Odebrecht, Perú y República Dominicana

Odebrecht, Perú y República Dominicana

En 1998 visité en Coyoacán, México, a un amigo, el laureado escritor Fernando Benítez. Estaba muy enfermo y me recibió en su biblioteca, recostado oblicuamente en una camilla. Le llevé un ejemplar de la edición de los 40 años de “La Región Más Transparente” de Carlos Fuentes, pupilo de Don Fernando, y que marcó el inicio del Boom latinoamericano. En el anexo del libro apareció una carta de Julio Cortázar dirigida a Fuentes en 1958. Refiriéndose a México y Argentina, Cortázar dijo a Fuentes: “De todos modos, hasta no conocer su novela, no tenía la impresión de que nos pareciéramos en tantas cosas… La comparación es melancólica en todos los casos: nos parecemos enormemente en lo malo”. Este concepto de Cortázar sobre México y Argentina es mucho más abarcador, porque también todos los latinoamericanos nos parecemos enormemente en lo malo. La evidencia incontrovertible de esta afirmación es la conjura corruptora que Odebrecht materializó en nuestros países, en componenda con presidentes, políticos y constructores locales, destacándose deshonrosamente la República Dominicana, sede de la “División de Operaciones Estructuradas”, encargada del lavado de activos para sobornos.
Nos parecemos enormemente en lo malo, pero no debemos ceñirnos única y exclusivamente a ese enfoque. También debemos tener en cuenta la admonición contenida en el muy divulgado párrafo inicial de Ana Karenina, obra de León Tolstoi: “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”. Analicemos la infelicidad que Odebrecht llevó a Perú y trajo a nuestro país.
Aquí tenemos razones suficientes para sentirnos infelices y envidiar la justicia Peruana: un expresidente y su esposa presos junto a poderosos consorciados de Odebrecht. Otro expresidente y su esposa prófugos de la justicia. Además investigación y extenso interrogatorio al Presidente Kuczynski y a la Presidenta y candidata presidencial del principal partido opositor. Allá la justicia, siendo independiente, actúa, pero los peruanos envidian nuestra movilización ciudadana contra la Corrupción e Impunidad de Odebrecht. Aquí, como depende de Danilo, la justicia no actúa. Resumiendo: cada país es infeliz a su manera: a los peruanos les falta la movilización ciudadana y aun así la justicia está funcionando. Aquí hemos tenido en las calles, durante un año, la más grande movilización ciudadana de nuestra historia y ni siquiera así la justicia actúa, pero no desmayaremos hasta el triunfo.
Alberto Fujimori se dio un auto-golpe de Estado en 1992, disolviendo el Congreso. Su Poder Ejecutivo dio un golpe de estado al Poder Legislativo. Ahora, al revés, el fujimorismo intentó que su Poder Legislativo diera un golpe de estado al Poder Ejecutivo, derrocando a Kuczynski para que la justicia no alcance a Keiko Fujimori, hija de Alberto, Presidenta del principal partido opositor, con mayoría congresional. Marcelo Odebrecht confesó que él, personalmente, ordenó financiar campañas de Keiko.
Kuczynski no pudo ser destituido por el Congreso fujimorista pero quedó condenado ante el pueblo, culpable de “incapacidad moral permanente” pues con el indulto negociado, favoreciendo al asesino y ladrón Alberto Fujimori, “subordinó a sus fines políticos personales los valores trascendentales de la ética, los derechos humanos y la sana convivencia democrática”, como reseñó la revista “Caretas”.
En ese escarceo político el triunfador moral fue Alberto Borea, abogado constitucionalista, defensor de Kuczynski a título honorífico. Sin “Power Point” ni “Tele Prompter”, durante hora y media pronunció un discurso digno de filósofo griego o tribuno romano, que debería ser estudiado en escuelas de Derecho y Política del continente. Inició citando a Raymond Aron con una frase que parecería acuñada para Danilo Medina: “La estabilidad política depende de la disciplina de las ambiciones”. Las ambiciones de Danilo lo llevaron a desbordar los límites institucionales y jurisdiccionales, dominándolo todo, avasalladoramente: Comité Político del PLD; Poder Legislativo con su Congreso que revocó la prohibición constitucional a la reelección; Poder Judicial parcializado; Poder Electoral amañado; Cámara de Cuentas que no audita a Odebrecht; y sumisión de todo el estado. Después de domeñar absolutamente las instancias gubernamentales, Danilo está tramando desbordar el límite temporal de su mandato, entronizándolo más allá del 2020, mediante su nueva reelección, o imponiendo alguno de sus delfines, como presidente títere. Las ambiciones de Danilo lucen desmedidas pero, según Aron, él debe disciplinarlas para que haya estabilidad política, en un ambiente en que la ciudadanía está preparada para proseguir el combate democrático, convencida de su triunfo.

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