¿Obedecemos al FMI?

¿Obedecemos al FMI?

POR PEDRO GIL ITURBIDES
Una comisión congresional dominicana se reunió con representantes del Fondo Monetario Internacional (FMI). Los técnicos de este organismo multilateral vinieron animados del mejor interés respecto de nuestras finanzas públicas.

Después de todo, visitar países en los que administraciones públicas desordenadas revolvieron el tesoro público, es su trabajo. Para ello les pagan. Nosotros le pagamos al administrador público para que sea gestor del bien común. Pero con escasas excepciones, no lo ha sido. Y no lo es la administración que entregará dentro de cuatro días.

Al FMI podemos verlo como al organismo que sustituye a Wodrow Wilson con su garrote. En realidad, no lo es. Por supuesto, lo ha sustituido, pues obliga a países con una deteriorada economía pública, a reencontrarse con sistemas de control del gasto público. En el camino hacia ese objetivo recomienda medidas que intentan superar los danos ocasionados por la liberalidad oficial. Son impulsados por una razón: las economías nacionales en franco deterioro incumplen una serie de compromisos y, como secuela, influyen negativamente sobre otras economías nacionales.

Al FMI le dimos potestad, los países miembros, para que sirva al mejor ordenamiento de las políticas económicas nacionales, para que el mundo sea un lugar sin sobresaltos financieros. Por eso llegan hasta nosotros en plan de consejeros, consultores y disimulados interventores, estos técnicos que nos hablan sobre nuestras políticas económicas. Pero hay un problema: generalmente los escuchamos a ellos, aunque ellos no nos oyen a nosotros.

Y no es que haya interferencias, sino impotencia. No tanto impotencia militar o política como podría presumirse al contemplar la realidad, sino impotencia moral. Porque hemos de admitir que estos técnicos nos visitan porque hemos sido incompetentes para manejarnos adecuadamente. Lejos de procurar que nuestras finanzas públicas propulsen a toda la economía, como el tren a sus vagones, hemos descarrilado toda la maquinaria.

De la misma manera en que una economía nacional imprudente, ineficaz o ineptamente manejada repercute sobre otras economías nacionales, una economía pública ineficiente afecta la economía doméstica. Existe una estrecha relación entre ellas. Y por eso tenemos que escuchar a los técnicos del FMI con la boca cerrada, abriéndola de vez en vez para asentir. Para admitir que actuamos irresponsablemente. Porque en cierta medida estamos avergonzados de las ligerezas, las liviandades y los desaciertos cometidos.

Nos encontramos, ni más ni menos, que al igual que el adolescente al cual su padre sorprende en la comisión de una falta previamente criticada.

Pero no estamos obligados a oír al FMI sin que les digamos que este pueblo ha sufrido lo indecible. Que la depauperación en que hemos caído en los últimos tres años no tiene parangón y que el mal ha reducido la calidad de vida a grandes y chiquitos. Esos técnicos viven en oficinas climatizadas artificialmente, y quizá desconocen la realidad de nuestras gentes en estos instantes. A ellos hay que decirles que esa depauperación elevó la cantidad de pobres que teníamos. Y que el empobrecimiento sobrevino a la clase media y frenó los ánimos de expansión hasta de la clase alta.

Es preciso decirles que la macroeconomía averiada resquebrajó la microeconomía maltrecha. Por tanto, con el mismo interés con que ellos intentan recuperar el orden perdido, hemos de señalarles que la coyuntura no está para que nuevos impuestos actúen como clavo en las coyundas de este pueblo. Que admitimos que hemos tenido una administración que siguió senderos inciertos, pero que debe ayudar a renegociar deudas de modo que su servicio sea menos oneroso y gravoso a los ingresos corrientes. Para que, logrado este respiro, busquemos una brújula con norte cierto, que contribuya a otear el porvenir.

Si obedecemos a ciegas a esos técnicos del FMI, y se aplican impuestos tal cual se vienen proyectando, aumentará la cantidad de pobres en esta tierra.

Eso debemos decirles a esos técnicos, para encontrar un rodeo sin aceptar totalmente sus recomendaciones.

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