¿Ocaso de la economía social de mercado?

¿Ocaso de la economía social de mercado?

JOSÉ LUIS ALEMÁN SJ
Cuando cayó el muro de Berlín la entonces República Federal de Alemania tomó posiciones ajenas a los sistemas económicos imperantes en Estados Unidos e Inglaterra  y mal conocidos por el Banco Mundial.

Entre ellas figuraron la devolución  y pago total de las propiedades nacionalizadas a sus dueños de 40 años atrás, o a sus descendientes; la introducción de un sistema de  participación paritaria de empleados y empresarios en los  consejos de  supervisión de las compañías por acciones; la aceptación de la igualdad monetaria de la moneda para todos los fines salariales y fiscales; la construcción de un sistema moderno vial y de telecomunicación, y un generosísimo sistema de seguridad social, de salud y desempleo.

El Banco Mundial se sorprendió ante la magnitud de tan inusual generosidad y dedicó a su estudio un tomo de sus Estudios. Llegó a la conclusión de que existía un capitalismo teutónico distinto del practicado en Estados Unidos y aún en países nórdicos: la economía social de mercado. Eucken y Mueller-Armack fueron sus padres intelectuales.

La idea maestra era la necesidad, después de la segunda guerra mundial, de una reorganización institucional de los procesos sociales, económicos, políticos y culturales. La economía social de mercado exigía en cualquier tipo de política estatal una respuesta válida que respondiese simultáneamente a su interdependencia. Toda política propuesta por departamentos estancos en los que no confluyesen economía, sociología y cultura, era considerada como una grosera simplificación. La realidad no es así.

Cuatro fueron las ideas guías del nuevo sistema social: a) En economía hay que crear instituciones que favorezcan mercados de perfecta competencia; b) En política social deben las instituciones proteger al ser humano en los mercados. Las grandes disparidades son causadas muchas veces por abusos de poder económico y falta de mecanismos de defensa de empleados y obreros. «Es, incluso, necesario -escribe Eucken – que los intereses de empleados y obreros se hagan sentir a través de canales institucionales en la administración de las empresas»; c) El Estado debe tener fuerza para limitar el poder económico de los grupos y para formular y  hacer cumplir las reglas de juego sin dedicarse a tareas de producción económica; d) Las instituciones no estatales, iglesias y otras, deben buscar maneras satisfactorias  de manejar el conflicto siempre latente entre el interés individual y el bien común.

1. Dificultades de la economía social de mercado.

El costo de las transferencias fiscales de la antigua Alemania occidental a la Oriental ha sido brutal: 90,000 millones de dólares anuales de promedio en 13 años, sin ver el período final de esta colosal redistribución de ingresos y de riqueza. Dos terceras partes de esos fondos se dedicaron a pagar beneficios de pensiones y desempleo para personas que no contribuyeron al sistema de seguridad social.

Los resultados de estas transferencias han decepcionado a los alemanes del Oeste y del Este: la tasa de desempleo ronda en el Este el 20%, el doble del promedio nacional, y el ingreso promedio por persona es el más bajo de Alemania.

Las pérdidas de empleo han sido grandes: Siemens tenía en 1993 una plantilla en Alemania de 283,000 empleados y obreros y en el extranjero de 153,000. Diez años más tarde, en el 2003, sus empleados en Alemania eran sólo 167,000, en el extranjero 247,000.

Los costos salariales, vacaciones y seguros sociales incluídos, que en la industria automotriz alemana son en promedio de 33 euros, o sea 42 dólares, la hora, resultan objetivamente insostenibles en un  mundo donde esos costos son de 24 euros en Suecia, 8 en Polonia y 17 en Estados Unidos. Las filiales alemanas de la General Motors en Bochum y Russelheim perderán hasta 6,000 puestos de trabajo. El número de empleados en minitrabajos con salarios inferiores a 500 dólares al mes y exención de impuestos, alcanza el sorprendente número de 6,300,000.

En un mundo globalizado, los países industrializados con altos costos salariales y ecológicos favorecen la inversión en  el extranjero y no en el propio país, o una drástica disminución de los salarios por hora. Mercedes Benz amenaza con el despido de 6,000 obreros en Alemania o un aumento de la jornada semanal de trabajo de 35 a 40 horas sin subida de salarios. El problema no es de productividad por hora, como indica Samuel Britan en el Financial Times de Frankfurt/Londres, en julio de este año: la producción europea por hora de trabajo iguala prácticamente a la norteamericana, el 93% de esta, aunque la producción por empleado es de apenas un 77%.¿Reflejos de una mayor preferencia europea por el ocio? ¿Resultado de las leyes sociales  más estrictas y generosas con el empleado en Europa? De hecho, el gasto social en Europa ronda el 70% del gasto público total.

En los mismos Estados Unidos, una de las líneas de ataque del Partido Demócrata a la política económica del Presidente Bush, es la pérdida de empleos en los estados más industrializados de la Unión, junto con un apreciable aumento de las ganancias empresariales ocasionados por la inversión directa de los Estados Unidos fuera de sus fronteras.

La consecuencia es inocultable: en un mundo globalizado la economía social de mercado peligra seriamente en los países desarrollados. Salarios en función de la productividad y seguros sociales tienen que ser iguales o muy similares entre ellos. También deben serlo en países en desarrollo, para evitar la competencia en base a salarios, de desequilibrios ecológicos y de estructuras sindicales y laborales. O todos juegan parejo o se rompe la baraja; es decir la pagan los obreros.

2. Compromisos

Los arreglos laborales indicados en la patria de la economía social de mercado, Alemania -jornada de trabajo más larga con igual salario, más limitados seguros sociales de desempleo y enfermedad, mayor flexibilidad laboral, equilibrio fiscal a costa de menor gasto social-, figuran en primera línea. Menos de lo mismo sería el lema.

El recurso a una mayor productividad es válido, pero obviamente dentro de ciertos límites. 513 ejecutivos a nivel mundial investigados en el 2003 por la Consultora Ernst & Young, colocaron a Alemania en tercer lugar, detrás de China y Estados Unidos, como el país más atractivo para invertir. Es allí donde la economía social de mercado se resquebraja. Existen diferencias pronunciadas entre los diversos sectores económicos y aún de localidades en un mismo país. El Wolfgang Group, el mayor productor germano de camisas deportivas, proclama que no necesita irse a países con salarios mucho más bajos: «En 48 horas después de una orden la estamos produciendo. Necesito empleados con múltiples destrezas, bien entrenados y capaces de pensar mientras trabajan. No pudiera hacerlo si mi fábrica estuviese a miles de kilómetros de distancia». La excepción confirma la regla.

Otro compromiso que tal vez no choque con los mercados libres, es la vigencia de normas comunes internacionales, al menos dentro de la Unión Europea, ecológicas, fiscales, laborales y, no en último lugar, cambiarias. Las devaluaciones relativas de nuestra moneda, como las del dólar estadoudinense,  crean ventajas comparativas artificiales. La devaluación del  dólar en un 32% a partir de diciembre del 2001 y los 500,000 millones de déficit anual de su comercio exterior, tienen  poco que ver  con factores distintos de la política fiscal y monetaria. Dicho sea de paso, ¡qué tragedia para los norteamericanos si tuviesen que corregir, como ahora nos toca a nosotros, sus déficits  fiscales! La renuencia de los Estados Unidos a aceptar el protocolo ambiental de Kioto, ha sido justificada expresamente por la potencial disminución del desempleo como resultado de mayores costos de las empresas. Como si Japón y la Unión Europea no tuviesen el mismo problema. Todos somos iguales, pero unos más que otros.

3. Y nosotros, ¿qué?

No podemos hablar sensatamente de nuestra economía social de mercado aunque los salarios mínimos legales, las prestaciones laborales, la empleomanía pública, los subsidios a la electricidad, al transporte y al gas, y una utópica seguridad social para todos, sean más bien fruto de su influjo en la visión de la sociedad.

Hay, con todo, muestras de políticas económicas impuestas  desde fuera  que pregonan la debilidad de nuestras instituciones sociales: aumento de impuestos indirectos, de despidos en el Gobierno Central ( 39,000, supongo que netos, según nuestro gobernador Valdez Albizu), de deficiencias de salud y de educación pública, de probabilísimas disminuciones relativas del gasto social y de los subsidios a la electricidad, al transporte público y al gas, y de  reducciones del salario real. En un área complementaria, habría que añadir el creciente influjo de organizaciones empresariales en instituciones públicas.

Mi intención no es en modo alguno criticar al Gobierno, como si se tratase de mala intención o de mala política. Los problemas sociales que enfrenta nuestra economía son impuestos y heredados, muchos desde hace largo tiempo. Lo que quiero decir es que nuestro sistema económico global se va tragando con aparente necesidad lógica la sustancia del calificativo social.

Lo que sí hay que salvar en nuestra miopía de encontrar, dentro del sistema como decíamos en los setenta, caminos satisfactorios para la mayoría necesitada de nuestra población, es la convicción de que nada económico es posible. La mayor amenaza a la ética social no son nuestras incertidumbres, ni nuestras divisiones sociales, ni siquiera nuestros errores, sino la creencia en la «inevitable» necesidad causada por intereses: la «Realpolitik».

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