Odalís Pérez y el conocimiento riguroso del arte

Odalís Pérez y el conocimiento riguroso del arte

POR FIDEL MUNNIGH
Principios de estética y educación artística, del escritor y profesor universitario Odalís G. Pérez, es un libro nacido de una experiencia pedagógica y estética al nivel de la educación media y universitaria. En las consideraciones preliminares a la obra, el autor aclara, contra toda pretensión excesiva de agotar la materia, que su libro “no pretende ser un manual acabado y definitivo, sino más bien una incitación teórica y apreciativa al conocimiento del arte en sus variadas manifestaciones” (página 13).

La aclaración es pertinente, pues ningún manual agota (ninguno puede agotar) la gama completa de temáticas que aborda. De modo que este texto debe ser visto como lo que aspira a ser: un intento de orientar al lector interesado pero no especializado en arte, abordando temas fundamentales, pero también añadiendo nuevas cuestiones sobre la creación estética y artística.

A diferencia de sus obras previas de los últimos años (salvo La identidad negada), que suelen llevar un sello polémico, esta es una obra esencialmente pedagógica.  Pérez deja de ser ese genius terribile a que nos tiene acostumbrados, el teorizador y crítico impenitente, para pasar a ser el pedagogo, el educador: no polemiza, no refuta ni contradice teoría o pensamiento alguno; no ataca a nadie; no fustiga la ideología neotrujillista de una parte de la intelectualidad criolla, ni lanza sus dardos contra cierto “pensamiento pseudonacionalista”. Antes bien, Pérez ofrece su propia visión del fenómeno del arte y la belleza; teoriza y refiere para una mejor comprensión y un mayor aprecio del arte en sus distintas expresiones, desde las más antiguas hasta las más recientes. El libro está debidamente documentado, con referencias de lugar y bibliografía exhaustiva. Es cierto que hay definiciones elementales, esquemáticas y directas, típicas de todo manual, pero éstas no son simplistas ni reductoras.

La estética, en su sentido etimológico, se refiere a la “percepción”, al “sentir”. La áisthesis era, entre los antiguos griegos, sensibilidad, sensación, sentimiento. Para Alexander Baumgarten, su fundador, la estética es el estudio de lo bello. En línea con Leibniz, la define como “ciencia de los conocimientos sensibles o gnoseología inferior”. Ella se ocupa del conocimiento sensible, de la percepción sensorial, más inmediata y más material. Por eso es una especie de conocimiento inferior al conocimiento filosófico. Para Kant, la estética es el estudio de la sensibilidad, de las formas en que aprehendemos la realidad. Hegel concibe la belleza como la aparición sensible de la idea, y coloca el arte, junto a la religión y la filosofía, en la esfera del espíritu absoluto.  Kant y Hegel hacen de la estética no un simple apéndice, sino pieza clave y parte integral de sus respectivos sistemas filosóficos. En este orden, la estética será la reflexión teórica sobre lo sensible y la sensibilidad, sobre el arte y lo bello. Lo sensible fue, desde el origen mismo, el ámbito de reflexión de la filosofía del arte y la belleza; así en los pitagóricos, en Platón, en Aristóteles. Si se tiene a Baumgarten como padre de la estética moderna, se considera a Aristóteles el fundador de la filosofía del arte.

La concepción global del texto de Pérez es ecléctica. También él entiende la estética en sentido clásico como disciplina humanística, originada en la filosofía, que se encarga de “estudiar la producción sensible en toda su extensión y en toda su movilidad” (pág. 18).  Entiende, pues, la estética como filosofía de lo sensible y de la sensibilidad. Pero, a diferencia de los clásicos, tiene plena conciencia de la modernidad y la posmodernidad estéticas.  Sabe que en el arte se han producido grandes cambios, rupturas, innovaciones formales. La novedad de su pensamiento radica en incorporar a la teoría estética la reflexión sobre las nuevas mediaciones artísticas. Su perspectiva asume las rupturas formales iniciadas por los artistas modernistas y las corrientes vanguardistas de principios del siglo XX que, a fuerza de proclamar la ruptura con la tradición artística –como bien apunta Octavio Paz-  terminaron creando la tradición de la ruptura.  De ahí sus comentarios atinados sobre el arte clásico y el arte moderno, el arte figural y el arte neo-figural o abstracto.

Entre las muchas definiciones de arte, Pérez elige una muy próxima a la definición hegeliana. Define el arte como manifestación de la sensibilidad y el espíritu que tiende a producir obras con un valor estético determinado. Concibe la obra de arte como producto, producción material y espiritual. La obra de arte es un producto estético elaborado por el artista, producto de su visión particular, que refleja una manera específica de ser de las cosas. El lenguaje del arte se define como el conjunto de medios que utiliza el artista para expresarse; esto es, el medio a través del cual se define y concretiza como tal la obra de arte. Ello significa que el lenguaje se aplica a los diversos géneros artísticos. Por eso hablamos con propiedad de lenguaje de la pintura, lenguaje de la escultura, lenguaje de la arquitectura, lenguaje de la música, lenguaje del cine, lenguaje del teatro, lenguaje de la danza… 

Como todo semiólogo del arte, Pérez recurre al intercambio entre las terminologías artística y literaria, que interrelaciona todos los géneros artísticos. Así, al hablarse del lenguaje de la arquitectura, por ejemplo, se habla hoy de “gramática” y “vocabulario” en la fachada de un edificio; se habla también del lenguaje de la fotografía. En estética se habla en sentido amplio de texto para referirse a las obras de arte, incluso las visuales. Se habla de leer un cuadro como si fuera un texto, es decir, un tejido de relaciones: “Toda obra pictórica y toda imagen visual deben ser consideradas como un texto, esto es, como un tejido de relaciones (…) Toda imagen debe ser considerada como una forma compositiva.  El cuadro se lee como un conjunto temático y formal” (pág. 84).  Todo, incluso el universo, es un texto, no necesariamente escrito con palabras, un sistema de trazos y huellas, de relaciones, analogías  y correspondencias mutuas.

¿Es este un intercambio vago e indiferente? ¿Acaso un invento, un capricho, una arbitrariedad conceptual de la semiótica? ¿Se desdeña aquí lo diferencial y lo particular, el elemento diferenciador y particularizador de cada arte y género artístico? Los puristas del arte y de la estética no aprueban este intercambio terminológico (Croce, ciertamente, no lo aprobaría). Sin embargo, el principio que sostiene esta práctica no es otro que el de la interacción de los textos y los géneros artísticos. En arte, los diversos textos y géneros no son cotos cerrados, territorios aislados; interactúan y dialogan entre sí dinámicamente, si bien conservando cada uno su propia especificidad.  Hallo como de pasada en este libro un término chocante: los “ruidos visuales”. Un absurdo al parecer. ¿Qué son los “ruidos visuales” sino los chirridos, las desarmonías, los elementos que molestan y desentonan en la contemplación de un espacio visual determinado?

Uno de los méritos principales de este texto pedagógico es la incorporación al ámbito tradicional de la estética y la educación artística de nuevas ciencias o disciplinas humanísticas como la objetología (capítulo V), la iconología y la iconografía (capítulo XII). Naturalmente, Pérez aborda los géneros artísticos tradicionales, con excepción de la literatura y el cine: la pintura (capítulo VI), la escultura (capítulo VII), la arquitectura (capítulo VIII), la ópera (capítulo X), la música (capítulo XVII) y la danza (capítulo XIX).  Siempre curioso y atento a las innovaciones y modalidades en la producción sensible, material y espiritual, agrega también nuevos temas como el diseño publicitario, el diseño gráfico computarizado, la imagen electrónica, la relación entre arte y ordenador, el arte de medios o el arte multimedia, la videoinstalación, entre otros. 

El capítulo IX está reservado a las instalaciones en el arte contemporáneo y a la relación entre espacios visuales e instalaciones artísticas o también, entre instalación y espacios artísticos. Allí ofrece esquemas abstractos de posibles instalaciones.  En otros capítulos aborda temas poco tratados por los manuales tradicionales de arte y estética, como las artes militares en Occidente, el urbanismo como arte (capítulo VIII), el patrimonio artístico e histórico (capítulo XV), la gestión cultural, la gestión artística y la elaboración de proyectos de arte (capítulo XX).  De particular importancia para los estudiantes de publicidad, en sus diversas menciones, es el capítulo XVI, donde el autor reflexiona sobre la imagen publicitaria, la fotografía publicitaria, el afiche, la caricatura y la moda como arte.

Pero también Pérez territorializa su libro, nacido de nuestro contexto sociocultural, dedicando un capítulo al folklore dominicano en sus variadas expresiones: la música, los bailes, el teatro e incluso las manifestaciones espectaculares y los personajes y actores folklóricos.

Como buen texto introductorio de estética y educación artística, este libro viene acompañado de fotografías de obras -cuadros y esculturas- de la artista gráfica Susie Gadea, de tendencia neoabstracta. La ilustración gráfica no es simple decorado estético: el texto y la imagen dialogan. Las obras neofigurales de Gadea sirven de complemento estético al discurso pedagógico y estimulan la percepción estético-sensible de la obra de arte.

Un libro de ideas no debería convertirse en objeto de culto, como por desgracia suele suceder entre nosotros con el libro canónico cuyo prestigio no nace de su valor textual intrínseco, sino de la autoridad que emana de quien lo escribe (por ejemplo, los libros escritos por autoridades académicas, o políticas, o militares, o eclesiásticas). Un libro de ideas se escribe para ser leído, comentado y debatido, pero también descodificado, desestructurado, deconstruido. Un libro de ideas debería constituir un espacio para el pensamiento, para el debate crítico, incluso para la disensión, no para el mero asentimiento irreflexivo.

Pienso que el profesor Odalís Pérez -erudito, riguroso, polémico y a menudo también intransigente en la defensa de su doxa crítica-, nos ha entregado un libro que hacía falta en nuestro medio académico y educativo. Su “Principios de estética y educación artística” constituye una buena guía de orientación, un instrumentum útil para el estudiante universitario y el lector medio no especializados, ambos aficionados al arte. Y aquí radica talvez su mayor virtud y utilidad: por sus cualidades didácticas, su rigor y su información actualizada, esta obra debería convertirse en texto de consulta y de lectura obligada no sólo para la enseñanza universitaria, sino también antes, después y fuera de ella. Pues trasciende el ámbito específico de la universidad para dirigirse a toda la comunidad de enseñanza nacional.

Fidel Munnigh es doctor en filosofía por la Universidad Carolina de Praga y catedrático de la UASD.

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