El aparente fin del caso Odebrecht no debió sorprender a nadie con sentido común y desde el principio lo dije: los sobornos son realizados bajo circunstancias y acuerdos de aposentos a prueba de ruidos y protegidos de videocámaras o a través de terceras personas o instituciones difíciles de vincular con la actividad dolosa, protegida por la falta de persecución a los protagonistas, aceptando como “costumbre que hace ley” beneficiarse de los cargos públicos donde se manejan voluminosos presupuestos.
Por eso el inefable Balaguer bautizó como “indelicadezas” a esas acciones, atendiendo al hecho de que, si eran delicados en sus travesuras administrativas, los funcionarios públicos podían atravesar la famosa puerta de su despacho.
Mientras no se pongan efectivas y modernas trampas a los funcionarios mañosos y deshonestos, anulando sus habilidades para ocultar sus actos ilegales, se seguirán escuchando a más “Rondones” decir “búsquenme a los que yo soborné y me podrán condenar justamente”.