Él ha sido testigo de muchas huidas y retornos. Durante años fue el único que estuvo ahí para despedirnos y recibirnos. Siempre marcó nuestros viajes y se convirtió en una imagen tan de la ciudad que no podríamos imaginarla sin él.
El puente Duarte guarda muchas historias: Algunas son fantásticas; otras, un tanto dolorosas. Pese a ello, ahora vemos cómo hay gente que se mancilla contra él. Y al hacerlo, en un arrebato de burdo hurto, nos ponen a todos en peligro.
Nunca antes habíamos visto que en un país se robaran los cables de un puente. Pero somos dominicanos. Aquí, donde la realidad se convierte en farsa y muchos ríen aunque deben llorar, todo sucede. Es por ello que ladrones con dejos terroristas se burlan de las autoridades a un punto tal que, a pesar de que hay un destacamento cerca, dos días después de robarse los cables volvió un ladrón que posteriormente se le escapó a los policías.
La Policía, al parecer, sólo tiene fuerzas para matar delincuentes de vez en cuando. Mientras, el gobierno mira hacia arriba y propicia que los rateros hagan cosas tan atroces como debilitar el puente. ¿Cómo se explica que la RD sea gran exportador de metales que no produce? Eso no le importa a nadie. Tampoco que se invierta tanto dinero en los bienes públicos (alcantarillas, puentes, bancos…) para que terminen fundiéndose.
Quejémonos. Hagamos algo. No permitamos que sigan atentando contra todos. Hasta ahora había sido contra esas gomas que se pinchaban al caer en una alcantarilla sin tapa. Hoy es contra la vida de quienes cruzan el puente cada día. ¿Esperaremos que haya una desgracia?