Oh final infeliz

Oh final infeliz

POR CÉSAR PÉREZ
El Partido Revolucionario Dominicano, PRD, vive una crisis esencialmente más grave que todas cuanto ha vivido en su historia, porque, a diferencia de las pasadas, en esta se conjugan dos elementos que casi siempre están presentes en la disolución de los grandes partidos políticos: la culminación de un proceso de lucha interna que terminó pulverizando la legitimidad del liderazgo de los jefes en pugna, y porque a esa crisis de dirección, se le suma un nuevo final lastimoso de ejercicio de gobierno de ese partido.

El muy difundido dicho de que el PRD por necesidad hace mal gobierno, se ha convertido en un aforismo, vale decir una sentencia explicable por simple sentido común. En el pasado, el peso y legitimidad de los grandes líderes que tuvo esa organización, esa sentencia podía ser negada por la fuerza de esos líderes y porque en realidad los gobiernos del PRD no fueron tan negativos que se le ha querido hacer creer a la población.

En el presente, con una dirección que sale de un proceso de lucha interna del cual todos sus dirigentes, sin excepción, salieron derrotados y con débil legitimidad, con un gobierno que realmente sumió a este país en la peor crisis porque haya atravesado en los últimos cuarenta años, esa sentencia cobra una fuerza en la conciencia de la gente que hace prácticamente inexorable el final de la hegemonía política e ideológica que en el sistema político del país ha tenido el PRD durante más de cuarenta años.

Ciertamente, esa colectividad ha sido la esperanza redentora de los pobres del país, tal ha sido su fuerza, que a pesar de la desastrosa conducción del estado que termina el 16 de presente agosto, alcanzó más de un millón de votos en las pasadas elecciones. Esa circunstancia determina que no se pueda decretar su dilución inminente, pero la dimensión del desastre de la presente administración, potencia enormemente la fuerza del agorismo o sentencia de que este partido no reúne las condiciones necesarias para gobernar y que no merece gobernar, como ya se expresan algunos de sus militantes.

La fuerza de los aforismos radica en que se convierten en una especie de conciencia colectiva en algunos casos y de cultura política en otros, que actúan como sobredeterminación de los hechos sociales y políticos. En tal sentido, ese factor y el trauma de vivir una derrota electoral, de la cual se discute si fue por causa de la lucha interna de ese partido o por la mala gestión de un gobierno encabezado por la facción mayoritaria de este, se convierten en fuerzas centrífugas que impulsan la tendencia hacia un desmembramiento que solamente los liderazgos de gran legitimidad dentro y fuera del partido pueden lograr invertir.

El tiempo y/o materialización para que se produzca ese eventual desmembramiento y la dimensión del mismo, dependerá de cómo esa maltrecha dirección se maneje en el proceso de recomposición de un marco regular de sus actividades como partido y cómo enfrente las inevitables fechas del calendario político: la escogencia de las respectivas candidaturas a las próximas elecciones congresionales y municipales y presidenciales.

El proceso es delicado, porque la creación de un clima que evite las tensiones y reviva la lucha interna, pasa necesariamente por la celebración de una convención pactada, donde se escoja un presidente (a), no sólo nominal, sino que su figura, por la facción a que pertenezca, sea una clara señal de que ese presidente (a) se ha elegido o para ser la principal figura del partido o para allanarle el camino a otra que sería lanzada como la líder o el líder, a los fines de ser el árbitro o el candidato o candidata del partido para los próximos comicios electorales. Esto implica una racionalidad que no estamos seguros que pueda verificarse en una colectividad tan volcada hacia la pendencia como el PRD. También está claro que en la elección de ese nuevo liderazgo hay que descartar a cualquier figura vinculada al PPH, a comenzar por Hipólito o a quien lo acompañó como candidato vicepresidencial, Fello Suberví, por lo cual solamente se podrían transar por Milagros Ortiz, la cual tiene la mala estrella de haber sido la vicepresidenta de este lastimoso gobierno que termina, y de no haberse desmarcado claramente del fracasado proyecto reeleccionista.

Eso significa que cualquiera que sea la nueva figura que se proyecte como nuevo o nueva líder del partido, esta asumirá una función en condiciones de franca debilidad. A ello se suma el hecho de que no existen signos de que los pleitos entre facciones se terminarán fácilmente, todo lo contrario, Hatuey y su grupo continuará con mayor vigor su lucha contra las facciones del PRD coyunturalmente convergentes en la dirección del partido, será un elemento no sólo de distracción sino de debilitamiento de esa colectividad, porque al mantener su actitud de combate contra esa dirección, se reforzará la percepción del PRD como partido-problema, ya demasiado acentuada en la población.

En tal sentido, la gran ventaja que tuvo el PLD sobre el PRD en las pasadas elecciones, más la situación arriba descrita, pueden significar el inicio del fin de la hegemonía política ideológica de este último y el inicio de la hegemonía del primero, algo que dependerá fundamentalmente de los resultados de la gestión que iniciará dentro de una semana. Eso indica que estamos ante la perspectiva del final definitivo de partidos con raíces populares y el inicio de lo que algunos llaman partidos cualquiera, sin memoria histórica de lucha.

Ello significa que en la sociedad dominicana se inicia el final de la fortaleza y estabilidad del sistema de partidos y de la inestabilidad política. Que por mucho tiempo vivió la sociedad dominicana. No se perciben signos que hagan pensar lo contrario.

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