienen obligaciones morales y legales aquí en el golfo por los daños causados», dijo Obama. «Hemos designado a federales para que miren sobre el hombro de BP» y aseguren que cumplen con esas obligaciones.

Cuanto mayor la responsabilidad que asume el presidente, mayor es su vulnerabilidad ante las críticas si las cosas andan mal. Y en materia del derrame, es muy poco lo que puede andar bien. Una vez taponado el derrame, cosa que en el mejor de los casos no sucederá antes de agosto, el petróleo seguirá ahí durante meses o años. El peligro para Obama es quedar tan empetrolado como el ecosistema del golfo.

«Para él tiene consecuencias políticas espantosas en el corto plazo», dijo Stephen Hess, del centro de investigaciones Brookings Institution. «¨Por qué? Porque la regla empírica en política presidencial es que el presidente tiene el mérito de todo lo que anda bien y la culpa de todo lo que anda mal. Y esto es algo grande y muy malo».

Con todo, Obama no tenía alternativa, porque los estadounidenses exigen a sus líderes que tomen el mando en tiempos de crisis. Cuando la compañía BP se mostró torpe e indigna de confianza, Obama tuvo que desplazarla ostensiblemente.

En un panorama ideal, se quedará con el mérito de haber tomado el control, en tanto BP será el blanco de la furia. Obama mismo ha dicho que la historia demostrará que tomó medidas acertadas. Pero nada está asegurado.

«Se puede escribir una de dos historias: está haciendo demasiado o no está haciendo lo suficiente», dijo el secretario de prensa de la Casa Blanca, Robert Gibbs, a la AP. Dada la posibilidad de elegir, la mejor alternativa es la primera, añadió.

Las malas noticias no siempre perjudican a los presidentes. Véanse, si no, la respuesta de George W. Bush a los ataques del 11 de septiembre, la de Bill Clinton a la bomba en Oklahoma City o la de Ronald Reagan al desastre del transbordador espacial Challenger. En todos los casos, la nación se unió detrás del presidente frente al desastre.

Obama, con su actitud serena y cauta, no ha establecido el vínculo emocional con el pueblo que lograron algunos de sus predecesores en tiempos malos. Pero a diferencia de desastres anteriores, el derrame no tiene un final concreto. En ese sentido, es más afin a la crisis de los rehenes que paralizó la presidencia de Jimmy Carter que al huracán Katrina.

En el caso de los rehenes, no cabía duda sobre quién era el responsable de resolverla. El presidente no cumplió, ya que la crisis de arrastró durante 444 días, y esa fue una de las causas de su derrota al aspirar a la reelección. Obama está en la cuerda floja: tiene que encabezar la respuesta al derrame, pero no hasta el punto de quedar tan absorbido por ella que el resto de su agenda queda paralizada y se lo responsabiliza personalmente por cada tropiezo.

En definitiva, todo dependerá del resultado final. Su gran esperanza es que el público le dé las máximas calificaciones por el esfuerzo realizado, pero sin olvidar, como Obama le recuerda constantemente, que la culpa es de BP.

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