Cuando se revelan obras de arte cuya existencia solamente conocía su autor, es un acontecimiento y noticia de excepción. Así sucedió con las cinco pinturas, que se encontraban desde 1960 en Londres, en la casa de un coleccionista, luego de otro que las conservó cuidadosamente.
Una historia real-maravillosa, un secreto guardado durante más de medio siglo, una creación solamente vivida por el maestro Fernando Peña Defilló que tanta falta nos hace. Él se sentiría feliz por este retorno patrimonial y testimonio de su asombroso avance contemporáneo. Hubiera sido una de sus grandes alegrías…
Las cinco obras de Fernando Peña Defilló están en el país y en el museo del maestro, gracias a una labor intensa, continua y conjunta, de la Embajada de la República Dominicana en Londres –del embajador Federico Cuello y de la consejera cultural Marlen Vásquez–, desarrollada durante más de dos años, con la plena colaboración del Ministerio de Relaciones Exteriores, del Ministerio de Cultura y de la Dirección General de Aduanas.
Las gestiones y el aporte de la Fundación Fernando Peña Defilló fueron esenciales para este retorno patrimonial, el primero de esa importancia en la historia del arte dominicano.
Un poco de historia. Después de sus estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Santo Domingo, en 1951 Fernando Peña Defilló partió a Europa para un postgrado en la Escuela de San Fernando de Madrid, trabajó algunos años en España –del taller del pintor Vásquez Díaz a una integración al grupo informalista El Paso–.
Londres y París fueron otras etapas antes del regreso definitivo a Santo Domingo en 1963, a su patria, por decisión y compromiso propio.
Sabemos que, mucho más que la escuela de arte que le parecía muy tradicional, Fernando Peña Defilló frecuentó el taller de Daniel Vásquez Díaz, su recordado maestro, y colaboró con él. En este período, fundamental, el joven artista dominicano cuyos condiscípulos a la vez reconocían y criticaban (¡!) la bella factura clásica, tuvo como amigos a pintores de su generación, ya ansiosos de renovar el tradicional arte de España y llevarlo a la universalidad moderna.
El grupo de estos inquietos conformó el colectivo, llamado El Paso, que solo duró tres años (de 1957 a 1960), pero tuvo una importancia decisiva en la plástica española y europea, y –por supuesto– en la evolución de Peña Defilló, quien ingresó al círculo y se relacionó con Luis Feito, Manuel Millares, Rafael Canogar y Antonio Saura, entre otros. El cautivó la atención del famoso crítico y mentor de El Paso, Manuel Conde: no cabe duda de que, ya muy exitoso, nuestro artista, si hubiese permanecido en España, se convertiría en famoso artista europeo del trópico.
El Paso –de nombre simbólico– significó mucho más que una transformación estética –entre abstracción y expresionismo– y matérica –agregando texturas y mezclas–. Fue también un movimiento implícito y soterrado de liberación en contra de la dictadura franquista, que favorecía el estancamiento del arte. Para Peña Defilló, cuyo país sufría una tiranía aun peor, la de Trujillo, era un camino abierto e incontestablemente, sus obras del momento son de ruptura, de protesta, de resistencia.
Las obras abstractas, traídas de Londres, nos enseñan este avance, radical todavía en la década del 50, algo sin par en el arte dominicano. “El pez”, “Telúrico”, “Star Fish” son ejemplos fehacientes. ¡Él se adelantó a la época más comprometida y militante de nuestra pintura!
Fuerza, lirismo y color. Fernando Peña Defilló atravesó un fecundo período de color, de materia, de abstracción, tal vez no superado en el arte dominicano, que continuó hasta 1963 y que, hoy todavía, leemos como contemporáneo. Cinco pinturas, perteneciendo a esa época, han vuelto a la “casa” de su dueño. Una –retrato algo enigmático– no fechada, es figurativa. De las otras cuatro, sobresalientes, dos del 57 y 58, fueron traídas de España, dos fueron pintadas en Londres, 1959 y 1960, de absoluta maestría, “Telúrica” triunfante entre informalismo y materia, “Orgánica”, fascinante e imponente, señalando un regreso a la forma y una curiosa anatomía abstracta…
Ya la obra de Fernando Peña Defilló poseía una riqueza emocional, técnica y experimental, un acervo singular en la pintura dominicana. Por la originalidad, la firmeza y el vigor, el artista, de manera incomparable, gestaba un mundo interior de sensaciones visuales y cromáticas, desde entonces jugando con lo visible y lo invisible, la vida y la muerte. El potencial expresivo totalizante había surgido, ¡el dominio de los cánones clásicos siendo la base del despegue hacia la libertad! Marrón, grises, sombras, tierra, trazos, espesores, turbulencia, proponen su seducción compleja… pero controlada, entre suntuosa y dramática, el negro, interviniendo –directa o indirectamente– en mezclas, “machucones” y consistencias.
Era una topografía inconfundible en la pintura dominicana. Los cuadros “de Londres” son un desafío a través del arte, brotando de la íntima convicción de Fernando Peña Defillo. Ahora bien, a lo largo de su carrera, permaneció, plasmado en telas, abstractas y/o figurativas, su rechazo de la autoridad absoluta que hundía a los hombres en la miseria moral y social.
Fernando Peña Defilló y Francis Bacon
En Londres, además de visitar la Tate Gallery, uno de sus museos favoritos, conoce al pintor expresionista Francis Bacon en una exposición en homenaje a Van Gogh, y se queda sorprendido por la libertad con que realiza sus declaraciones por fuertes que sean. La impresión que Bacon le produce como persona no tiene ninguna consecuencia en su pintura, ya que Defilló está muy lejos de ese desgarro humano expresionista que el inglés refleja en su pintura”.
Ricardo Ramón Jarne.