Muchacho pobre de mi pueblo, espérame, algún día te escribiré un poema. Déjame tomar las pausas. Ya me saldrá.
Sin que te des cuenta, es mucho lo que te he observado y lo que en ti pienso.
Sé que tu corazón está lleno de angustia, de incertidumbres, de dolor y hasta de rabias.
Conozco tu historia: un levantarte y ver a tu madre desesperada sin pan, sin abrigo, sin medicina, sola y sin sueño.
Ella es tu amparo, pero sabes que la debes rescatar.
De tanto lavar, planchar y caminar por esos rudos e inciertos senderos de maldad, sus manos y pies ya están adoloridos y duramente mallugados. Eso es látigo en tu espalda.
Sopla el viento y amenaza la lluvia. Entonces entiendes que en el destartalado techo será una larga noche de frío, humedad y dolor.
Con rostro amenazante y temible te mira la cañada, fétida como los ataúdes de un abandonado cementerio de pobres.
Tú levanta tus ojos y ves a tu alrededor un abismo oscuro e infernal: violencia, robo, muertes, corrupción, indiferencia, enfermos, ancianos abandonados, gritos, dolor, angustia y desolación.
¿Escaparás?
Muchacho pobre de mi pueblo, yo quiero ser tu esperanza, tu grito, tu aliento, tus anhelos y la palabra inmensa por donde algún día se cuele una solitaria mañana llena de luz, paz y progreso.
Solo te imploro paciencia para vadear lo amargo de esta miserable indiferencia y hasta que llegue esa gran redención.
Ya la verás.
Muchacho pobre de mi pueblo, en tu ahínco tengo fe.