Obras y autores contextualistas

Obras y autores contextualistas

DIÓGENES CÉSPEDES
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Víctor Saldaña.- Nació en San Francisco de Macorís el 19 de agosto de 1973. Es poeta, cuentista y maestro.

“Sombra de nada” (Santo Domingo: Ediciones Ferilibro, 2003) es su primer libro. Antes había publicado textos en periódicos, revistas y antologías. Los ejemplos analizados y transcritos aquí son de este primer libro.

Saldaña, al igual que los demás autores contextualistas, se distingue por los contextos escogidos para someter a la irrisión y la risa, en el texto de creación, a los contextos que funcionan como generadores de la ficción o para reivindicarlos si por sí mismos son una transformación de un conocimiento que está en vigor en la cultura-sociedad dominicana. Cuando este es el caso, el contexto funciona semánticamente como utilidad, lo cual ha sido planteado por Cayo Claudio Espinal en la parte teórica de “La mampara”. Esta noción de utilidad es peligrosa porque reproduce la ideología esbozada por Horacio en su poética, quien la copia a su vez de Platón y Aristóteles.

Si los contextualistas desean plantear sus obras como transformación de las ideologías y creencias existentes en su sociedad, deben centrar su estrategia en contra de los estereotipos literarios, sociales, políticos, científicos y lingüísticos que tienen valor de dogmas en nuestra sociedad.

La noción de utilidad convierte el arte y la literatura en un instrumento al servicio de causas que les son ajenas. Ni siquiera son el arte y la literatura un instrumento al servicio de causas que les son propias.

Naturalmente, sé pertinentemente que los contextualistas se están estrenando una nueva poética y que sus textos son experimentales, y como tales son la vanguardia actual de la cultura dominicana. En esa labor de depuración, deben expurgar de su seno todas las escorias teóricas que les impidan realizar una obra depurada, que atraviese las ideologías de época, que sea testimonio de un dominio pleno, casi perfecto, del idioma. Las rémoras teóricas son la metafísica del signo y su política. En contra de tal metafísica y sus conceptos literarios, filosóficos  e históricos deben los contextualistas enfilar sus cañones.

Si no lo hacen, se quedarán a medio camino y habrán sucumbido  en el intento. Y realizar esta labor antimetafísica es cambiar toda la cara cultural de la sociedad dominicana. Y para lograrlo se exige una entereza de carácter y una relación inseparable entre el decir y el hacer tanto del yo biográfico como del yo de la escritura.

A esa relación se le llama homogeneidad del decir-vivir- escribir. Ese estadio es de difícil alcance, pero no imposible. Estudien bien lo hecho por el discurso poético de Amarante en Ka-Luanri con respecto a la luz y la religión, y determinen si hay homogeneidad entre el decir- vivir-escribir. O en un autoanálisis, como el que se hizo Freud, determinen si existe este tipo de homogeneidad en ustedes mismos.

Dicho esto, observo que el discurso contextual que funciona como generador de formas connotativas de la ficción de Saldaña en “Sombra de nada” son los apéndices que figuran de la página 67 a la 83 y versan acerca de los resultados de una encuesta sobre la desnutrición en la República  Dominicana, sus materiales y métodos,  sus técnicas y mediciones y un estudio de las funciones y propiedades del polen y conocimiento actual de  este “elemento  masculino de las flores” como receta  que contribuye, administrado a los humanos y en especial a los niños, a combatir la desnutrición y, por último, la situación de la producción de polen en el país.

Pues bien, en el contexto de este movimiento poético, es imprescindible este tipo de discurso. Quizá en el proceso de depuración, se prescinda de esto y se le dé otro tipo de solución orientado hacia la ficción total como transformación de ideologías existentes. Por de pronto, habrá que esperar el curso de la evolución de este movimiento literario a través de las obras de sus autores.

La poética de Saldaña no sólo incluye el tipo de contexto, sino múltiples discursos que el yo no biográfico de la ficción asume: la religión “Estallaría gimiente/estallaría a cántaros en medio de la llorosa escena/si no fuera por la corriente/si no fuera por los espacios  a donde escapo como el sueño/yo  astrónomo ebrio/¡yo físico ateo que chorrea culturas, dioses, astros! (p. 6)

La incertidumbre que la mirada del sujeto resiente ante las creencias fijadas por la cultura, es una de las preocupaciones de la poética contextualista: “Somos imagen y semejanza de un ser sin imagen que se asemeja a nada/./y

comprendemos aterrados/que todas las verdades y sistemas sobre la realidad, incluso los/de la mente/son estados dudosos de la propia mente/que es circo vaporoso/estadio del misterio donde nace el concepto/que a su vez/es escalinata mental que surge del humo de ninguna parte/Sentado en este bar pienso en Dios (los dioses son metáforas sobre lo desconocido)/(Vacíos lloviznantes) y tiro los miedos sobre los espejos de la culpa.”

Textos y contextos desfilan por la poética de Saldaña: obrilla de teatro dentro de la obra, astronomía, budismo zen, referencias bíblicas a Israel, regidos por la risa o la burla a los valores del País de lo Nulo inaugurado por Espinal, pero reaparece en los textos de los poetas del movimiento enhebrado por las metáforas de la neblina, de las sombras, del humo, de la niebla, de la nada, de lo borroso, de lo incierto, de los espejos como ilusión de realidades, La duda corroe las enunciaciones discursivas en Saldaña y los demás contextualistas. Es la no aceptación de la realidad que la sociedad les ha vendido hasta ahora.

Jim Ferdinand.- Este poeta contextualista nació en Santiago de los Caballeros el 6 de noviembre de 1966. Estudió filosofía en la Universidad Tecnológica de Santiago. Su obra está centrada en la poesía y la crítica de arte. “En el  jardín  de  las Ánades”, publicado  por  Editora Contextualista en 2005, es su primera obra. Para el prologuista Cayo Claudio Espinal, “es uno de los libros más alucinantes  de la poesía dominicana de las  últimas décadas.”  Para  Espinal, las Ánades  son  personajes imaginarios del mundo de la transgresión.

En las obras contextualistas, existe una mezcla de géneros, prosa y verso son parodia de lo no medido, la inclusión de caricatura, dibujos o telas de pintores famosos y los recursos de la Internet, así como la graficación de una fórmula matemática o el trasiego de textos en griego o en otros idiomas, la inscripción de fórmulas física, geométrica o matemática funcionan como generadores semánticos de la ficción central son de los tantos recursos a los cuales echan mano estos poetas.

Logran asustar a quienes no poseen esos conocimientos. Pero qué va, en última instancia buscan adentrar al lector en los meandros de una sensibilidad nueva. Son provocadores.

Con este simbolismo inicia Ferdinand su libro diagramado a dos columnas: “Cruzar el aro de fuego. Nadar hacia la constelación del tigre. Derribar la bestia plantígrada que se agacha para amortiguar la velocidad desatada en el venablo y probar la baya ácida que se diluye en un beso, es saber que los haloides son una invención de los amantes, que el sudor y la saliva destilada se cultivan en la pileta del oficio deshidratado.” (p. 9)

El poeta disemina múltiples reflexiones sobre el lenguaje y la poesía a través del texto. Algunas, las más de las veces, son reminiscencias de teorías presaussurianas aprendidas en el ambiente, como se aprende a respirar, pero me contraigo a esta por su implicación histórica: “la capacidad de lenguaje, en la palabra, está para que haya poetas  que produzcan sus poemas, para que  aquellos fenómenos y procesos de la naturaleza adquieran sentido.”(p. 45)

Casi dice discurso, pero ha preferido el vocablo palabra, al cual le ha acostumbrado la opinión, de la cual no puede sacudirse Ferdinand ni los contextualistas. Pero tampoco quienes no son contextualistas. Es el país de lo nulo de la teoría metafísica del signo lo que se lo impide.

Pero ya saldrán a camino, si no sucumben en el intento almodovariano.  Los  discursos  para  lograrlo  están disponibles en la sociedad-cultura dominicana. Pero hay que saber encontrarlos.

Por ejemplo, Ferdinand usa un concepto de la poética meschonniciana,  el  de  obra  cerrada-abierta,  pero desprovista de su sentido dialéctico. Dice el  poeta santiagués: “Demos tomar la metáfora de la semilla como lo cerrado y abierto de la obra. Lo cerrado y abierto, ¿pero de qué manera? (p. 59) Y se responde más adelante: “El libro es, pues, obra cerrada y abierta: cerrada porque su presencia compacta, en dura pasta, nos impresiona en el estante, diciéndonos que hay ahí guardado un tesoro. Y abierta, porque al abrir sus tapas liberamos todos sus posibles significados. Cierto que cada vez que lo abrimos es nuevo porque dejamos recorrer en su interior todas sus líneas en movimiento.” (p. 61)

La obra es cerrada porque una vez acabada, no puede ser modificada y abierta porque una vez que comenzamos su lectura, esta libera, al infinito, una multiplicidad de sentidos. Como se ve, sentido es un concepto que implica el de discurso. El término significado es propio de la metafísica del signo, es decir, de esa lingüística que el poema de Amarante ha sepultado en el fragmento que cité en el primer artículo.

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