Occidente usó al ex dictador

Occidente usó al ex dictador

PARIS (AFP).- Desde el inicio de los años 70 hasta la invasión de Kuwait, en 1990, Saddam Hussein fue un aliado cortejado y apoyado por los países occidentales, que cerraban entonces los ojos a las exacciones de su régimen.

«En esa época, todo el mundo tenía excelentes relaciones con Saddam Hussein», se justificaba en 2003 el presidente francés, Jacques Chirac, cuando se le preguntó por sus vínculos con el dictador ahorcado este sábado al alba. »»Esa época»» comenzó en los años 70, con el ascenso espectacular de Saddam, percibido entonces como un dirigente nacionalista y laico que quería modernizar un país rico en petróleo.

En 1972, Irak concluyó un acuerdo de cooperación con la Unión Soviética, pero buscó diversificar su abastecimiento, para lo que recurrió particularmente a Francia, que tenía una política pro-árabe.

   «Saddam será el (Charles) De Gaulle (histórico dirigente de la posguerra francesa) de Oriente Medio», dijo Chirac a su portavoz en 1975, cuando el futuro líder iraquí era el número dos del partido Baas, según relatan los periodistas Eric Aeschimann y Christophe Boltanski en su ensayo «Chirac de Arabia».

En la visita de Saddam Hussein a París, Chirac llegó incluso a enviar un avión especial a Bagdad para ofrecer a su invitado «masguf», un gran pescado del río Tigris.

Después, Francia recibió el petróleo iraquí y se convirtió en uno de sus principales proveedores armamentísticos.

Pero París no fue el único en este juego. Italia y Alemania, por ejemplo, se convirtieron en importantes proveedores militares de Irak, lo que permitió a Bagdad producir en secreto armas químicas.

Durante la guerra entre Irán e Irak (1980-1988), París prestó a Bagdad cinco aviones Super-Etendard para frenar al Irán del ayatolá Jomeini que aterrorizaba a Occidente.

   Las relaciones entre Saddam y Estados Unidos fueron más ambiguas. Washington desconfiaba de este dirigente y, en 1983, el presidente Ronald Reagan envió a Bagdad al futuro secretario de Estado de Defensa, Donald Rumsfeld.

   Frente a la amenaza iraní, Washington optó por el «mal menor», restableció sus relaciones diplomáticas con Irak y le ayudó económicamente y con material de uso militar y fotografías satélite.

   La Casa Blanca «llegó a considerar la supervivencia de Irak como esencial hasta el punto de cerrar los ojos» momentáneamente a las exacciones masivas del régimen, la utilización de armas químicas y sus esfuerzos por obtener armamento nuclear», subraya el periodista estadounidense Jonathan Randal en la obra colectiva «El libro negro de Saddam».

   En 1990 las tropas iraquíes invadieron el pequeño estado petrolero de Kuwait. De la noche a la mañana, Saddam se transformó, a ojos de Washington, en un tirano y un «nuevo Hitler», mientras el resto de países occidentales daban la espalda a su antiguo aliado.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas