La llamada “Primavera Árabe”, considerada como uno de los acontecimientos de mayor impacto social y político en lo que va de siglo, se inicia en diciembre del 2010 en Túnez, cuando a un joven tunecino la policía le confisca su pequeño puesto de frutas por negarse a pagar soborno y, desesperado, decide incendiarse, darle fuego a su propio cuerpo, lo que provoca una violenta ola de protesta del pueblo indignado, hastiado de tantos abusos que se propaga como epidemia y estimula el levantamiento otros tantos países vecinos del Oriente Medio y Norte de África: Argelia, Libia, Egipto, Siria, Marruecos, Yemen, Jordania, Oman, Bahrein, igualmente atrapados en el dilema de mantener regímenes y gobernantes despóticos y dictatoriales, o reivindicar su derecho de mejorar sus condiciones de vida y el sistema político imperante mediante su renuncia o derrocamiento.
No siempre tales revueltas populares logran su objetivo final. La mayoría son duramente reprimidas y sangrientas, aun así logran concesiones y cambios positivos, pero también guerras intestinas desgarradoras y fuerzas militares interventoras como en Libia (Gadafi, 2011) Egipto, (Mubarak, 2011, recién liberado después de seis años de prisión) Siria, que continúa intervenida por tropas de Rusia y USA. Pero lo más importante de todas ellas, enseña la historia – y nosotros tenemos la propia (Trujillo 1959-1961) es que todos los pueblos aun los más conservadores o sumisos les llega su momento y revientan; no pueden soportar más atropellos, injusticias, abusos y frustraciones y basta entonces una chispa inspiradora para producir el cambio deseado.
Es que ha pasado con ODEBRECHT desde que una investigación iniciada en los Estados Unidos sobre el manejo de esa empresa es acusada de soborno y sobre evaluación de costos según confesión de uno de sus magnates sobre la estrategia de colaboración con gobiernos y candidaturas potables en cinco países latinoamericanos: Brasil, Colombia, Perú, Panamá, República Dominicana (mal podría quedarse atrás) encadenados y hoy, dispuestos a romper cadena algo insólito, como lo ocurrido en países tan lejanos y tan distintos a los nuestros.
Como fichas de domino van cayendo con el verdor de la esperanza, acusaciones y medidas punitivas reivindicativas impulsadas por manifestaciones populares, cada vez más vigorosas y decididas que reclaman no a la corrupción y a la impunidad, no más atropellos y abusos, cárcel para los culpables, trasparencia, justicia y libertad; es los pueblos quieren, es lo que los pueblos exigen. La marcha verde ha sido el detonante. La chispa que ha motorizado a un pueblo indignado y semidormido que pugna por el cambio y participa en manifestaciones pacíficas y civilizadas, congregando sectores diversos de la vida nacional que aspiran a mejores condiciones de vida, que se administren los fondos del Estado con mayor pulcritud y eficiencia, que disminuyan los niveles de pobreza y marginación, el desempleo, las deficiencias de servicios públicos vitales: salud, educación, trasporte, vivienda, seguridad social. Que la preservación de los derechos humanos fundamentales, los recursos naturales y el medio ambiente, se prioricen. Nada que no esté previsto en la Constitución dominicana. Una nueva primavera comienza a florecer.