Oh!, Eros ¿por qué te empeñas en matar a las mujeres?, reflexión de una intelectual

Oh!, Eros ¿por qué te empeñas en matar a las mujeres?, reflexión de una intelectual

Dolorosamente ya es parte de la cotidianidad. No hay semana que transcurra sin leer, escuchar o enterarnos de que otra dominicana ha muerto. Sin embargo, no podemos permitir esta realidad, ni mucho menos  acostumbramos a leer con  horror el asesinato de las  mujeres. No bien hemos intentado reflexionar, preguntarnos, sobreponernos, como si transitáramos por la bruma de una pesadilla interminable, qué está pasando, cuando una noticia en la prensa digital dice: “Santo Domingo Este.  Hombre mata mujer porque ella quería formalizar el divorcio”.

Los estudiosos de la conducta nos darán múltiples opiniones sobre esta  degradación, este sufrimiento sin compasión al cual estamos siendo llevados y sometidos todos. Pensaremos, sin lugar a dudas, entonces, que la violencia proviene de distintos conflictos que el individuo ha tenido que enfrentar en el proceso de su construcción como un sujeto social consciente; ya que el individuo ha vivido desde el pasado al presente luchando por alcanzar su libertad, por crecer con sus facultades propias, por evitar la cruzada inevitable de desarrollarse en medio de una cultura filogenética, es decir, represiva.

Sigmund Freud (1856-1939) –repudiado furiosamente por una vertiente  del feminismo militante radical- ha expresado en su obra El malestar en la cultura (Das Unbehagen in der Kultur) (1930 [1929] al hablar de la “genitalidad heterosexual madura” que: “El conflicto entre la civilización y la sexualidad es provocado por la circunstancia de que el amor sexual es una relación entre dos personas, en la que una tercera sólo puede ser superflua o perturbadora (…). Cuando una relación amorosa está en su máxima altura no deja espacio para ningún otro interés en el mundo alrededor (…)”.

Partiendo de este argumento podemos plantearnos muchas preguntas sobre las relaciones contradictorias que se producen en las parejas, sobre el conflicto de que el poder de Eros convierte al otro en un sujeto-objeto libidinal, en un sujeto que se enajena, que se sublimiza, que se encadena, que se asume gratificante, ya que el sujeto (hombre o mujer), deja absorber la autoridad de su “conciencia” por la “inconciencia” que actúa para reprimir a lo deseado a través de la sexualidad.

Quizás este irreconciliable conflicto con el principio del placer, con el “ego del placer” es, lo que explica la dominación represiva del hombre hacia la mujer, al “entender” que el control activo del sexo opuesto queda establecido por su supremacía genital. Entonces cuando la mujer se revela y repudia las perversiones de esta práctica erótica, para recobrar la identidad de su libertad ante el hombre, abre en la relación un fatal punto de peligro: el instinto de la muerte ligado al instinto de Eros, a la libido, a la destrucción, a un placer monogámico del sujeto, que es su fin supremo. 

En tal sentido el homicidio cometido contra una mujer (llamado actualmente por las feministas feminicidio), es un impulso regresivo del hombre a la barbarie, cuando su intelecto forma un superego de inseguridad hacia su compañera, lo que motiva su acción destructiva, punitiva, cambiando, pulverizando su personalidad madura.

En la literatura universal encontramos miles, millones de textos en los cuales las relaciones sociales entre hombres y mujeres se construyen sólo desde el espacio semiótico patriarcal, a través de un sistema de signos o un proceso de internalización de éstos, que persigue la hegemonía de un solo hablante arbitrario. No obstante, nuestra experiencia –como  lectora- nos conduce a la convicción de que el poder creativo de la palabra es por igual de los dos sujetos.

Sin embargo, la literatura femenina (no la escritura de mujer), ha historizado multifacéticas realidades en torno a la mujer.

Escritora ignorada

Hilma Contreras, una escritora prácticamente ignorada por la “crítica” especializada, con raras excepciones, hasta finales de los años ochenta, y poco estudiada aún por sus iguales, fue una lectora del psicólogo y psiquiatra suizo Karl Gustav Jung (1875-1961), autor de Tipos psicológicos (Psychologische Typen), publicada en 1921. No dudo que el conocimiento de la obra de Jung influyera en Contreras al momento de ella apropiarse de la escritura. Entiende que la mujer es un sujeto víctima de un proceso sexista de la socialización.

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