Obispo emérito Roque Adames cumple 50 años de sacerdocio

Obispo emérito Roque Adames cumple 50 años de sacerdocio

Cinco derrames cerebrales y tres infartos lo han dejado prácticamente inválido, la voz alterada, una mano inmóvil. Necesita auxilio para cada movimiento, alimentarse, realizar sus necesidades, sentarse, echar un paso, ponerse de pie. Pero aunque habla con dificultad, la memoria se mantiene tan espléndida como su capacidad de razonar.

Se siente un poco rebelde por su deplorable condición, pero resignado. “Estoy purificándome”, dice, de la soberbia, el orgullo, “el creerme pieza importante”, expresa.

El obispo emérito Roque Antonio Adames Rodríguez, el pensamiento más preclaro y progresista que tuvo la Iglesia Católica dominicana, que se opuso al trujillato y enfrentó el régimen de Balaguer de los doce años, el cura “comunista” que utilizó la cátedra para adoctrinar y la revista Fides para la protesta contra la opresión, cumple hoy medio siglo de ordenación sacerdotal y al evocar aquella especial ceremonia llora inconsolable convirtiendo el rostro dulce en un río de lágrimas.

Porque lo más impresionante de ese significativo momento fue haber recibido el poder de perdonar los pecados. “La cruz del sacerdote es el perdón, un silencio toda la vida, un olvido total de lo que escucha”. En Roma, ese diecisiete de abril de 1954, mientras el cardenal Samoré lo ungía con esa gracia, él sentía que no la merecía. “Otro pecador como yo ¿cómo voy a estar perdonando pecados?” exclama en medio de interminable llanto.

Vive junto a Francisca Martínez y su esposo Julián Payán. Ella ha estado a su lado desde los diez años, cuando doña Carmen, la madre del religioso, la llevó a la casa de Bella Vista. Es enfermera, secretaria, como hija paciente y abnegada que lo asiste. La llama y consulta esperando aceptación como muchacho obediente. Le manifiesta deseos y molestias. Ir a Los Montones, quitarse los zapatos, tomar café, agua.

Permite una larga entrevista que parece inventario, desahogo, perdones. “¡Cuánto tuve que sufrir! Los doce años fueron una pesadilla, especialmente para mí, muchos amigos que se perdieron”, exclama. Todos los izquierdistas, comenta, fueron sus amigos, pero especialmente Amín Abel y Maximiliano Gómez. El Moreno le visitaba en el obispado y llevaba “cositas y folletos que escribía”.

-Pero después usted terminó siendo balaguerista, monseñor- se le comenta y Adames responde: “Porque Balaguer cambió en sentido bueno. Del liderazgo que había, era lo mejor. Tenía una memoria única, conocía el dominicano a fondo. Cambió haciéndose más humano. Mis amigos me criticaron por balaguerista…”

-Y comentaron otras cosas… -, se observa. “Están en el derecho de hacer sus juicios, pensar lo que quieran, pero no es verdad”, responde.

Manifiesta que aplica el olvido para las calumnias “y extiendo las manos al que me ofende, si puedo. En mi corazón no hay rencor para nadie. He sufrido situaciones duras, injustas, agresivas, todo lo he perdonado. Sufrí mucho, se cometieron muchas injusticias contra mí, que se reflejaban con insatisfacción personal. Ya lo superé, gracias al Señor y al castigo que me ha enviado, como la inamovilidad de la mano izquierda”.

-¿Dios castiga? – “Permite el castigo”, contesta.

Se arrepiente, expresa, del poco trabajo que supone realizó por la Iglesia. “No trabajé lo suficientemente firme”. Pero el arzobispo Ramón Benito de la Rosa Carpio y monseñor Agripino Núñez, quienes organizaron los actos conmemorativos de este día, le reconocen como dedicado servidor de la iglesia, monseñor.

“Eso lo reconocen ellos, pero hay que ver lo que está escrito en el libro de la vida”, exclama llorando. Al cuestionarlo sobre tan incesante sollozar dice con su habitual jovialidad que es “un llorima”, pero al retomar seriedad afirma: “los sentimientos me hieren”.

[b]“Chorro de obstáculos”[/b]

Roque Adames nació en Gurabo, Jánico, el ocho de noviembre de 1928, hijo de Francisco Adames Ureña y Carmen Rodríguez Núñez. Recuerda a Arturo Jáquez y doña Rosa Salcedo, quienes le enseñaron las primeras letras en Cebú y Santiago antes de que ingresara al Seminario Menor del Santo Cerro donde tuvo como preceptor al “famoso padre Rubinos, gran pediatra y poeta gallego que me enseñó la idea fundamental de las cosas”.

Su vocación, cuenta, fue un proceso muy lento de nacimiento y crecimiento. La descubrió después de unos ejercicios espirituales. Luego se dedicó al estudio y la lectura, hábitos que aun conserva. Ha vuelto a leer a Marrero Aristy, a Moscoso Puello. Repasa el libro Cañas y bueyes “y todo lo que cae en mis manos”.

Cursó filosofía, en la universidad de Comillas, “con el gordo Rivas, cubano que se metió a revolucionario y le fue mal con Fidel”. Allí también estudió humanidades, filosofía escolástica. En Roma se graduó en Teología, siempre Summa Cum Laude, y “de ahí pasé a Bíblico, para hacer la tesis doctoral en Teología Bíblica”. Tiene tres doctorados. ¿De qué le ha servido tanto conocimiento? “No es necesario, no se requiere”, confiesa. Entonces lo hacía con el fin “de hacer algo por los fieles”.

Llegó a la República tras su ordenación y fue asignado a la parroquia San Antonio, “con el célebre Chepo (José Octavio) Rodríguez, que era el canciller”. Allí colocó la dictadura una bomba, por el antitrujillismo de los religiosos y Adames comenzó a recibir “un chorro de obstáculos, el menosprecio de la gente, me tenían a menos, estuve condenado a muerte, Trujillo no jugaba. Un día vine a despedirme de mi familia sin saber. Me salvé porque lo mataron a él primero”, refiere. Él estaba fichado porque denunciaba el disgusto, la insatisfacción, el dolor del pueblo.

En 1966 llegó a Santiago como obispo, “hasta que me botaron en 1992, por la invalidez de la mano izquierda”. Francisca le observa que no lo botaron y él insiste, luego aclara que lo dice de verdad y de broma.

Hoy, reducida su capacidad de movimiento, el ex director del Plan Sierra, del Gran Teatro Cibao, ideólogo de la Plaza de la Cultura de Santiago, se dedica a orar por la paz de los dominicanos. No oficia, pero va a escuchar misa en San Ramón Donato los domingos y días festivos. Recuerda como obras suyas el trabajo de los presidentes de asamblea, la ordenación de diáconos “que es como meter el arco dentro del corazón de la iglesia”.

Revela otras satisfacciones y agravios hasta que se cansa, anuncia que desea retirarse y exclama jocoso: “Un cura confesándose con una laica”.

[b]Un jubileo[/b]

Para monseñor Ramón Benito de la Rosa Carpio estas bodas de oro de Adames con el sacerdocio representan su ser sacerdotal, su reunión con el Espíritu Santo. “Es un motivo de celebración, un jubileo”. Monseñor Agripino Núñez, por su parte, considera el homenaje un acto de justicia “por lo que ha hecho por la Iglesia Dominicana, sobre todo en esta arquidiócesis donde empleó los mejores años de su vida fecunda”. A lomo de caballo, dice el homenajeado.

De la Rosa reconoce también la labor de Adames en la arquidiócesis de Santo Domingo, en la renovación de la vida universitaria, en el trabajo en el CELAM del que fue primer secretario, como también lo fue de monseñor Octavio Beras. Lo considera un ejemplo, además, de amor a la sierra, a las montañas, la ecología.

Núñez Collado expresa que trabajar con Adames, ex rector de la UCMM y de la Junta de Directores, fue un privilegio por la libertad y la confianza que depositó en él. “Cuando tenía que hablar con él, siempre estuvo disponible para escucharme. Él ha sido una de las mentes más lúcidas con que Dios ha premiado la iglesia dominicana”.

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