Oh, país, qué país, mi país

Oh, país, qué país, mi país

DONALD GUERRERO MARTÍNEZ
Un reputado intelectual dijo de este país que es insólito. Alguien aconsejó a un familiar desengañarse, porque este será país, pero nación jamás. Alguien nos llamó país de las viceversas. Solía decir mi tío Asdrúbal que en este país nada es como es, sino como salga, expresión que paréceme igual a «lo que coja mi bon». Mi papá se quejaba de que el pueblo despreciara al abogado Francisco J. Peynado, prócer de la República, y eligiera Presidente a Horacio Vásquez, un campesino vestido de general.

Hace algunos años un senador pretendió cambiar o modificar la letra del Himno Nacional, consagrado como inmortal, único y eterno por una ley «de las de Trujillo». La autopista Duarte la mocharon para designar un tramo con el nombre del Presidente Joaquín Balaguer. Desapareció hace mucho la papeleta de un peso que reproducía la efigie del Fundador de la República y Pedro Mir, Poeta Nacional, aunque inspirándose en otro sentido, escribió, refiriéndose a estas tierras, «hay un país en el mundo que no merece el nombre de país».

Se muy bien que es tremendamente cuesta arriba opinar distinto al parecer de otros, peor si son tantos, como en este caso. Pero pa’lante. Una ley del Congreso Nacional votada, de tan necesaria, en dos lecturas consecutivas, promulgada por el Poder Ejecutivo cuatro meses después, y conocida en estos días, designa con el nombre del brillante atleta dominicano Félix Sánchez el Centro Olímpico de la Capital. Desde su edificación y puesta en funcionamiento hace más de 30 años, la instalación deportiva ostentó el nombre de Juan Pablo Duarte.

Sánchez es un joven velocista dominicano que se coronó campeón en los Juegos Olímpicos Atenas 2004, dándole al país su primera medalla de oro en las que se entienden las más importantes competencias deportivas mundiales.

Hasta el momento de esto escribir el sábado 07, no he conocido una sola palabra contraria a la decisión legislativa comentada. Historiadores y académicos guardan discreto silencio que tal vez no dure mucho. Empero, aunque nadie me haga caso, que por cierto no lo busco, ejerzo el legítimo derecho, consagrado por la Constitución, de disentir de la mencionada ley.

El velocista Félix Sánchez es, se ha dicho bien, una gloria del deporte nacional. La de más alto brillo, más no la única. Otros dominicanos son también glorias nacionales del deporte, la música, literatura, pintura, medicina, oratoria, civismo, etc. Pero no es el campeón olímpico Sánchez una gloria de la Patria, como no lo son otros compatriotas que también son glorias nacionales.

A costa del nombre del «más puro de los dominicanos» no debe reconocerse ni honrarse nada. Cada día se tienen nueves evidencias de la sempiterna pobre valoración del dominicano a Juan Pablo Duarte.

Pudo pensarse en otra clase de honra para el esforzado atleta dominicano que luce, hasta ahora, tan admirablemente humilde como empeñado en ayudar a jóvenes deportistas del país a desarrollarse en sus disciplinas.

El Fundador de la República es y debe ser intocable, como cualquier otro símbolo patrio, sabiéndose el peligro de los precedentes.

Pareciera que justifican, sabiéndolo o no, a Pedro Santana y al Perínclito Doctor Generalísimo Benefactor, aquellos que se contagian, regocijados, con la satisfacción del joven atleta dominicano, por la honra de ver perpetuado su nombre en la más importante construcción deportiva de su género en el país.

Ha dicho el galardonado Sánchez que tal reconocimiento es para él «mucho orgullo». Para mí, un precio patriótico demasiado alto. Puede llegar el momento de que se hable de corrupción institucional. Mientras tanto, dígame, ¿hace falta o no volver a la escuela de las Lecciones de Moral y Cívica?

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