Observaciones y observador

Observaciones y observador

En la librería La Filantrópica, eficiente distribuidora de mis obras, he tenido la satisfacción de coincidir con muchos de mis lectores.

   Hace unas semanas llevé algunos volúmenes al acogedor local de la calle Mercedes con Hostos, y una señora que hojeaba los libros de un estante, me brindó un raro saludo.

   – ¡Traicionero Aguardiente, Dos machazos mujeriegos, Cuentos de vividores, Estampas Dominicanas, Cogiéndolo Suave, etcétera, etcétera, etcétera!

   Complacido por la enumeración de los títulos de algunos de mis libros, le reciproqué con una amplia sonrisa.

   -No me atrevo a afirmar que tiene poca imaginación, porque demuestra lo contrario en las entrevistas que le hacen en la radio y la televisión, pero cualquiera se equivoca leyendo sus obras, porque todas tienen mucho de autobiografía, de narración de sucesos que ha vivido, o de los cuales ha sido testigo- manifestó, mirándome con expresión de agrado.

   -Terminé hace poco de leer su novela casi pornográfica Las desventuras amorosas de un solterón-añadió- y ahí descubrí similitudes suyas  con el personaje principal, especialmente en lo relacionado con la soltería, porque tengo entendido que usted se casó más añejado que algunos vinos y whiskies.

   Reimos casi al unísono, y lo mismo hizo Daniel Liberato, propietario de la librería, quien seguía con ostensible interés los criterios que externaba la señora.

    -Ese es el único parecido- respondí, y ella chasqueó los labios en gesto de incredulidad.

   – Compruebo que sería capaz de negar que algunos de los cuentos de Traicionero Aguardiente, no corresponden a jumos que usted se dio en diversos ambientes, o que los de los vividores no tienen que ver con la vidota que abandonó cuando Yvelisse lo honró y lo mudó en Gazcue- dijo, mientras ocupaba una silla situada detrás de ella.

   Comencé a entregar los ejemplares a Liberato, y mientras lo hacía observé que un señor sentado frente a la dama la miraba con reconcentrada atención.

   Esta se marchó después de pagar los libros adquiridos, y experimentaba aún la satisfacción que me produjo el encuentro con mi aparentemente asidua lectora cuando hablé.

   –  Muy oportunas y valederas las observaciones de esa señora sobre mis libros.

– A usted le halagaron sus observaciones- dijo el hasta entonces silencioso caballero de la mirada insistente- y a mí me agradó observar sus encantos de mujer mal sentada.

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