Ochenta años no son nada

Ochenta años no son nada

Hace pocos meses nos enteramos de que el Estado Civil se había equivocado en tres años, y que Ramón Oviedo nació en Barahona, el 7 de febrero de 1921. La revelación causó sorpresa, aparte de la excepcional prestancia del hombre, por su temperamento de investigador acucioso que jamás se detiene en la renovación pictórica. Pues la mayoría de los artistas, llegados a la cumbre de su carrera, descansan en estilos anteriores o en fórmulas complacientes que agradan a la masa de sus seguidores. El maestro Oviedo es hoy más audaz que nunca, radical en sus cambios, secreto y prometedor en sus hallazgos futuros. En esa vía él sigue los pasos de su mentor preferido, Pablo Picasso.

Ramón Oviedo, que se convirtió en capitaleño en 1934, sentía ya la pasión del dibujo y el color, un don heredado y familiar: su padre era dibujante y continuó la vena artística, con una fortuna variable, en hermanos y descendientes. La conyuntura económica lo obligó a trabajar a muy temprana edad. Él no pudo frecuentar la academia, pero, desde los nueve años, estuvo en contacto con las artes gráficas, mirando, aprendiendo, laborando. De todos modos obtuvo un diploma excepcional, graduándose de cartografía en Panamá, y realizó lugo hasta mapas en relieve.

Pronto empezó a descollar, fundando su agencia publicitaria y ganando concursos de afiches. La publicidad dejaría sus huellas: Oviedo no concibe la imagen –dibujo o pintura– sin impacto, y antes de entrar en sutilezas –y las hay en cantidad la mirada se queda capturada por un motivo básico, que construye el cuadro como en el buen cartel.

Los años 60 fueron importantes, marcados por el quehacer político: soterrada militancia antitrujillista, inicio de la amistad con Juan Bosch, papel destacado en la zona constitucionalista, la Guerra de Abril y la “manufactura” de afiches. Sellado estaba el compromiso de Ramón Oviedo con los derechos humanos.

[b]Exposiciomes, premios, murales[/b]

Tenía 35 años Ramón Oviedo cuando presentó su primera exposición individual, entre dibujo y pintura, obteniendo un rotundo éxito de crítica. Un gran pintor había surgido. De ahora en adelante, el intérprete de los ‘descamisados” y los oprimidos ampliaría su temática, descartaría el panfleto, elevaría la pintura social en un contexto filosófico.

Gana el Concurso E. León Jimenes, la fracasada Bienal del Ayuntamiento le hace el honor de rechazarlo, y en 1974 obtiene el Gran premio de la Bienal por una obra contundente, “Uno que va, uno que viene, uno que va, uno que viene, uno que va, uno que viene”. Como bien lo señaló su autor: “Todavía hoy este cuadro es diferente”. El Período Rojo, ese Rojo Oviedo, desgarrador y fascinante iluminaba la paleta. Ramón Oviedo exorcizó el drama personal, y felizmente la vida ganó. Se estrechó la amistad con el famoso curador José Gómez Sicre, y una proyección americana consagró la maestría: Washington, El Salvador, México, Sao Paulo, las grandes bienales del Continente.

Otra época, desde el umbral de los 80, vio aparecer en su pintura un azul dominante, indiscutiblemente “oviediano” como lo era el rojo, que llegó a encapsular al hombre en atmósferas cósmicas y satirizar la condición humana falsamente abocada al progreso. Cabe señalar que las preferencias cromáticas nunca se convirtieron en obsesión; Oviedo siempre pluralizó su colorido, del mismo modo que la materia, pinceladas y texturas mantenían una singular generosidad. Si excepcionalmente él se excedía, era por la pasión de pintar, que nunca se aquietó.

[b]Sus años de maestría[/b]

La trayectoria de la consagración aceleraba su ritmo, o al menos deja esta impresión por su riqueza e importancia. Fue la fiebre de los murales, trabajados en acrílica sobre lienzo, que se encomendaron al artista, tanto en los edificios institucionales del país como en el exterior. Sobresalen “Mamamérica” en el edificio de la OEA en Washington, y ya entrada la década del 90, la “Cultura petrificada” en la UNESCO, París. Aquí, el Banco Central y BHD fueron privilegiados con obras épicas. Ramón Oviedo, el mayor pintor de la historia de República Dominicana, como lo es de las causas sociales, no dejó de escrutar el destino de los pueblos, globalmente o en distintos ámbitos del mundo, de las ciencias, de las artes aun. Pensamos en el encanto de la “Sinfonía tropical” un testimonio del amor por la música.

Tanta producción, tanta furia de pintar se puso de manifiesto en una colosal retrospectiva de más de 700 obras en la Galería de Arte Moderno –no denominada Museo todavía . Nadie podía creer que 25 años hayan sido tan enormemente fecundos, Ramón Oviedo quiso enseñarlo todo, obras magistrales y menores, lo mejor –una mayoría y hasta lo peor, en los más variados tamaños y técnicas, incluyendo el humilde papel a trazo de bolígrafo. A través de un artista dominicano, era la historia del arte universal que vertía su caudal, la maestría “absoluta” quedaba demostrada, el creador incontenible seguía adelante

La crítica de arte tenía razones de sobra para embriagarse y dejar correr la inspiración. Tres monografías –Hamlet Rubio, Efrain Castillo (el amigo entrañable), Cándido Gerón– se publicaron en pocos años, aparte de los incontables textos que constelaron libros colectivos y enciclopedias, diarios y revistas, con o sin motivo de exposición. La voz del maestro se grabó en México y videos se filmaron

Los honores afluían Y, con sonrisa, muchas o pocas palabras, Ramón Oviedo iba recibiendo a los grandes del mundo –políticos, escritores, músicos, pintores, actores–, que pasaban del deleite al asombro ante tanta creatividad… Hemos de mencionar a Oswaldo Guayasamín muy especialmente, porque, aparte de la mutua admiración, se trabó entre los dos hombres una profunda amistad. Si Oviedo sostuvo un interés manifiesto por la proyección de su pintura en el continente americano –por cierto la muestra en la Fundación Guayasamín es algo inolvidable , Europa también retuvo su atención. Desde colectivas o festivales en distintos países y una prestigiosa presencia reiterada en España, hasta el autorretrato en la Galería de los Uffizi en Florencia, el lanzamiento de la última monografía en la Maison de l’Amérique Latine en París, la individual en el sur de Francia. El Gobierno de Francia lo condecoró.

[b]Hasta el día de hoy[/b]

Ramón Oviedo era un pintor conocido por el rechazo de la abstracción en su propia pintura, identificada con la figuración expresionista. Sin embargo, la actitud otrora tajante se había flexibilizado, el esquematismo de signos y símbolos extremaba su depuración, colorido, gesto y materia se encaminaban hacia una formulación autónoma. En los últimos años, el paso fue dado, y la abstracción oviediana brotó con la fuerza que caracteriza a las decisiones de cambio en el artista impulsivo e impredecible. Creemos que, antes de irrumpir en el campo del color como lenguaje de primera lectura, Oviedo había querido agotar todos los temas de la condición humana. Él cumplió la meta. Estaba libre para entregarse a un compromiso distinto aunque evidentemente no se trata, de ninguna manera, de una opción cerrada. Como lo hemos afirmado, con Ramón Oviedo, pintor del tercer milenio, la historia continua

Ha llegado el octogésimo aniversario, con vibrantes homenajes a una obra magnífica y difícil de abarcar a plenitud. Antología, dibujos y pinturas recientes, impactantes autorretratos del maestro, desplegados en diferentes centros de arte y cultura, regocijarán a la legión de sus admiradores. Recordaremos entonces una de las tantas sentencias de Ramón Oviedo, frutos de la inteligencia, la reflexión y la sabiduría: “Vivir no es solamente disfrutar de lo tangible. La imaginación es inconmensurable.”

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