Octavio Paz, crítico del eurocentrismo

Octavio Paz, crítico del eurocentrismo

DIÓGENES CÉSPEDES
¿No fue la ignorancia de la cultura y el sujeto de habla española y portuguesa el nombre del eurocentrismo, esa variante del etnocentrismo que todavía hoy nos abate?

Octavio Paz lo reconoce claramente; no se deja entrampar en esa ideología, ya que sitúa su especificidad, pero también sus peligros, al señalar pertinentemente cuáles aportes deben los sujetos latinoamericanos recuperar y cuáles dejar de lado.

No podría ser de otro modo en quien ha criticado el racionalismo de las abstracciones imperiales: “Hace cuarenta años el mundo quería decir Europa y Europa significaba Francia. Nunca me ha parecido delito ser afrancesado. Sin la influencia francesa  no sólo nuestra historia sino nuestro arte y literatura serían algo distinto de lo que son. La cultura de Francia, como mostró Jorge Cuesta, es ya parte de nuestra tradición: renunciar a ella sería renegar de una parte de nosotros mismos. Pero Francia, que es un mundo, no es todo el mundo.” (Ibíd.., p. 6)

En efecto, hay aquí un rechazo de lo universal y una defensa de lo particular concreto: la cultura de un pueblo-nación. Sin embargo, el término “afrancesado” debe ser rechazado cuando significa seguidismo, mimesis, aceptación ciega de lo francés hasta el grado de convertirlo en un objeto sagrado. Es la vulgarización de la noción como estereotipo lo que hay que situar y rechazar. Para un crítico radical de lo político y los sistemas sociales que fundan su existencia y funcionamiento en esquemas etnocéntricos, no cabe el calificativo de afrancesado, germanófilo, rusófilo, anglófilo u otros gentilicios peyorativos que correspondan a determinadas naciones.

No obstante, la criticidad de Paz con respecto a la inexistencia de  modelos abstractos se debilita y se vuelve antidialéctica cuando la proyecta al modelo literario, al hacerlo depender de la política y la historia. Aquí no dialectiza la especificidad  de la literatura como un discurso particular, propio de un sujeto y una cultura-lengua-sociedad sin modelos u homologías con otras literaturas. Ni siquiera porque Paz se ha cansado de repetir en todos sus textos que el poema es único e irrepetible.

Las lenguas muertas muestran mejor que las vivas que sólo hay discursos, ha dicho Meschonnic. Y planteo ahora que el poema, como discurso único e irrepetible, muestra mejor que la historia y la política que no hay literatura particular o universal, sino textos. ¿Qué le impide a Paz acceder a un conocimiento tan simple como este? Se lo impide, aparte de su metafísica del signo y el origen, su nostalgia de la unidad: “Como en la época del ‘modernismo’ y tal vez de manera más acusada, los nuevos autores mexicanos se sienten parte de la aventura de las letras hispanoamericanas. Tienen razón: no hay literatura argentina, chilena, cubana o mexicana: hay una literatura hispanoamericana.” (Ibíd..)

Ese mito del origen de la unidad perdida es España, la cual es la nostalgia de la recomposición de la esencia como verdad-totalidad. España es una doble ausencia del signo. ¿Agravada por la conciencia del crimen de la independencia?  ¿Se sostiene en un constreñimiento lingüístico esa ideología de la muerte simbólica de la madre porque el sustantivo España o las palabras nación, monarquía y patria pertenezcan al género femenino? ¿Pero el rey no es la figura del Padre? Paz dice con nostalgia: “¿Recobraremos un día nuestra parte perdida, el gran fragmento de nuestro ser que se llama España? No es la diferencia de regímenes políticos lo que nos divide de los españoles, aunque eso cuente. Digámoslo con franqueza: es la imposibilidad del diálogo. Nunca hemos hablado realmente con ellos. Nuestra relación ha oscilado siempre entre una adhesión sin reservas y una indiferencia no menos absoluta.” (Ibíd.., pp. 6-7)

¿Cómo puede iniciarse el diálogo si eufemísticamente el mismo Paz no sabe quien es el culpable de la falta de diálogo  y termina condenando a los españoles?: “No sé si sea culpa de ellos o de nosotros. Como es natural, me inclino a creer que son ellos los responsables. Acepto que mi testimonio es parcial y quizás, injusto. De todos modos, estamos condenados a buscar ese diálogo. Sin él nunca seremos realmente lo que realmente somos –ni ellos tampoco.” (Ibíd.., p. 7) ¿Por qué tiene que haber una culpa de por medio, nuestra o ajena? Porque los hechos históricos de la colonización y conquista de América son analizados desde el punto de vista de la moral.

Al examinar la condición del intelectual mexicano en 1965 en relación con la situación de los años 1950, Paz reconoce un cambio, un desplazamiento. Pero tal desplazamiento no debe llevar a ilusiones infundadas. no solamente con respecto al Estado, sino también con respecto a las ideologías que proponen los modelos abstractos, cuya concreción se realiza, en la vida, mediante la violencia que viene de la estructura social o de los grupos económicos dominantes. Paz no se ilusiona porque sabe que es una relación de poder lo que está en juego. Su instrumentalismo no tiene fin: “Los artistas y escritores son ahora más libres. Pesa menos, en México, la mano paternal del Estado o del partido. Pero las amenazas y las presiones no ceden, nunca cederán. No temo tanto a la censura oficial, aunque debemos combatirla, como a la de los nuevos grupos dominantes. Ayer las ideologías condenaban o utilizaban a los artistas; en nuestros días poderes sin nombre, no sin realidad, ejercen una censura no por invisible menos eficaz.” (Ibíd.., p.7)

Esa realidad invisible son las corporaciones, los trusts, los poderes que en nuestra modernidad modelan a su antojo e interés la opinión pública a través de las tecnologías de los medios de comunicación, propiedad de los grupos corporativos, en los cuales la emergencia de los nuevos sujetos de la pantalla chica, los periódicos y revistas o la radio, de las vallas o los cines, no lo son en realidad por su relación con lo política, sino por ser nuevos sujetos del consumo: “La opinión pública se ha convertido en una institución; y aún más: en un sistema manejado como un banco o una industria. Si se ha eliminado a jueces, sentencias y condenas, no ha desaparecido la voluntad de neutralizar al escritor.” (Ibíd..)

Esos poderosos medios de comunicación llamados de masa crean, cada día, no solamente para el hombre común sino también para el intelectual, la necesidad de romper con el anonimato, de ser alguien común, sino también para el intelectual, la necesidad de romper con el anonimato, de ser alguien en el mundo, de estar a la moda. Han creado el vedetariado literario o mundano, tan pasajero como el gusto del día: “La pena mayor es pasar desapercibido: la inexistencia moral. El procedimiento más socorrido es diluir la crítica, afirmar que vivimos en el mejor de los mundos, marear a los creadores con la publicidad y la fama.” (Ibíd.)

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