Acabo de leer en el diario “El País” que la editora “Alfaguara” ha publicado un libro de Manuel Vicent, titulado “Los últimos mohicanos”. El libro está dedicado a 21 escritores que dieron lo mejor de sí en los diarios. Esos autores forman parte de la educación literaria, política y sentimental de Vicent. “Los últimos mohicanos” es un fino homenaje a ellos, así como una formidable evocación de un modo de entender el periodismo, la literatura y la vida”. Así reza la reseña de Luis Alegre, que aparece en la edición de “El País” el sábado pasado. Allí se explica que “la mayoría de los retratados se forjó en la clase de tertulias que han hecho del “Café Gijón” de Madrid un referente de la cultura española”.
El asunto principal es, pues, “un homenaje a sus columnistas favoritos”. Pero también está presente, en el libro y en la reseña, la idea de que estos escritores fueron miembros de una especie ya extinguida. La celeridad de la vida contemporánea dificulta la existencia de las tertulias. No tenemos tiempo para charlas tan intensas como prolongadas. Manuel Vicent dice: “Antes, muchos artículos eran hijos de lo que se hablaba en las tertulias. Ahora el café es “Internet”. Según Vicent, “La Red” es el cerebro universal y, como en todos los cerebros, hay un montón de basura. Pero también se pueden encontrar pepitas de oro”.
Ahora se habla de la “generación net”, o de los “jóvenes punto com”. Y es obvio que las tecnologías de la comunicación han cambiado nuestro estilo de vida. Los políticos más importantes de nuestro país usan varios teléfonos celulares. Cuando entran a comer al restaurante, un asistente lleva los celulares en un “convoy”, como si fuesen aceite, vinagre, sal y pimienta. El “celulero” ha sustituido al viejo escudero de don Quijote de la Mancha.
Sancho llevaba lanza y escudo mientras don Quijote se sentaba a comer. Hoy los “celuleros” cargan maletines y teléfonos. Cada teléfono es una computadora; “La Red” es una tertulia más rica que las antiguas: contiene denuncias, pornografía, noticias falsas y ocurrencias graciosas. Cuando una época termina es que ha comenzado otra. No hay lugar para la nostalgia; la literatura pervivirá impresa.