¿Ofrendaron su sangre en vano?

¿Ofrendaron su sangre en vano?

A los 54 años de la épica hazaña de un puñado de hombres jóvenes, animados de un hermoso ideal de rescatar a su país de la ignominia de vivir sometidos a una férrea tiranía, gravita en las actuales generaciones dominicanas, si ese sacrificio, que le costó la vida a casi todos los participantes, bien valió la pena, o por el contrario, fue un error táctico de jóvenes inexpertos.

Con el triunfo de la revolución cubana de Fidel Castro, en enero de 1959, se encendió una luz de la esperanza a los cientos de dominicanos y sus amigos, muchos participantes destacados de las fuerzas insurgentes del castrismo, que comprendieron era la oportunidad esperada para buscar la liberación dominicana de su férrea dictadura, que ya duraba 28 años pisoteando la libertad del  pueblo dominicano.  La euforia del triunfo castrista animó a los principales dirigentes cubanos a darle su apoyo a los entusiasmados dominicanos que respiraban, desde ese memorable mes de enero del 59, aires de esperanzas  y  sueños  de libertad para su país.

Las tareas preparatorias para las incursiones, planteadas por vía aérea y  marítima, se iniciaron a las pocas semanas  del triunfo de Fidel Castro y ya para mayo de 1959 el campamento de las Mil Cumbres  vibraba de patriotismo y sueños de grandeza de jóvenes valiosos que habían abandonado  estudios y trabajos, para entregarse  a la causa que creían y concebían como la más honorable de las actividades, como era la de liberar a su patria.

En la tarde del domingo 14 de junio de 1959, el espacio aéreo de Constanza se llenó del sonido del avión DC-3 de dos motores, que aterrizó en la precaria pista, con escasa vigilancia militar, la sorpresa fue tal  que permitió a los aguerridos insurgentes pisar tierra dominicana e internarse en las montañas, muchos de ellos ausentes del país desde hacía varios años.

La reacción militar de las fuerzas del dictador fue brutal, tanto ese grupo de las montañas como los que llegaron una semana más tarde  a Maimón y Estero Hondo, fueron liquidados a los pocos días con apenas unos cinco sobrevivientes que pudieron contar su historia.

 Pese al fracaso de la invasión, la semilla de las inquietudes libertarias  para eliminar a Trujillo se había sembrado y logró un terreno fértil que enero de 1960 estallaría con el develado del complot que células de jóvenes habían ido formando en todo el país, al influjo de los propósitos de esa sólida y compacta masa de jóvenes  sacrificados hace ya 54 años.

Durante todo el 1960, una apreciable cantidad de jóvenes se habían incorporado a los movimientos conspirativos, que más bien eran con un puro idealismo mostrando  su disposición de enfrentar a una dictadura que comenzaba  a agrietarse; una buena parte de los hijos de los funcionarios del gobierno de Trujillo  eran ya de los participantes  en tales compromisos  libertarios.

El legado de los insurgentes de junio de 1959  se empañó en el transcurso de los  años; después de lograda la libertad, una manada humana se apoderó de los recursos del Estado, y en connivencia con militares y empresarios, surgieron  como una fuerza política de gran poder. En el siglo  XXI, los políticos tienen dominado y pisoteado al país, que pasiva y resignadamente ve cómo sus recursos son devorados por una insaciable clase política,  que solo ha sabido enriquecerse y burlarse de los dominicanos por la forma como exhiben sus riquezas.

La acción de junio de 1959 fue un hermoso intento libertario, pero careció de una estrategia y conocimiento  más profundo,  tanto del territorio como de las inquietudes que en aquel entonces externaban los fuerzas vivas dominadas por el terror de la dictadura. Afortunadamente  esa semilla germinó, y hoy,  se debe reconocer el mérito de esas fuerzas varoniles  que sacrificaron sus vidas en aras de la libertad.

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