¿Obra del destino?

¿Obra del destino?

Cavilo al conocer detalles del accidente del avión de Spanair a poco de despegar del aeropuerto de Barajas, en Madrid. Todavía hoy, España se encuentra conmocionada por el cruento accidente, ocurrido la semana anterior. El rey Juan Carlos, jefe del Estado, y su esposa, la reina Sofía, visitaron hospitales y centros de atención a los pocos sobrevivientes.

El presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, debió presentarse en público para señalar que también el sector oficial se adhería al dolor de los familiares de los muertos. Las investigaciones aún no explican lo ocurrido.

Los técnicos de la aviación civil española buscan entre los restos del aparato, indagan en las cintas de la caja negra, interrogan sobrevivientes. Una y otra vez retornan a la versión de las horas inmediatas al fatal desplome y choque del aparato. El avión, es probable, que sufriera daños en uno de los motores del ala izquierda. Desprendidas piezas de éste, dieron contra el timón de cola, y otras partes vitales de la estructura. La cabina de mando se inclinó hacia el suelo y, debido a la configuración del terreno circundante, el avión chocó. Partido en dos, en razón de tal circunstancia, una parte, la trasera, se precipitó sobre la delantera. El fuego, por el combustible de las alas, hizo lo restante.

No importa cuanto más se investigue, ni la fecha en que los expertos lleguen a conclusiones, esto es lo que conoceremos del desastroso final de este McDonald Douglas 82. Eso sabremos de las causas del final de las vidas de los más de ciento cincuenta pasajeros que alegres partían de Barajas rumbo a las islas Canarias. Porque el ser humano de nuestros días es menos crédulo que nuestros antepasados. Ya nadie trata de advertir la existencia de mensajes en los intempestivos y furiosos vientos de la tormenta que, de improviso, nos azotó en ocasión del 16 de agosto. Nadie prenuncia por los halos de la Luna, la existencia de tiempos buenos o malos.

El ser humano de hoy está hecho para que, al ser potenciado el dos por el dos, el resultado enuncie cuatro. Pero, de alguna manera, el destino trató de advertir el fin de ese aparato de la McDonald Douglas que, de trasmano, fuera adquirido por Spanair. Tras un carreteo inicial de varios minutos, en que los pilotos intentaron elevarse, se sufrió un calentamiento en uno de los motores. Retornaron. Mecánicos de la empresa, se ha dicho que supervisados por técnicos de la aviación civil, revisaron los motores. ¡Nada! Y vuelta al carreteo, para elevar el avión. Pero a diferencia de la ocasión anterior, la aeronave se precipitó a tierra.

Si supiéramos cuándo y cómo nos habla el destino, fatales y dolorosos accidentes como el que motiva este escrito, jamás ocurrirían. Lamentablemente, sabemos que el soñar con un arenque anuncia la premiación del siete, cuando el lunes revisamos la lista de números soltados por la tómbola de la lotería. Y por ello, racionales y no crédulos, hemos dado la espalda a los mensajes del destino.

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