Ocupar librerías, aquí y allá

Ocupar librerías, aquí y allá

CARMEN IMBERT BRUGAL
Luis López Nieves admitió, sin reparos, cuán extraños somos en Borinquen. Lo propaló en un salón de la Universidad Sagrado Corazón. Cuando Puerto Plata no era un enclave turístico estuvo en una playa del municipio, acompañado y con exiguo presupuesto. Su recuerdo más preciado del viaje y de la isla, lo resumía un coco. Su acompañante tenía sed. Apareció un coquero.

 Quitó la cáscara, guayó hielo, buscó un calimete y una cereza para aderezar el fruto. Deslumbrado con la destreza del vendedor, Luís temía lo peor. Preguntó el precio. Diez centavos. Sorprendido y regocijado pidió otro y otro, hasta que satisfizo el afán de presumir delante de la dulcinea.Transcurrió el tiempo y el autor de «El Corazón de Voltaire» ha cruzado el canal de La Mona, varias veces. Descubrió admiradores y escritores que jamás ocuparían anaqueles de las librerías boricuas, sin la publicidad adecuada.

El afamado autor, director de la Maestría en Creación Literaria, de la Universidad Sagrado Corazón   Santurce   y autor adscrito al Grupo Editorial Norma GEN , quiso el contacto. Ideó un coloquio acerca del proceso creativo, con la participación de escritores dominicanos pertenecientes al Grupo Norma. La Universidad prestó el espacio para el intercambio con los estudiantes. Los ejecutivos del GEN, David Ashe,  gerente regional , Guillermo Cote,  gerente local,  y Gizell Borrero, editora y relacionista pública, lograron que, durante cuarenta y ocho horas, a través de la radio, la televisión y los periódicos puertorriqueños se hablara de literatura dominicana.

A pesar de sentir el abrazo del Loíza, el río de Julia de Burgos, y compartir el eco de la arenga inconclusa de Pedro Albizu Campos, tanto allá como aquí nos desconocemos. Hemos vivido la ficción de la confraternidad. Amándonos, odiándonos e ignorándonos. Tan cerca y tan lejos. Una realidad y dos islas.

En Puerto Rico, comerciantes, periodistas, escritores, músicos, productores de programas, locutores, mencionan la presencia de dominicanos en la cocina, en los aparcamientos, en las fábricas, en la construcción, en los negocios ilícitos, en las esquinas de campos ciudades. No saben que también podemos exportar novelas, cuentos, poesía, crónicas. La relación entre creadores boricuas y quisqueyanos contemporáneos, no ha superado el encuentro eventual, una tertulia, una parranda, una sesión académica. La referencia de obras, escritas por nativos de los dos países, está, tal vez, en alguna biblioteca especializada, en un trabajo de grado o en la mesita de noche de un coleccionista amigo.

El silencio ha sido enorme. Imputar a la oficialidad el mal, no es acertado. Las editoras deben promover a los autores que auspician. Creer en el producto. El dilema es grande. ¿Cómo venderlos si son anónimos? ¿Cómo evaluarlos si no están a la venta? Puerto Rico es una oportunidad y Norma aceptó el reto. Presentó «Los Manuscritos de Allginatho», de Haffe Serulle, y «Sueños de Salitre», de Carmen Imbert Brugal. Ojalá empiece el tránsito necesario, el intercambio comercial. La oferta determinará la calidad del libro. La difusión es imprescindible y más digna que el desdén. La época de apadrinar textos porque los autores son allegados distorsionó la percepción del contenido. Las obras dominicanas trascienden, gracias al azar o a un patrocinio cuestionable. Lo demás es ilusión, invención, aspaviento. La presencia de las editoriales internacionales en República Dominicana entusiasmó a los escritores locales. Sin embargo, algunas reglas corporativas, algunos errores de funcionamiento, cercenaron frívolas pretensiones. ¿Quién decidía la publicación? ¿A quién complacía? ¿Cómo se urdía la red para obtener favores? Años después, los directivos de las empresas redefinen requisitos, depuran criterios, para evitar onerosos equívocos. El Grupo Editorial Norma, por ejemplo, quiere preservar el rigor, antes de patrocinar un libro y apostar por él, más allá del territorio dominicano.

Existen escritores, en la República Dominicana y en Puerto Rico, que de manera constante publican, empero, la promoción es deficiente, el consumo irrisorio, la crítica nula. El esfuerzo de autores y de empresas editoriales, se diluye. Libro e inversión se pierden.

En la Universidad Sagrado Corazón fue rubricado un pacto. Sin papeles ni notarios. El compromiso es propagar nuestras letras en la otra orilla. Vencer la distancia y conquistar librerías, de ese modo, el escrutinio de los lectores decidirá la permanencia de lo escrito.

Reivindicar de manera exclusiva la producción del exilio caribeño, obligado o voluntario, es injusto. La calidad no está garantizada por el desarraigo y la grafía bilingüe, con aval coyuntural, en ocasiones delirante y discriminatorio.

Somos emigración y caña, ron y penas, verde y azul, pero también escribimos nuestro desconcierto, la sensación de estar a la deriva, acosados o deslumbrados por la espuma y los caprichos del mar que nos limita y al mismo tiempo nos engrandece. Intentamos hilvanar palabras para atravesar fronteras, traspasar límites y prejuicios. Somos algo más que indocumentados, expatriados de la miseria y del tedio, infractores impenitentes de leyes propias y ajenas.

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