Octavio Paz y la crítica al trotskismo

Octavio Paz y la crítica al trotskismo

POR DIÓGENES CÉSPEDES
Así, de tumbo en tumbo, pero ya más conscientes de la servidumbre a que toda instancia de poder somete al lenguaje, al sujeto y al poema, los surrealistas vinieron a dar, en su búsqueda de un Padre legitimador, con el trotskismo, esa disidencia del comunismo estalinista que sin embargo no era interesante como múltiple, sino porque estaba en la oposición, pero que examinada su teoría del Estado, del poder, del sujeto y del poema venía a ser la misma que la del marxismo oficial en la ex Unión Soviética, aunque los trotskistas rechazaban esto.

 Octavio Paz descubre este momento, el cual será la última vicisitud surrealista de la identidad entre revolución poética y revolución política: “Aun así, por muchos años más, el surrealismo coincidió con las tesis fundamentales del marxismo, tal como lo representaba León Trotski. En 1938 Bretón lo visita en México y redacta con el viejo revolucionario un famoso manifiesto: Por un arte revolucionario independiente”  (Ibíd., pp. 38-39)

 Última tentativa fallida que no se explica debido a la ausencia de práctica política revolucionaria por parte del sujeto surrealista, vienen luego la descripción y el análisis de Paz acerca de la imposibilidad de maridar el arte y el socialismo: “A pesar de la amplitud y generosidad de mira de León Trotski, la verdad es que demasiadas cosas separaban al materialismo histórico de la posición surrealista. La imposibilidad de participar directamente en la lucha social fue, y es, una herida para el surrealismo.” (Ibíd. p. 39) Es el sentimiento de culpa de los surrealistas. La falta, el cargo de conciencia, del cual parece que se libraron definitivamente con la justificación de Bretón, quien no deja de tener razón cuando su discurso critica a los que se plantean como Mesías políticos de la humanidad sin pasar primero por una reflexión de lo que es la libertad del sujeto, no su liberación por el partido o la clase. Pero esa reflexión es menos que imposible proviniendo de los gobernantes, pues el poder que ostentan les da  fuerza y violencia para imponer su verdad como la verdad, la unidad y la totalidad acerca del lenguaje y la poesía.

Paz cita a Breton textualmente en un pasaje que es absolutorio: “La historia dirá si esos que reivindican hoy el monopolio de la transformación social del mundo trabajan por la liberación del hombre o lo entregan a una esclavitud peor. El surrealismo, como movimiento definido y organizado en vista de una voluntad de emancipación más amplia, no pudo encontrar un punto de inserción en su sistema.» (Ibíd.) Sólo que la historia no dice nada, no juzga; ella no es un sujeto.

La intención de la cual habla Breton era política. Por lo demás su discurso es justo, pero es Paz quien ve claramente, como lo planteo más arriba, que el fracaso político del surrealismo reside en que el poema es el inconsciente de todo sistema social: «La tentativa surrealista se ha estrellado contra un muro. Colocar la poesía en contra de la sociedad, convertirla en el verdadero alimento de los hombres y en la vía para conocerse tanto como para transformarse, exige también una liberación total de la misma sociedad.»  (Ibíd.) Con esta dialéctica poética y política acerca del poema, el sujeto y lo social, el planteamiento de Paz se vuelve utópico. Es decir, proyecto realizable y por realizar como aventura de cada sujeto en la sociedad. Pero una vez más, Paz nos advierte contra el enemigo mortal de esa utopía: «El fracaso del surrealismo nos ilumina sobre otro, acaso de mayor envergadura: el de la tentativa revolucionaria. Allí donde las antiguas religiones y tiranías han muerto, renacen los cultos primitivos y las feroces idolatrías.» (Ibíd., pp. 44-45)

 Frente a lo que viene, a partir de la escritura-conferencia de ese texto, Paz no se atreve a profetizar en 1954: «Nadie sabe qué nos depararán los treinta o cuarenta años venideros. No sabemos si todo arderá, si brotará la espiga de la tierra quemada o si continuará el infierno frío que paraliza el mundo desde el fin de la guerra.» (Ibíd., p. 45) Frente a lo cual (es decir, la ignorancia o desconocimiento del futuro) Paz sólo atina a decir: «Pero yo sé algo:…» Es decir, que los significantes sujetos, como la vida, continuarán, en toda cultura, planteándole a su respectiva sociedad lo que ellas se niegan a pensar. Esa es la aventura del sujeto en el mundo.

Es previsible en el discurso de Paz  su posición crítica de lo político y del poder en un sistema social a partir estos textos de los años 50, los cuales sitúan los efectos ideológicos de la sociedad robotizada de Occidente y la sociedad burocratizada de los países del Este, especialmente de la ex Unión Soviética. También es previsible la posición de Paz con respecto a un acontecimiento como la revolución cubana, que para esos años no se ha producido todavía.  Y no es que para un sujeto de mentalidad abierta y múltiple como Paz la revolución cubana constituyera un hecho singular: él, que había presenciado, desde Europa –y desde París sobre todo– la estalinización de una parte del viejo continente bajo el disfraz del humanismo marxista. No, estaba curado de espanto. Lo que tiene de singular para América Latina –y no para Europa–  es el momento en que Fidel Castro proclama el socialismo en Cuba y su alineamiento con  la ex Unión Soviética –por las causas invocadas–, entre las cuales la más importante fue la imposibilidad de supervivencia de ese régimen bajo el bloqueo total de los Estados Unidos– lo cual produce en los países hispanoamericanos una escisión radical entre los sujetos y su referencia colectiva a favor o en contra de la revolución cubana o una tercera posición en la cual el sujeto muy aislado declara no estar ni a favor ni en contra.

Aunque esa pretendida “neutralidad” es fácilmente situable, tanto política como ideológicamente. De modo que la escisión vino a colocar de un lado, y principalmente hasta el fracaso del Che Guevara en Bolivia, a quienes creían ciegamente en el modelo cubano como mimesis política para resolver los problemas de cada país; y del otro lado, a aquellos que tampoco, dogmáticamente, creían en tal modelo, invocaban, como paradigma de la libertad y el progreso, la democracia representativa de los Estados Unidos, único esquema político total y verdadero, según ellos.

Esta ceguera total en unos y otros impidió, durante muchos años, plantear una crítica política radical e histórica a ambos modelos a fin de determinar sus especificidades e historicidades. Fue, pues, a partir de los años de 1975, frente al  fracaso visible –empírico– de tales modelos para resolver los problemas de los sujetos y las sociedades donde funcionaron que América Latina y sus intelectuales críticos volvieron la mirada al estudio y análisis de los modelos imperiales norteamericano y soviético.

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