Para comprender una sociedad, y a los individuos que la componen, nada más aleccionador que la convivencia. Conviviendo, aquello que parece ilógico adquiere racionalidad. Permite entender mejor el sentir de la gente; el devenir de la política; el obscuro objeto del deseo de los políticos; y las omisiones y exageraciones de la mercadología electoral.
Viviendo en Norteamérica, compartiendo con razas y escalafones sociales diversos, se puede percibir que entre anglosajones y afroamericanos las relaciones han ido cambiando para bien. Los prejuicios y la discriminación han ido cediendo, aunque persistan en demasía.
Estos cambios palpables se deben, sin dudas, a que el negro Barack duerme con su familia, incluyendo a la suegra, en la Casa Blanca. Es un logro psicosocial trascendente, histórico que, sin embargo, es material inflamable que viaja cubierto de eufemismos. Cualquier expresión racial fuera de lugar es peligrosa en la contienda electoral.
La contribución del presidente y su equipo a la integración racial ha sido indiscutible; pero mercadearla abiertamente es políticamente incorrecto. Y es que, a pesar de las conquistas en materia de derechos civiles, los Estados Unidos siguen discutiendo con amargura el látigo enervante de las plantaciones.
Hay que haber vivido, sentados en primera fila, el antes y el después del cuatrienio demócrata para verificar este fenómeno de etnias que, puedo asegurarles, es un tabú norteamericano. Nadie se atreve a traerlo a una conversación, porque enmudecen las más animadas y acaba con cualquier fandango.
En el fogueo de una campaña, protagonizada por liberales que no lo han sido a plenitud, y conservadores radicalizados, el tema se maneja con asepsia extrema. Tanto el Presidente Obama como el empresario Roomey se van por los ramos, le sacan el bulto, demostrando que no están dispuestos a regalarle municiones al enemigo, ni a meter la pata.
Si los estrategas de campaña alborotaran con la fanfarria de la reivindicación racial , los racistas y los fundamentalistas del Tea Party se darían banquete presentando al presidente como a un socialista aspirante a comunista y , de seguro, amigo de los musulmanes. Lo vienen haciendo ya hace un tiempo.
El resentimiento, la hostilidad, el prejuicio recalcitrante del blanco hacia el negro-y del negro hacia el blanco- se han ido desactivando; la dignidad y la estima propia del afroamericano va en aumento; la desesperanza y la psicología del gueto se debilitan. Esto, gracias a un descendiente de africanos que ha podido demostrar inteligencia política y temple de estadista al frente de un imperio que sufre una de las mayores crisis de su historia. Los resultados de esta puntada, hilvanada por un hombre de las minorías y que cierra en algo la herida racial norteamericana, son verificables conviviendo con la población. Se perciben en el ambiente.
Deberían bastar, por si solos, para asegurar una reelección. No obstante, esto no es lo habitual en la patria de Abraham Lincoln. Aunque intuyo, que sin tener que gritarlo a los cuatro vientos, ahora el moreno será recompensado por esa relevante contribución.